Otra vez el progresismo mundial

No es la primera vez que el progresismo aparece en el mundo; aunque está acostumbrado a camuflarse, conforme se producen los vaivenes de la sociedad internacional, que siempre está en movimiento. En realidad suele aparecer cada vez que se produce algún fenómeno o proceso internacional de impacto, del que buscarán capitalizar el dolor de los más vulnerables. Y se vale de métodos que parecen sensatos y racionales, y hasta fácilmente identificables como contestatarios. Algo que, por supuesto, no son.

Algo de eso pasó en el siglo XIX, en la Inglaterra victoriana, algo que determinó la evolución de la historia universal: la irrupción de la Revolución Industrial, que trastocó los modos de producción. Y lo hizo en una isla enorme que, mirando a la Europa continental, le encaraba hallarse todavía dominada por la ruralización. El progresismo entonces surgió como reacción para señalar los abusos del imperio de las máquinas, es verdad; pero creando las condiciones para asumir la cómoda postura de imputarle las culpas por la aparición del fenómeno económico-social de mayor impacto, que fue el despido.

El plato estaba servido para los socialistas, primero utópicos y luego científicos, como fue el caso de Carlos Marx y Federico Engels. El progresismo jamás tomó partido; y esa fue la mayor crítica que le hicieron las generaciones posteriores, dentro y fuera de las universidades europeas y estadounidenses.

También metieron sus narices después de la Segunda Guerra Mundial, queriéndose presentar como los abanderados de la paz planetaria. Y bien que lograron sus cometidos en diversos continentes, porque la postura de solamente denunciar, aunque sensatamente vista como justa y comprensible, especialmentge después del grave impacto de una conflagración bélica de consecuencias tan nefastas (como los muertos por el holocausto judío y las víctimas por las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki), siempre resultó para sus conspicuos y acomodados representantes una gran posibilidad para aprovechar. 

Por eso vimos proliferar de las entrañas de la Europa devastada por la guerra un sinnúmero de organizaciones no gubernamentales, casi todas enarbolando los elevados propósitos que el momentum internacional exigía, como la sed de que no quedaran impunes las barbaridades cometidas.

Ahora, aprovechando la pandemia del Covid-19, el progresismo ha vuelto otra vez y para ganar a cualquier precio; porque generalmente sus representantes no saben, no conocen y tampoco aceptan qué es ser perdedor. Esta vez, en pleno siglo XXI, se han valido de la crisis mundial sanitaria para imponer sus viejas mañas, proclamando el discurso de la salvación social, aunque manipulando visiblemente la desventura de los contagiados y los muertos que viene dejando a su paso el coronavirus.

El progresismo mundial, hecho ahora latinoamericano, ha sabido capitalizar el dolor de los más vulnerables (los pobres siempre son los impactados), y sus apuestas no tienen límites. Sin importarles esta penosa realidad, la crisis los está llevando a la captura del poder y de las leyes de los Estados; esta vez por la democracia, siempre imperfecta, convertida en su instrumento. Chile, aunque nadie lo creía, ha caído en sus redes y en pocos meses dará un giro que podría costarle su futuro. Y en el Perú recién sabremos el 28 de julio cuál será nuestro destino. Es decir, si nos quedamos solamente en el statu quo del progresismo histórico o abandonando el nuevo gobierno su aire menchevique que por estos días es lo que vemos, o desenmascarado termine convertido en otro totalmente bolchevique. Veremos.