La censura del ministro de Energía y Minas, Rómu...
Los jerarcas del eje bolivariano y los gobiernos socialistas de la región –que le dieron la espalda a la democracia peruana y, en vez de priorizar, la defensa del Estado de derecho y los tratados internacionales, prefirieron respaldar el golpe de Estado de Castillo, por afinidades ideológicas– deben estar más que impresionados con la manera como se defiende la Constitución y el Estado de derecho en Perú. De allí que, a estas alturas, no sea exagerado sostener que la segunda ola insurreccional –que empezó el 4 de enero pasado– ha sido derrotada en todos sus objetivos: el Estado de derecho, las instituciones y todo el sistema constitucional siguen vigentes. Sin embargo, todo indica que la violencia continuará.
La reacción de las instituciones republicanas (Congreso, Tribunal Constitucional, Ministerio Público, Poder Judicial, Fuerzas Armadas y Policía Nacional del Perú) frente al golpe de Estado perpetrado por Pedro Castillo, a estas alturas, forma parte de los manuales democráticos y republicanos en contra de todos los gobiernos y las estrategias del llamado Socialismo del Siglo XXI, que suelen jugar al límite y en contra de las constituciones.
Pero no solo el Estado de derecho sigue sobreviviendo en el Perú, sino que la resistencia institucional ante la violencia y las acciones terroristas han destruido cualquier avance social y político de las corrientes comunistas en el país. Si la segunda oleada insurreccional declina no solo es por la resistencia del Estado de derecho, la heroica conducta de nuestra PNP y nuestras Fuerzas Armadas, sino también porque las mayorías nacionales comienzan a organizarse y a levantarse en contra de los bloqueos de las carreteras que buscan destruir el aparato productivo, los mercados emergentes y la economía familiar.
Si la segunda ola de violencia y destrucción se alargaba más, seguramente la población iba a actuar frontalmente en contra de las vanguardias comunistas, tal como empezó a suceder en Ica y acaba de suceder en el Callao contra el intento de una turba de atacar el aeropuerto Jorge Chávez. Reacción ciudadana que puede llegar a asemejar a los comités de autodefensa contra el terror de Sendero Luminoso en los años ochenta. De allí que, según diversas versiones, el domingo pasado, todas las escuadras cubanas, venezolanas y bolivianas que actuaban en las olas de violencia comenzaran a abandonar el país.
La derrota de la segunda ola insurreccional también representa la pulverización del apoyo político que tenía el radicalismo en el sur. Creemos que luego de la quiebra de los mercados populares y de las economías familiares –destrucción de la industria del turismo y de las ventas navideñas–, a nuestro entender, el voto de las regiones sureñas se inclinará abiertamente por opciones que reivindiquen la autoridad y el orden para invertir y crecer.
De alguna manera, pues, ha comenzado a surgir una vía peruana para enfrentar la estrategia de insurrección bolivariana y las estratagemas y tácticas que pretendieron organizar los asesores cubanos y bolivarianos. Una vía peruana que, ante la evidente fragilidad de los partidos políticos, empieza a construirse en base a una alianza de los mercados emergentes, las sociedades populares, con las fuerzas armadas y la PNP.
Por otro lado, durante las semanas de violencia, el progresismo peruano ha desnudado sus miserias, convirtiéndose en una especie de representante vergonzante de la insurrección de las vanguardias comunistas en contra de la Constitución y el Estado de derecho. En todo momento, los progresistas intentaron responsabilizar a las fuerzas de seguridad de las lamentables y trágicas muertes de peruanos, no obstante que verdaderas milicias urbanas desarrollaban acciones de guerra contra la PNP y atacaban aeropuertos.
Una combinación de firmeza de las instituciones republicanas con un evidente constitucionalismo de las fuerzas armadas y la PNP, sumada a una creciente participación ciudadana en la defensa del Estado de derecho, pues, permiten sostener que la segunda ola insurreccional ha sido derrotada. Sin embargo, los brochazos de optimismo no deben llevar a ignorar la posibilidad de que una tercera ola insurreccional se desate. A estar preparados y a convertir al Perú en la tumba del proyecto bolivariano.
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