Los proyectos antisistema en el Perú, incuestionablemente, se p...
Cualquier analista económico del mundo observaría el desarrollo del Perú en las últimas tres décadas y llegaría a la conclusión de que la economía es una suma de esquizofrenias y realidades contrapuestas. En estos años si bien el PBI se multiplicó por cuatro y la pobreza se redujo del 60% de la población a 20% antes de la pandemia y del gobierno de Pedro Castillo (ahora este flagelo se acerca al 30%), en esta realidad convivió una isla de excelencia superlativa como el Banco Central de Reserva del Perú, el desastre económico y financiero de Petroperú y el descontrol del déficit fiscal que observamos durante el gobierno de Dina Boluarte.
A pesar de estas realidades contrapuestas, en medio del desastre regional el Perú sigue apareciendo como una plaza atractiva para los inversionistas. Sin embargo, no se trata de ser reyes entre los pobres, sino de emular a las naciones desarrolladas, donde se ha construido el bienestar general de la sociedad. Si el Perú hubiese seguido creciendo sobre el 6% en la segunda década del nuevo milenio, de acuerdo con todas las proyecciones, hoy el país tendría un ingreso per cápita cercano a un país desarrollado, más de la mitad de la población pertenecería a las clases medias consolidadas y la pobreza apenas llegaría a un dígito. No obstante, el Perú se estancó, llegó el gobierno de Castillo y la pobreza volvió a subir como una eterna maldición.
La explicación de esta lacerante tendencia tiene que ver con las realidades esquizofrénicas que se presentan en el modelo: un BCR que –gracias a su autonomía constitucional y las políticas monetarias– ha convertido al sol peruano en una de las diez monedas más fuertes del planeta, al lado de la quiebra de Petroperú que –desde el 2017 hasta la fecha– acumula más de US$ 5,000 millones en rescates, préstamos y garantías; un déficit fiscal que se descontroló en el 2023 y volverá a descontrolarse en el 2024, y un Estado burocrático que se ha convertido en la principal fuente de pobreza (al bloquear inversiones) y de informalidad.
En Perú el libre comercio y los bajos aranceles coexisten con trámites y procedimientos que recuerdan a los de los estados soviéticos. ¿Cómo entender estas abismales contradicciones? A estas alturas es incuestionable que las reformas económicas de los años noventa se desarrollaron desde la cúspide, desde el vértice del Estado, en una circunstancia en la que la única alternativa era ajustar y reformar o emprender el camino de Venezuela. Las reformas económicas de los noventa, entonces, si bien representan un indudable cambio de época, se materializaron sin una movilización cultural, sin una reforma cultural previa y, entonces, los ministros de las alas izquierdas se opusieron a las privatizaciones de Petroperú y Sedapal, y los resultados de estas realidades contrapuestas comenzamos a padecerlos con el descontrol del déficit, más allá del soberbio trabajo del BCR en la preservación de la fuerza de la moneda nacional.
Las reformas económicas de los noventa implicaron la movilización del Estado, de tecnócratas de altísima calificación y de los organismos multilaterales; sin embargo, la cultura y la movilización de la sociedad estuvieron distantes o ausentes. En medio de esa realidad el trabajo de economistas y especialistas como Roberto Abusada y Fritz Dubois en la difusión de las ideas del libre mercado se vuelven extremadamente valiosas e indican el camino a seguir.
En Perú y Chile las reformas económicas se desarrollaron de arriba hacia abajo y luego las izquierdas en todas sus versiones organizaron los relatos y narrativas dominantes y el capitalismo y el crecimiento se detuvieron en seco, mientras los estados se burocratizaban y crecían en gasto corriente. En ese contexto, tarde o temprano, la izquierda llegaría al poder, más allá de las posteriores derrotas electorales y reveses.
A las reformas económicas de los noventa en el Perú, pues, les faltó cultura e ideología, algo que parece existir en las reformas de Javier Milei en la Argentina. Si las reformas en Argentina triunfan quedará en evidencia la importancia de la guerra cultural para el éxito del libre mercado.
En cualquier caso, parece inevitable que el próximo gobierno en el Perú tendrá que desarrollar un ajuste; no traumático, pero ajuste. Es decir, tendremos que seguir reformando la economía sin cometer el yerro de ignorar que la cultura y el relato a veces lo definen todo.
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