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Culmina el mes de agosto, y los peruanos volvemos los ojos a Santa Rosa de Lima, cuya celebración oficial es el 30 de agosto. Como se sabe, Santa Rosa es todo un emblema de nuestra patria: la primera santa de América, patrona del Perú, de todo el continente hispanoamericano y de Filipinas. Además es patrona de prestigiosas instituciones tutelares en todo el continente, como la Policía Nacional del Perú, la Policía Nacional de Paraguay y las Fuerzas Armadas argentinas. En la actual coyuntura, en que el Gobierno e Pedro Castillo y Perú Libre, quieren quieren absurdamente limitar lo peruano únicamente a lo andino –excluyendo el valioso aporte de la hispanidad, el idioma castellno y el catolicismo, elementos esenciales de nuestra identidad–, es sumamente oportuno volver los ojos hacia Santa Rosa, uno de nuestros verdaderos paradigmas de la verdadera peruanidad, fruto y del mestizaje racial y cultural.
Isabel (verdadero nombre de Santa Rosa) nació el 20 de abril de 1586, en los inicios del virreinato, tiempos de forja de la identidad peruana. Fue la cuarta de los trece hijos del matrimonio Flores de Oliva. Muy niña se trasladó con toda su familia al pueblo minero de Quives, cerca de Lima. Ahí recibió el sacramento de la confirmación del arzobispo de Lima, Toribio de Mogrovejo, quien después también sería canonizado. Y ya desde entonces Isabel ayunaba tres veces por semana y realizaba severas penitencias en secreto, emulando a la terciaria dominica santa Catalina de Siena.
Intentó entrar a esa orden religiosa, que entonces no tenía un convento para mujeres, por lo que desarrolló su fe de una manera personal y en su propia casa, aunque bajo la tutela de los dominicos. Además trabajaba el día entero en el huerto y bordaba para diferentes familias de la ciudad, para contribuir a la economía familiar. A los 25 años de edad hizo votos de castidad y adoptó el nombre de “Rosa de Santa María”. Así, la vida de Santa Rosa transcurrió lejos del poder y de la fama. Fue Luisa de Melgarejo, esposa de un reconocido intelectual limeño y amiga de la santa, quien más contribuyó a hacer conocida la “santidad” de Rosa.
La destacada historiadora Cecilia Bákula, habitual colaboradora de ElMontonero.pe, se preguntó en una de sus columnas “¿por qué destacó Santa Rosa de Lima?”. Transcribimos su respuesta:
Por un profundo compromiso con los más necesitados y por comprender que es en el servicio al prójimo, sin diferencia alguna, en que se cumple el auténtico mandamiento cristiano. Ello le acarreó no pocos, más bien muchos, problemas familiares y hasta el rechazo de su propia madre, quien quería casarla para garantizar la supervivencia de la familia. Isabel optó por el matrimonio místico con Cristo. Es realmente emocionante su elevada capacidad mística, unida de manera perfecta al servicio a los pobres y desposeídos que, en sus tiempos, eran sin duda indígenas y negros esclavos; y a todos quienes pudieran requerir su ayuda, seguramente pequeña en lo material, pero intensamente valiosa en lo espiritual y sin duda, a los ojos de Dios.
La importancia de Santa Rosa como un ícono cultural del Perú y de toda América hispana es innegable. Se han escrito más de 400 biografías de la santa, y artistas tan destacados como Francisco Laso y Teófilo Castillo han hecho valiosos retratos de ella. Y como sabemos todos los peruanos, sus santuarios, tanto en Lima como en el resto del país, son objeto de peregrinaciones multitudinarias todos los 30 de agosto. Sin lugar a dudas, Santa Rosa de Lima, su vida y sus milagros, son parte esencial de la peruanidad.
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