La censura del ministro de Energía y Minas, Rómu...
Los resultados electorales, que revelan una fragmentación política sin precedentes en la historia republicana y una profunda crisis de representación de la sociedad, de una u otra manera parecerían anunciar el fin del modelo económico y social vigente en las últimas tres décadas, sobre la base del cual se desarrollaron cuatro elecciones sin interrupciones.
Si bien la desigualdad de oportunidades continuó y las exclusiones se mantuvieron, las reformas económicas y sociales de los noventa posibilitaron triplicar el PBI y reducir la pobreza del 60% de la población a solo 20%. No obstante que los mercados funcionaron y las inversiones generaron empleo, el Estado y las élites políticas siguieron actuando como si las reformas de los noventa nunca se hubiesen producido ni existiese una Constitución que prioriza el empoderamiento de la sociedad antes que la oficina estatal.
Ni siquiera el fujimorismo entendió el significado de las propias reformas económicas y sociales de los noventa. De allí que cuando se convirtió en una mayoría absoluta en el Congreso pareció competir con las izquierdas en propuestas populistas y estatistas. La izquierda colectivista, por su lado, se propuso exculpar al Estado que fracasaba en todo y demonizar a los mercados y la inversión privada. En otras palabras, se propuso acabar con lo único que había funcionado en las últimas tres décadas: el sector privado.
En este contexto, las reformas de los noventa se agotaron y el Perú comenzó a perder productividad y competitividad. Sin nuevas reformas en instituciones, en educación, en innovación y en salud, y sin solución de los problemas acumulados de infraestructuras, el crecimiento comenzó a ralentizarse, se dejó de reducir pobreza y se adelgazó el bienestar. La lentificación económica se desarrolló en medio de una feroz guerra política por el control de las instituciones y la extrema judicialización del espacio público.
En este contexto, ¿acaso a alguien deberían extrañar los resultados electorales del domingo que encumbran al Frepap, un movimiento teocrático, y la UPP y el etnocacerismo de Antauro Humala, una corriente de rasgos fascistas? Hoy esos resultados parecen previsibles frente al desangramiento sin sentido al que las élites sometieron a la actual experiencia republicana.
Una de las cosas que ha faltado entender es que el Perú –no obstante sus avances institucionales, económicos y sociales– sigue fracturado entre una sociedad formal, reducida a ciertos bolsones de la costa y de la sierra, y otra informal, enorme, ancha y ajena, en donde ahora han emergido movimientos teocráticos y fascistoides que reclaman una “herencia incaica”.
Volver a entender que la política es acuerdo, convergencias e inclusión, quizá sea una de las claves para intentar hacer una política diferente. El solo de fin de la guerra obliga a los actores a mirar los verdaderos problemas de un país.
Sin embargo, en medio de esta situación, emerge una pregunta urgente y perentoria: ¿Cómo se defiende lo que ha funcionado y se reforma lo que se debe reformar? Por ejemplo, el etnocacerismo tenderá a combinar la acción parlamentaria con la acción directa en las calles –siguiendo el manual leninista– con el objeto de seguir deslegitimando a nuestra maltrecha Constitución.
En este contexto, ¿cuál es la fuerza que defiende abiertamente la vigencia de la Carta Política? ¿Acción Popular priorizará el cálculo o los intereses republicanos? ¿Acaso Fuerza Popular seguirá jugando a mimetizarse con las propuestas populistas, no obstante que ese diletantismo está terminando de destruir este movimiento?
Pero no solo se trata de defender la Constitución. En el nuevo Congreso, considerando su composición y la inexperiencia de sus miembros, proliferarán las propuestas demagógicas contra el sistema bancario, el sistema privado de pensiones, las inversiones en minería, en agroindustria y pesquería. Si la nueva moda es pegarle a la empresa privada, ¿qué fuerza se levantará como la defensora de los mercados y el capitalismo? Estas preguntas son válidas porque incluso los partidos de derecha suelen allanarse a las fórmulas de la izquierda con tal de conseguir al elector de la semana.
Las interrogantes se multiplican en medio de la incertidumbre que se apodera del sistema político. No obstante, solo basta que una fuerza se reclame defensora del modelo actual para que la mayoría de la sociedad evoque su identidad a favor del capitalismo popular y en contra de los colectivismos.
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