Hugo Neira
Reforma agraria y ¿genealogía oculta?
Un problema que atraviesa toda nuestra historia
Lo que ocurrió en 1969 es algo que era un problema desde hacía un buen tiempo. El tema del indio, de la tierra, del enfrentamiento de comunidades indígenas y grandes haciendas a lo largo de la vida republicana. Pero de eso no se habla. De modo que, aprovechando que no hay cursos de historia del Perú en la secundaria peruana, se da la impresión de que un dictador —o sea Velasco– decide caprichosamente la expropiación de los latifundios. En la falsificación de la memoria del 68 hay mucho de antihistoricismo. Se hace como si ese problema y posibilidad —para usar los términos de Jorge Basadre—, la tenencia de tierras en los Andes, fuera un asunto que emerge con el gobierno militar. Pero en realidad es todo lo contrario. Al punto que podemos trazar, sin exagerar, una suerte de genealogía.
Que los indígenas peruanos sufrían de diversos abusos y formas de explotación es algo que era tan evidente que, mucho antes de la Independencia, fue materia de crítica por los mismos españoles. Es el caso de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, hacia 1735. Siendo ambos marinos, observaron puertos y ciudades, pero también las plazas de armas, y de paso el comercio ilícito que venía de Europa y de China. Y muy pronto, en su extenso informe, en la sesión cuarta, de la página 197 a 367, «el tiránico modo de gobierno establecido en el Perú por los corregidores sobre los indios, y el estado miserable en que estos viven». Además, los indígenas pagaban los tributos reales y las malditas alcabalas.
Pero si los corregidores hacían fortunas con sus mulas, venta de géneros, «en crecidas utilidades que sacan», los marinos españoles encuentran que a las crueldades de los corregidores con los indios se sumaba las de curas, eclesiásticos seculares y regulares. «En vez de ser sus padres espirituales y defensores», estos curas, en sus iglesias, «se aplican en hacer caudal». Desde la limosna de la misa cantada, o el regalo de dos o tres docenas de gallinas, o las semillas, «o las chacaritas que cultivan, o las festividades, o el mes de los finados». Entre fiestas y finados, «sacan al año 200 carneros, 600 gallinas y pollos, de tres a cuatro mil cuyes y de 40 mil a 50 mil huevos» (Noticias secretas de América, Historia 16, Madrid, 1991).
He invocado una genealogía. Es decir, los antepasados de 1969. Aquí van.
1888. Del lado intelectual, radical, elitario, librepensador, Manuel González Prada. Discurso en el Politeama: «No forman el verdadero Perú las agrupaciones de criollos i estranjeros que habitan la faja de tierra situada entre el Pacífico i los Andes ; la nación está formada por las muchedumbres de indios diseminadas en la banda oriental de la cordillera». «A vosotros, maestros de escuela, toca galvanizar una raza que se adormece bajo la tiranía del juez de paz, del gobernador i del cura, esa trinidad embrutecedora del indio». González Prada, el primer paso a la insumisión, la lección magistral para Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui.
1919. Golpe de Estado de Leguía, pese a que había ganado las elecciones. Su propósito: sepultar al Partido Civil y una nueva Constitución. Y en ella, la vez primera en que en las constituciones republicanas se establece la defensa legal de las comunidades indígenas ante el asalto de los hacendados. Tiempo de indigenistas, Hildebrando Castro Pozo, Nuestra comunidad indígena, 1924. Pero todavía no se abordaba el problema indio como asunto social y legal.
1928. En Mariátegui, «el problema del indio», unas 11 páginas. «El problema de la tierra», 40 páginas. «Empecemos por declarar absolutamente superados los puntos de vista humanitarios o filantrópicos». Entonces, «el problema agrario, colonialismo/feudalismo, la política del coloniaje, el colonizador español, la comunidad bajo el coloniaje, la revolución de la independencia y la propiedad agraria, política agraria de la república, la gran propiedad y el poder político, la comunidad y el latifundio, el régimen de trabajo, servidumbre y asalariado, proposiciones finales».
De 1920 a 1945: violentos movimientos campesinos, rebeliones como la que estudia el francés Jean Piel en Tocroyoc, o en Lauramarca, estudiado por Wilson Reátegui y por sanmarquinos como Flores Marín y Rolando Pachas. O el levantamiento de un mayor del Ejército, llamado Rumi Maqui, quien según Alberto Flores Galindo, «logra convocar a indios de Puno, Cuzco, Abancay y Ayacucho». Pero a lo que vamos, el conflicto entre haciendas y comunidades crecía a medida que las haciendas conseguían judicialmente vencer a las comunidades. Gracias a lo que se llamaba el gamonalismo, el gran propietario y sus familiares y allegados. En ese lapso hubo de parte del campesinado acciones violentas. Lo que los franceses llamaban jacquerie, levantamientos feroces y sangrientos que acaban por ser aplastados por el Ejército. José María Arguedas lo recuerda, «los funebres alzamientos». Huancané, por ejemplo. Pero algo nuevo en el sur peruano, especialmente, en el Cusco.
Entre 1961 y 1965, «miles de campesinos en Cusco estaban 'invadiendo' las gigantescas haciendas de propiedad de las familias más importantes de la región. Los campesinos las llamaban 'recuperaciones de tierras'.» Era una movilización gigantesca, solo comparable a cuando se alza José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II. En el corazón de ese movimiento, la Federación Campesina del Perú. En Cuzco: tierra y muerte, libro que recoge de inmediato las crónicas sobre esa emergencia rural, la sorpresa es doble. Es un fenómeno social novedoso.
1963. «¿Cómo es una invasión? Las invasiones son pacíficas. Una poblada, formada por campesinos de las localidades vecinas, invade, casi siempre en la madrugada, los terrenos de una hacienda. Pero la casa —hacienda o el caserío vecino— y los pongos al servicio de los amos, quedan indemnes. Nada hay más ajeno al carácter de las masas indígenas que el desenfreno. Invadir no es pues saquear, robar, incendiar o violar. Es simplemente entrar a la tierra prohibida de la hacienda. Desde los balcones de madera los hacendados pueden ver cómo sus propiedades cambian de mano. Pero sus vidas están a salvo. El sindicalismo agrario no es un movimiento vengativo». Esta nota se escribió en el terreno mismo del conflicto, y ocupa la página 98 de Cuzco: tierra y muerte, edición de 1964.
1950-1969: La reforma agraria no hubiese sido sin el CAEM. En los inicios de los años 50, bajo el mando del general Marín del Águila, algo que va más lejos que una simple escuela militar. El Centro de Altos Estudios Militares del Perú (CAEM) se vuelve una universidad para oficiales. Se estudia Economía, Ciencia Política con los mejores profesores civiles que se pueden encontrar en Lima, y además, con profesores extranjeros. Y todo ello es la apertura a los problemas sociales, a la formación de una «nueva mentalidad» en los altos cuadros de la Fuerza Armada del Perú. Un pensamiento desarrollista en los militares peruanos.
Esperaban, pues, de la presidencia de Fernando Belaunde esa reforma del mundo agrario. Al frustrarse esa salida, se enfrentan a un dilema. Tras los acontecimientos del valle de la Convención del Cuzco —el ejemplo de Chaupimayo— ¿eran los militares los que tenían que pagar el precio de la inmovilidad de la capa social de terratenientes? Luego de idas y vueltas, finalmente se deciden a llevar a cabo la reforma que no era solo agraria (una modificación de la tenencia de la tierra) sino la liberación de la capacidad productiva de la mano de obra de los campesinos en sus propias hectáreas. El ingreso a la economía moderna.
1969 al 2019: Hay en el Perú un nuevo tipo de tenencia de la tierra. Hay una dinámica tras la aplicación de la ley de Reforma Agraria. De las SAIS (Sociedades Agrícolas de Interés Social) que coordinaban a las ex haciendas en manos de peones, se pasa a parcelaciones, que es lo que los campesinos prefieren. La desmembración de las cooperativas lleva a formar nuevas comunidades campesinas. De cerca de 4,000 en 1969, han llegado a ser 7,000. Muchas de ellas han sido reconocidas por adjudicación con la reforma agraria de 1969. En fin, el posvelasquismo tiene una historia bastante distinta entre Pasco y Tumbes, entre Cuzco y Piura.
¿Qué fue la Reforma Agraria? Una serie de historicidades que se reúnen en un momento determinado. El cambio de mentalidad en las filas de los oficiales, dado el CAEM. Y un cambio de liderazgo en el mundo rural cusqueño. Por un lado, oficiales como Fernández Maldonado, Mercado Jarrín, Leonidas Rodríguez y claro está, Juan Velasco Alvarado. Y del lado rural, entre jóvenes estudiantes y líderes campesinos, Vladimiro Valer, Fausto Cornejo, Saturnino Huillca. Los militares borraron del escenario a la vieja oligarquía. Los campesinos, ora en comunidades, ora en propiedad privada, borraron a los gamonales.
Han pasado 50 años. Fue el final de un sistema de propiedad que extendía la encomienda colonial a las haciendas republicanas. Un arcaísmo. Un fin de la colonia.