La censura del ministro de Energía y Minas, Rómu...
A medida que transcurra el calendario, la mayoría que encabezaron el presidente Vizcarra y los medios tradicionales —y que presionó sobre el sistema de justicia para encarcelar a un sector de la oposición solo con una investigación preliminar— empezará a cambiar radicalmente. No solo la idea de una justicia que primero apresa y luego investiga será cuestionada por amplios sectores, sino también la polarización fujimorismo versus antifujimorismo, que envileció dos décadas de democracia, debilitó instituciones y bloqueó la emergencia de un sistema político de partidos modernos. Si algo así sucede, entonces deberá surgir una nueva contradicción predominante.
El incuestionable declive del fujimorismo, de una u otra manera, también posibilitará la construcción de un escenario más saludable. ¿Cuál es la contradicción real a la que nos referimos? Bueno, al choque entre capitalismo y anticapitalismo, que organiza a las repúblicas y sociedades abiertas, desde que se cortaran las cabezas de reyes y se abolieran noblezas, hasta los tiempos presentes. Semejante contradicción se convirtió en un cataclismo en el siglo XX con la revolución bolchevique y el Muro de Berlín. Los terremotos continúan en el siglo XXI con los chavismos latinoamericanos, las teocracias islámicas y el resurgimiento del paneslavismo ruso. De igual manera, la emergencia de los Trump y Bolsonaro solo confirma que la contradicción capitalismo versus anticapitalismo sacude a las sociedades contemporáneas.
En el Perú, por ejemplo, el desarrollo capitalista se desató luego de las reformas económicas y sociales de los noventa: se acabó con el Estado empresario, se desregularon mercados y precios, se consagró el libre comercio y se estableció la primacía de la propiedad privada y los contratos. El resultado: tasas promedio de crecimiento anuales por encima del 6% del PBI que posibilitaron triplicar el PBI y reducir pobreza del 60% de la población a solo 20%. Hoy los organismos multilaterales y los economistas serios señalan que el Perú no volverá a crecer a tasas altas y no seguirá reduciendo pobreza si no desarrolla una segunda oleada de reformas procapitalistas: institucionales, laboral, de infraestructura, de la educación y de las salud, y una ofensiva en innovación. No obstante la urgencia de estas iniciativas (el 2017 el país volvió a aumentar pobreza) las nuevas reformas duermen el sueño de los justos y ni el Ejecutivo, ni el Legislativo, ni la clase política parecen interesados en el tema.
¿Cómo entender esta situación? La única explicación es que las tendencias anticapitalistas han ganado el debate ideológico e imponen los sentidos comunes en el espacio público. Las ONG que supuestamente defienden los derechos humanos en realidad buscan socavar la autoridad del Estado; las ONG antimineras que medran con violencia sobre la falta de autoridad estatal para bloquear inversiones; los ONG del ambientalismo ideológico que construyen los relatos y un largo etcétera, que llega hasta la conocida ideología de género. ¿Cómo ha sido posible que estos sectores hayan impuesto sus lógicas en un país en donde el 75% del total de reducción de pobreza es aporte privado? La única explicación es que ha existido una polarización que ha recubierto la verdadera contradicción, la naturaleza real de los proyectos y los actores.
La polaridad fujimorismo versus antifujimorismo, por ejemplo, ha posibilitado que proyectos regionales antisistema y anticapitalistas ganen las gobernaciones en Puno, Moquegua, Arequipa y Junín. Esa misma polarización se convierte en uno de los principales argumentos para detener la reforma laboral, la ampliación de la vigencia de la Ley de Promoción Agraria, el relanzamiento de las inversiones en infraestructuras (a través de asociaciones público privadas y obras por impuestos), entre otros problemas. Igualmente, la contradicción fujimorismo versus antifujimorismo ha bloqueado la posibilidad de la emergencia de izquierdas y derechas modernas y la consolidación de instituciones.
Como se aprecia, superar la polaridad ficticia de las últimas dos décadas y organizar la contradicción real que atraviesa a la democracia y la economía podría convertirse en un factor decisivo para la regeneración institucional. Finalmente, cuando la gente discute o establece diferencias sobre cosas reales, la mayoría siempre buscará la mejor decisión.
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