Eduardo Zapata
Política e ingeniería semántica inversa
Para evitar la huachafería y refutar las engañosas narrativas
Huachafos y en definitiva también implícitamente llorones. Pueden sonar algo duros los calificativos, pero “…la psicología y cultura de un sector importante y acaso mayoritario de los peruanos” parecen signar estas adjetivaciones. Palabras de Mario Vargas Llosa en su novela Le dedico mi silencio. Pues para él “La huachafería es una visión del mundo a la vez que una estética, una manera de sentir, pensar, gozar, expresarse y juzgar a los demás”. Todo ello acompañado la mayoría de las veces de un tono melancólico que parece ser la actualización permanente de la memoria de un ´bien perdido´, término utilizado por Max Hernández en su libro sobre Garcilaso de la Vega. En ese mayoritario inconsciente colectivo nacional, algún bien nos ha sido expoliado. Desde la amada o el amado hasta la propia patria. Y no vacilamos en recurrir a la huachafería que –como vimos en las propias palabras de Vargas Llosa– es mucho más que una simple “variante peruana de la cursilería”.
Podrá parecer hasta ingenua la expresión para un lector adulto, pero los primeros libros de historia de un niño en el Perú –con diferentes matices semánticos, por cierto– nos dicen que “En el imperio incaico el Inca mandaba y los súbditos obedecían con alegría y felicidad”. Pero todos sabemos que el imperio incaico tuvo una duración relativamente corta en nuestra larga, rica y diversa vida prehispánica, y todos sabemos también que la relación entre quechuas y otros pueblos y culturas del Perú no fue precisamente pacífica, queda grabada en la mente del niño que la alegría y la felicidad nos fue arrebatada. Y para complementar esta idea allí está el icónico cuarto del rescate de Cajamarca, donde Atahualpa fue expoliado y traicionado.
Es claro advertir que en muchos de los discursos políticos que circulan en el país subyacen estas ideas infantiles y tergiversadas de la historia. Como se diría en los cuentos ´Hubo una vez…´ en que todo era alegría y felicidad hasta que alguien nos la arrebató o pretende hacerlo. Y no vacilamos en formular hasta constructos finalmente huachafos para explotar esta bucólica memoria del bien perdido.
Podemos ser nosotros mismos los actores del hurto de ese bien, pero siempre –siempre– es algún otro el culpable. Y eso explica en gran medida los terribles antis que nos signan. De lo que se trata es de echarle la culpa total de nuestra situación a un supuesto contrario. Construido la mayoría de las veces no sobre hechos ciertos, sino sobre ´narrativas´ que no vacilan en ser incluso contrafactuales, para lo cual resultan poderosos aliados la huachafería y el llanto.
Frente a los discursos políticos conviene cultivar lo que podríamos llamar una ingeniería semántica inversa. Como sabemos la ingeniería inversa supone identificar los componentes de un producto u objeto y cómo interactúan entre ellos. Resulta así posible identificar la matriz de fabricación del objeto. Pues bien, ante los discursos políticos convendría hacer lo mismo. Para evitar que huachafería y llantos oculten hechos y verdades.
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