Darío Enríquez
Propuestas para salir de esta crisis política
Enfrentamos las consecuencias de nuestras malas decisiones
En las visitas guiadas que se hacen en los parlamentos de democracias avanzadas, al inicio del recorrido se suele hacer un alto en la sala donde se muestra una ambientación solemne y tres retratos que dominan el espacio en las paredes. El guía nos dice que el primer retrato es del primer presidente que tuvo el Parlamento y el segundo retrato corresponde al actual presidente del Parlamento. Casi siempre una pregunta emerge entre los visitantes antes que el guía termine: “¿y la tercera ?”. La respuesta sorprende a quienes tienen baja cultura política: “Es el actual congresista que acumula mayor tiempo como representante popular”. Así pues, las “malditas” reelecciones se aprecian en donde más democracia hay, porque la voluntad popular se tiene en alta estima. Y la gente asume las consecuencias de sus decisiones electorales.
Los parlamentos en el mundo nunca son populares, porque si bien reflejan la diversidad y variedad de tendencias políticas en el país como ningún otro poder del Estado democrático moderno, nunca podrán representar fielmente la visión particular de cada individuo. Dicho de otro modo, cada persona encontrará seguramente muchos indeseables que son investidos como parlamentarios y rechazará tal situación teniendo una opinión negativa de “todo” el Congreso, debido a esos indeseables. Nada más absurdo desde una visión racional, pero totalmente lógico desde la visión visceral que nos caracteriza como sociedad poco ilustrada.
Si tuviésemos el detalle del rechazo o aceptación al Congreso y sus 130 congresistas, si acaso tuviéramos 15 “razones” para dar una opinión positiva, habría como complemento 115 “razones” para una opinión negativa. No se puede evaluar el trabajo de un Congreso del mismo modo que se acepta o rechaza el desempeño individual de ministros o el presidente. En una sociedad con baja cultura política como el Perú, se hace imposible que se valore el rol que juega el Congreso, pues se desconoce cuáles son sus atribuciones y cuáles sus límites. En las democracias avanzadas se respeta la ley y la voluntad popular, algo muy lejos del elector peruano promedio.
En la coyuntura que vivimos, nuestro Congreso peruano tan odiado y vilipendiado, ha jugado un papel fundamental para que no caigamos en una dictadura que nos habría sumergido en una larga noche de miseria totalitaria, como la que ya vivimos entre 1968 y 1990. Con el agravante de que ahora habría llegado al poder un tipo como Pedro Castillo y su banda: golpistas, ladrones y asesinos. Quienes no vivieron esa época deberían buscar información de calidad y contrastar diversas visiones al respecto. Cuando no se asimila correctamente la historia, no hay aprendizaje social.
Lo que estamos viviendo no es espontáneo ni casual. Las izquierdas que llegaron al poder con Castillo en el 2021 tenían planes para someter el Perú a los designios tiránicos del Grupo de Puebla, pero no contaban a su favor con los mecanismos legales para hacerlo. Su magra votación en la primera vuelta no les permitió tener suficientes curules para plantear su proyecto de una asamblea constituyente ni aplicar reformas que conculcaban libertades a nombre de ese desgastado paraíso en la Tierra que ofrecen todas las variantes colectivistas estatistas de la historia. Siempre terminan en estruendoso fracaso, pero siguen teniendo éxito en la captura de las mentes poco cultivadas y exacerbadas, que proponen impunemente el uso de la violencia como arma política. Por eso han precipitado la crisis en la que nos encontramos, en vez de trabajar para que haya un plan eficaz de reconstrucción y relanzamiento de nuestra economía al final de la terrible crisis sanitaria planetaria que hemos sufrido.
Cuando estas funestas ambiciones políticas liberticidas encuentran un caldo de cultivo en la insatisfacción y el resentimiento de ciertos sectores de nuestros ciudadanos, aunque se trate de poca gente, es suficiente para desatar una espiral de violencia. Las izquierdas no tienen ninguna reserva moral en estimular que corran “ríos de sangre”, y sus cabecillas dan directivas en ese sentido desde la comodidad de su privilegio en distritos exclusivos, hoteles de lujo y “exilios” dorados en Miami, Madrid, Londres o París. Así han sido, así son y así serán. Lanzan a ingenuos y desavisados como carne de cañón, mientras ellos se dan la dolce vita.
Para enfrentarlos y diluir tanto su discurso incendiario como sus acciones violentas se hace necesario tomar decisiones firmes, al mismo tiempo que ofrecer alternativas para sectores bien intencionados que están siendo utilizados aprovechando sus demandas poco o nada atendidas. Evidentemente tiene que haber una represión firme y eficaz, sin excesos que faciliten victimización a las huestes lumpenescas de Castillo y su banda de maleantes. Por otro lado, descartando caer en la “chilenización” de la solución, debe rechazarse de plano la malhadada asamblea constituyente por ser fuente de inútil gasto para alimentar clientelismo político. Ya los chilenos han decidido dejar atrás la pésima decisión que tomaron, aprendamos de la desgracia ajena. Lógicamente, invocando austeridad, el Congreso debería dar el ejemplo con medidas que muestren voluntad política. Por ejemplo, podrían renunciar a su “grati” de diciembre y a la de marzo, recibiendo solamente los magros S/ 500 que se entrega a la inmensa mayoría de funcionarios estatales. El principal reclamo es el evidente parasitismo de gran parte de los congresistas. En plena concordancia con sus abyectos propósitos, son los congresistas de Castillo y su banda los que mayor parasitismo evidencian. Estos gestos serían fundamentales.
Sabemos que Lima no es el Perú. Pero el resto del territorio tampoco es el Perú. Nuestro país somos todos los que estamos dispuestos a respetar las reglas de convivencia preestablecidas para que se imponga el respeto a la ley y la igualdad ante ella para todos los peruanos. Nadie es más o menos peruano que el otro. Busquemos una salida a la necesidad de reformas constitucionales. Debido a que asignar labores de este tipo siguiendo la medida demográfica hace aparecer sobrerrepresentada a Lima (aunque en verdad esté subrepresentada), es mejor que conformemos un grupo de 25 notables, uno por cada región, para que se unan a la Comisión de Constitución del Congreso y que cada región proponga los cambios que consideren para reformar la constitución. No vayan a nominar como notable a un analfabeto, ya será responsabilidad de cada región enviar a alguien elegido entre sus mejores profesionales.
Para evitar que estas nominaciones se conviertan en repartija, los miembros de esa comisión no recibirán remuneración alguna, su participación será ad honorem. No implicarán ni un solo centavo de gasto para el erario nacional. Que se privilegie sesiones virtuales con infraestructura ya existente en las regiones y que las pocas veces en que se realice reuniones presenciales, los gastos de transporte y viáticos sean asumidos por las correspondientes regiones, con cargo a rendir cuentas a sus ciudadanos. Nada de viajes en primera ni hoteles de cinco estrellas ni restaurantes gourmet con dinero de nuestros impuestos.
Sin aprendizaje social, estamos condenados a repetir nuestras desgracias. Hagamos frente a la amenaza totalitaria de las izquierdas violentistas. No puede tolerarse a ningún grupo que enarbole la violencia como arma política. Tampoco debe permitirse la injerencia del lumpen izquierdista internacional que siempre dan soporte a sus miserables cómplices como Ortega, Kirchner o Castillo. Ni olvido, ni perdón. Castigo ejemplar a los golpistas, a los ladrones y a los manifestantes violentos. Decisiones firmes y concesiones razonables. Hagamos contracultura con el término “negociar”, que deje de ser defecto y se convierta en virtud. Nos hace falta una cultura de la negociación, del intercambio voluntario y de la coexistencia pacífica.
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