Miguel A. Rodriguez Mackay
Javier Milei y su liberalismo resiliente en el siglo XXI
Deberá acabar con la “casta” de los acostumbrados al statu quo
El contundente triunfo electoral de Javier Milei en Argentina, que lo convirtió en presidente de su país, cayó como un baldazo con agua fría en los sectores de la izquierda (peronismo, kirchnerismo, progresismo, etc.,) que abrigaban la esperanza de que el actual ministro de Economía, Sergio Massa, repita en la segunda vuelta, el triunfo parcial conseguido en la primera. Como se recuerda, en aquella oportunidad Massa descolocó a los sectores de la derecha argentina; y hasta andaba con el pecho abierto y crecido, luego de que muchos señalaran que el debate previo a la reciente elección lo ganó objetivamente el candidato oficialista.
Milei ha puesto en primera plana al liberalismo que pregonó durante toda la campaña, defendiéndolo sin prejuicios y con la convicción indispensable para ganar la calidad de mandatario de la patria que alguna vez fue potencia mundial –eran los años finales del siglo XIX en que gobernaba José Evaristo Uriburu–, condición que perdió ostensible y notoriamente desde mediados del siglo XX.
Pero ¿qué es el liberalismo, que en medio de una América Latina dominada por gobiernos de izquierda o del progresismo contemporáneo, que ha ingresado triunfante con Milei en la primera plana de Argentina y que, si miramos el lógico efecto dominó, propio de las relaciones internacionales, podría replicarse en otros países de la región como el Perú? Sigo creyendo que el amor confundido con el estado de éxtasis por la libertad absoluta, es la característica fundamental del liberalismo. La libertad en un sentido ecuménico y totalizador pues aquellos que dicen ser liberales políticos, pero no liberales económicos, se desnudan en una penosa contradicción que lo único que confirma es que no son liberales.
Para el liberalismo la libertad individual es su manifestación suprema y esta realidad es coherente con la naturaleza humana que, finalmente, significa la construcción de un proyecto personal, por cierto, completamente legítimo. Es verdad que el talento individual debe ser sobrevalorado y es lo que siempre me ha llamado la atención del liberalismo porque lo creo justo, pero tanto como mi preocupación por los riesgos del egoísmo y del individualismo extremo, casi en desdén del sentido colectivo que para la naturaleza humana es tan esencial como la construcción personalísima.
Las primeras veces que leí el Evangelio –era aún niño aunque cruzando hacia la pubertad en los salones de mi parroquia San Vicente de Paúl en Surquillo– y veía la maravillosa y admirable exposición de la koinonía o ayuda mutua practicada durante la etapa de la denominada Iglesia primitiva o Iglesia de los primeros tiempos –eran los siglos I al III–, en que se dieron las auténticas bases del concepto de la solidaridad que los socialcristianos siempre hemos defendido –Luis Bedoya Reyes, Ernesto Alayza Grundy, y otros socialcristianos de verdad, dedicaban las horas nocturnas de sus esfuerzos cotidianos para dictar clases en la Escuela Vicentina nocturna a la que asistían muchos jóvenes que buscaban hacer realidad su sueño de triunfar en la capital–, comprendí que el liberalismo no tenía porque ser incompatible con la visión social del mundo y de la vida y subrayo que no estoy diciendo “visión socialista” que más bien fue la puesta en práctica de la teoría marxista a la que en San Marcos siempre me oponía en mis tertulias universitarias con algunos compañeros o profesores marxistas –por cierto es un error creer a la cuatricentenaria como una universidad de izquierda o comunista– y en las que debo relievar, hallé muchísima tolerancia y respeto por toneladas, frente a las frontales posturas que en los últimos años he hallado en los círculos en los que discurre mi quehacer académico y profesional.
Creo que, sin una motivación individual en el proyecto de vida humana, lo más probable es que los hombres y las mujeres terminen dominados por la mediocridad, dejándose impactar por el discurso populista y por las medidas asistencialistas, que han ocasionado en gran parte, el tremendo daño a nuestras sociedades latinoamericanas en los últimos tiempos. Milei, con la bandera del liberalismo, deberá acabar con la casta de los acostumbrados al statu quo y el confort, y deberá hacerlo dándole a ellos mismos los instrumentos para sean los propios arquitectos de su propio destino, enseñándoles el camino para que ellos mismos sean los propios creadores de su riqueza tal como lo enseñó Adam Smith en su obra “La riqueza de las Naciones”. Para demostrar que el cristianismo pregonó lo que sería luego las entrañas del liberalismo solo basta recordar la universal parábola de los talentos (San Mateo 25, 14-30) –es la expresión del individualismo positivo más puro para producir riqueza– de Jesús de Nazaret para comprender los encajes y concomitancias entre las corrientes filosóficas y las maneras de ver el mundo y la vida, que sin que tengan que ser dialécticas, en realidad son perfectamente compatibles.
Creo que el presidente electo de la República Argentina, Javier Milei, debería ir por allí. Así evitará que sus detractores políticos –la casta que acaba de mandar al banquillo del poder–, buscarán desde el primer día de su mandato –el próximo 10 de diciembre de 2023–, pues después de haber jefaturado el Estado por casi dos décadas, les costará aceptar su nuevo estado político.
Milei deberá hacer realidad la conjugación de circunstancias argentinas entre el liberalismo que en pocas semanas se posicionará en la Casa Rosada y la idiosincrasia peronista que sigue vigente en la ciudadanía y que, desde mi perspectiva, con una actitud inteligente, el nuevo gobierno argentino, en vez de tenerla como una seria oposición, la convierta en uno de sus mayores soportes para los intereses del país que tanto los necesita.
Milei deberá arrancar de sus compatriotas la idea de que el liberalismo es la expresión de la indiferencia con la pobreza en que se encuentran debido a la irresponsable conducción del país por quienes están dejando el comando del Estado, y para conseguirlo, más allá de las medidas económicas radicales que deberá adoptar para sacar a la nación del ostracismo financiero en que se encuentra, deberá crear las condiciones para que el pueblo argentino halle el camino de su recuperación ciudadana, haciendo que la resiliencia se convierta en la partera de su mandato.
Miguel Ángel Rodríguez Mackay
Excanciller del Perú. Profesor de Política Exterior y Seguridad Internacional en la Facultad de Derecho y Ciencia Política – Escuela de Ciencia Política de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
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