Cecilia Bákula
Lo que aflora y que no habíamos querido ver
Tanta pobreza y miseria, tantos niños y ancianos desamparados
La situación de aislamiento, ya bastante prolongado, que venimos viviendo, ha permitido descubrir o redescubrir una serie de realidades y situaciones que podrían motivar sorpresa y reacciones de diversos tipos. La primera de todas es la solidaridad que somos capaces de poner en práctica, como peruanos y ciudadanos, para dar una respuesta, por limitada que sea, a las mil necesidades que empiezan a tener un mayor número de personas. Y en progresiva situación de gravedad, ya que no solo se ha roto en muchos casos la cadena de pagos, sino que se han perdido muchos puestos de trabajo que, lamentablemente, en su gran mayoría se presentan como producto de una profunda informalidad.
Sin embargo, la situación nos enfrenta a una realidad que debería motivar nuestra vergüenza colectiva, nuestra reprobación radical y la toma de acciones que, guste o no, son principalmente responsabilidad del gobierno y las autoridades regionales y locales. Y así, de toda la pirámide de personas con responsabilidad. Principalmente es vergonzosa la poca capacidad y acción en cuanto a salud pública, hospitales y abastecimiento médico. No hay duda de que estamos con un retraso imperdonable, máxime cuando la altanería permitió ofrecer no menos de un millar de centros médicos a nivel nacional. Y en ese universo de carencias, hay muchos médicos, enfermeras y técnicos que se comportan como gigantes, dando más y más de sí, más y más entrega. Y que enfrentan además las consecuencias de la irresponsabilidad de muchos que se van contagiando y a su vez contagian a más ciudadanos. Ese personal médico debe multiplicarse y, además, asumir decisiones que sin duda les llenan el alma de dolor.
Pero lo que es desgarrador es ver las escenas de familias viviendo (si eso es vivir) en condiciones realmente infrahumanas, en chozas, bajo una sombrilla destartalada, cubriéndose con cartones. Mujeres ancianas que solo pueden arrastrarse para recabar algo de comida, niños en cuyos ojos el hambre y la desesperación se lee como un libro abierto. Y no es una situación causada solo por el Covid-19; quizá la agrava, pero la vida de muchos, muchísimos compatriotas, no puede mantenerse en esas condiciones. Esa pobreza debe generar vergüenza social y personal, y debe motivar la acción pronta, planificada, honrada y eficiente del Gobierno. Lejos de continuar con políticas populistas que no mejoran la situación, el Gobierno debe comprender que hay derechos humanos asociados a la dignidad de las personas, y que es responsabilidad de la autoridad implementar las medidas, normas y propuestas que lo permitan.
Si esta situación de emergencia no nos devuelve mucho de humanidad y, en nuestro caso, no renace el respeto y cuidado del gobierno por los más necesitados, no habremos aprendido nada, no habremos logrado nada, no seremos mejor sociedad. La solidaridad que esta realidad está despertando, es una respuesta hermosa, es loable y habla muy bien de algunas personas e instituciones. Entre ellas la Iglesia católica, que encuentra la manera de atender, acompañar y servir a los más necesitados, pero eso no es sostenible y no debe serlo.
El futuro debe permitir a esas personas, que hoy necesitan una mano y reciben algo de ayuda, vivir de un trabajo digno y con mínimas condiciones de salubridad, dignidad y acceso a servicios básicos como agua y luz. Ese futuro pasa por combatir la informalidad, y que el acceso real a la salud y a la educación sean universales. Hoy en día eso es solo un enunciado que, por lo mismo, es igualmente vergonzoso.
¿Cómo puede un país rico como el Perú tener tantas manifestaciones de pobreza y miseria, tantas caras de angustia, tantos rostros enfermos, tantos ancianos desamparados, tantos niños sin protección? Y frente a esa realidad que nos golpea como un viento gélido, no podemos dejar de recordar que, en parte, las esperanzas y derechos de esos ciudadanos se las han robado también quienes se han enriquecido a partir del lucro, la coima, la viveza, el soborno y la mala gestión de la autoridad que ostentan.
Y, ante todo ello, recordemos que los pecados no son solo por acción. Hay graves culpas por omisión culposa. Quizá aún estemos a tiempo de actuar.
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