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Cuando se conozcan los resultados del Censo Nacional 2017 y se contrasten con las cifras alcanzadas en los siete censos previos efectuados desde el siglo pasado, la conclusión será incuestionable: el Perú atraviesa el mejor momento de su historia republicana, no solo por los progresos y avances económicos y sociales, sino sobre todo por la generalizada inclusión que experimenta.
Los niveles de pobreza, el acceso a los teléfonos, a la energía eléctrica, el avance de las infraestructuras y los niveles de conectividad con los pueblos y zonas más alejadas, inevitablemente, nos señalarán que ha empezado a surgir un Perú integrado luego de haberse derribado lentamente la separación entre una sociedad criolla —que concentraba el poder político y la propiedad— de otra andina marginada de todos los derechos políticos y económicos.
Pero no solo se trata de un momento inédito en términos económicos y sociales, sino que a la extraña pregunta de los encuestadores sobre cuestiones de etnicidad, la mayoría de peruanos responderá —casi como una avalancha— que somos el país de los mestizos. Y, entonces, para todos también será indudable que, por primera vez en nuestra historia, ha comenzado a surgir una idea de peruanidad, una idea de nación, el gran sueño de todos los próceres y pensadores políticos.
A entender de este portal esta encrucijada favorable que experimenta el Perú se explica por tres factores que cambiaron para siempre el rostro del Perú. En primer lugar, las impresionantes migraciones andinas que transformaron a las ciudades de la costa, particularmente a Lima, en un crisol de la peruanidad y el mestizaje. De alguna manera las murallas entre las sociedades criolla y andina comenzaron a resquebrajarse cuando los migrantes avanzaron del campo a la ciudad construyendo empresas, mercados, barrios y peruanidades.
Otro factor que, a nuestro entender, es fundamental para explicar el mejor momento republicano del Perú es el modelo económico que empezó con las reformas económicas y sociales de los noventa y que se consagraron en la Constitución de 1993, que posibilitaron destrabar todas las iniciativas creadoras de la sociedad y del sector privado. Y aquí viene lo interesante: ninguna de las cifras alentadoras que se alcanzarán en el censo nacional 2017 podrán ser explicadas sin el aporte de la inversión privada.
Ahora bien, el mejor momento del Perú, de ninguna manera significa desconocer que más del 20% de peruanos continúa padeciendo los flagelos de la pobreza, que más del 60% de la economía continúa bajo las sombras de la informalidad, que más del 70% de la fuerza laboral carece de derechos sociales por la extralegalidad, que según la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 44% de niños peruanos padece de anemia. En otras palabras, que el crecimiento, el progreso y el bienestar también se ha desarrollado junto al estancamiento y continuidad de la pobreza de importantes bolsones sociales.
El censo nacional 2017, entonces, dejará absolutamente claro que los avances económicos y sociales —debidos a los aportes de la sociedad y los privados— no han sido acompañados por una transformación del Estado que, no obstante recaudar ingresos fiscales como nunca en su historia, todavía no ha sido capaz de redistribuir esa riqueza y proveer servicios a los sectores más vulnerables.
El censo nacional, pues, no solo servirá para reformular y precisar políticas públicas, sino que también posibilitará acabar con la extrema ideologización del debate político y apostar por una convergencia de objetivos que nos permita reconocer y consolidar todas las cosas buenas que han funcionado, y superar las cosas que deben reformarse.
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