Manuel Gago
Manan kanchu
La serranía se siente discriminada de los logros económicos que no le llegan.
Tenía 17 años cuando, junto con un amigo, por ahorrarnos el camino, decidimos cruzar entre dos chacras y fuimos atacados con violencia desmedida por una mujer que no entendía razones. Era 1975 y Sendero Luminoso no se había presentado aún en sociedad, tampoco había “marcas”, cogoteros ni sicarios que podrían haber atemorizado a aquella mujer que nos tiró piedras y nos soltó los perros vociferando largamente.
Cuando miramos el saldo de los sucesos de Tía María - de la violencia criminal, inhumana y primitiva de ideologizados antimineros - recordamos la violencia terrorista de tres décadas atrás, de cómo caímos en una espiral de sangre y destrozos que no había quien pudiera detenerla. ¡Mano dura, autoridad, que se les aplique la ley! a inubicables y desconocidos cabecillas, pedían desesperadas voces de la serranía, donde entonces no había día en que no se contase una tragedia muy cercana.
Hoy los antimineros dan la cara. Los Pepes de Arequipa y los Goyos de Cajamarca pechan al sistema con el cuento del medioambiente. Ni son de Cajamarca ni de Arequipa. Están donde hay ambiente fértil para sus fechorías. Ya no son los pobres, ni explotados, ni oprimidos a quienes dicen defender. Ahora es el aire, tierra y el agua, por encima de la pobreza e ignorancia de la población, y con financistas de sus avatares pagando impuestos aquí y en el mundo.
Cierto, la minería tiene mala fama. No olvidamos ese relave que, saliendo de Mill Site, en Toquepala, llegaba plomo y viscoso hasta la costa. Tampoco las lagunas de Ticlio tomadas por los desperdicios de la minería irresponsable de esos años. Esa mala fama se la debemos a empresas como la Cerro de Pasco Corporation pero principalmente a la estatal Centromín Perú, que sobrevivió al segundo gobierno de Belaunde y al primero de Alan García. El Estado fue el gran contaminador hasta los 90, cuando se decidió aprobar una ley medioambiental que pudiera encaminar mejor los planes de privatización de las empresas extractivas estatales.
La serranía se siente discriminada, apartada de los logros económicos que no le llegan, ni como justicia, ni seguridad, ni educación, ni salud. No cree tener oportunidades para mejorar. Mana kanchu, aquí no pasa nada, como si los años se hubieran detenido para ellos sin las comidas de Gastón, los Jockey Plaza y los smartphones on line all day.
Ni el próximo gobierno revertirá la situación. El diálogo no funciona con antimineros organizados cuyo propósito es crear caos y violencia. Los soldados en puentes y carreteras podrían agravar la situación. La mayoría sigue silenciosa. Quienes se atreven son amedrentados y violentados. El pecheo va en serio, no es de boca, allí están las radioemisoras asaltadas, vehículos quemados y policías masacrados.
La señora aquella nos corrió y salimos de prisa. Tiempo atrás, algo la marcó para actuar con furia. “Agua sí, oro no” cala en el tuétano de una población que le da bienvenidas a Goyos y Pepes en una serranía donde no hay ley que valga, que ve como sus presupuestos son robados y la justicia es una quimera; que ve que acceder a un médico cuesta horas de cola desde la madrugada, y que la educación es inservible porque el crío no aprende en el colegio.
Mundos paralelos. La macroeconomía no encaja con las canastas familiares de la mayoría y, cuando la gente se molesta, revive esas marcas del pasado que deben corregirse cuanto antes.
Por: Manuel A. Gago Medina
11 - May - 2015
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