Hugo Neira
Lo indefinido, lo fortuito, lo nebuloso
Sobre el mensaje presidencial de Fiestas Patrias
Lo que ocurra en el 28 de julio me ha llevado a una suerte de propensión a dudar del curso de la historia. Basadre afirmaba que el azar y el voluntarismo juegan un rol decisivo. Así, he vivido tres momentos. La semana que ha corrido. Luego un recojo de conjeturas, suposiciones, hipótesis, sospechas y barruntos. Y en fin, los anuncios del presidente Vizcarra ante el Congreso, los medios de comunicación y el país entero.
La situación era grave por donde se mirara. O bien el presidente aceptaba las reformas a la reforma propuesta por el Ejecutivo, o bien pateaba el tablero. Entre tanto, el partido político más numeroso en el país actual es el de la desilusión, el fastidio, tanto por el enfrentamiento de los poderes del Estado como por la corrupción. Coimas y cohechos por arriba y por abajo. La cólera en unos casos, y otros que buscan su Batman.
La pregunta clave era si el presidente aceptaría las seis leyes que alcanzaron a aprobar en el parlamento, a duras penas, justo en el último día. Los más optimistas estaban por la idea de que el presidente iba a aceptar las modificaciones. Esto me dijeron personas de buen talante, amigos que piensan en términos de racionalidad. El Congreso habría cumplido con su deber. Aquel que todo parlamento tiene como función en todas las sociedades democráticas del planeta. Por mi parte, yo no veía cómo podían funcionar los partidos con esas «primarias» obligatorias. No lo veía claro. Según Duverger, un partido lo forma un núcleo de dirigentes —los fundadores tanto en la izquierda como en la derecha— que luego se ensancha a lo que se llama los militantes. Y luego, algo más amplio, los simpatizantes. Los partidos son inevitablemente jerárquicos. Como un ejército, una iglesia, una empresa. Pero Tuesta y la Comisión de Alto nivel pensaban en otra cosa.
A falta de estadísticas, escuché a muchos. Pocos me dieron una hipótesis decisiva. Escuché a aquellos con juicios racionales y jurídicos. Pero no soy ni jurista ni constitucionalista. En cambio, he estudiado en Francia ciencias políticas. Y si, claro está, existen las reglas de juego, también es cierto que la política es una lucha. Un agon, como decían los antiguos griegos. Y que toda política tiene un rasgo de irracionalidad. Escuché en la pantalla de la televisión a Lourdes Flores. Dijo cosas sensatas, quizá demasiado sensatas. Lo decía con un tono especial, sonreía, jugaba, se ponía en las mejoras salidas. Estaba en el lado de los que toman los grandes dilemas desde el jardín de quienes viven en el mejor de los mundos. Otros, en cambio, consideraban que el desenlace era evidente.
Había una tercera variable. ¡No iba a pasar gran cosa! En ese sentido, me sorprendió, entonces, un artículo de Carlos Basombrío titulado «El circo de tres pistas» (El Comercio, 25 de julio). El tema era el probable mensaje presidencial. El tono era irónico, aunque admitía «que el resultado final era incierto». Por mi parte, por un momento pensé que, en efecto, este 28 de julio «el presidente Martín Vizcarra acudirá al Congreso no para disolverlo». Lo que haría es «decir que ha conseguido cinco o seis de sus objetivos, agradecerá al Congreso por el esfuerzo y les pedirá perseverar en la reforma». Pero comencé a pensar que los augurios de Basombrío no caminaban. Daniel Salaverry no ganó las elecciones, sino Pedro Olaechea.
Y como puede imaginar el lector, fui con toda mi carga de conjeturas a escuchar por completo el discurso presidencial de este 28 de julio. Es sencillo. Unas tres cuartas partes más que un discurso, fue un informe minucioso. Se nota que su autor ha pasado buen tiempo visitando el país. Con detalle pasaba de un tema como la agricultura o el turismo, a tres tipos de datos, cuánto invierte en cada caso el Estado, los hospitales, escuelas o el gasto en institutos técnicos, y a cuántas familias o peruanos se beneficia. Todo en números precisos. Datos como el que «hay millones de peruanos sin acceso a la salud». O los datos sobre posibles carreteras, «1,200 km con 12 obras en marcha», y así por el estilo. Me parecía más que interesante. Un tratado, un prontuario, un vademécum sobre lo que nos falta en servicios públicos e infraestructura, y cuando comenzaba a bostezar, llegó la bomba. «Todos nos vamos». «Incluye el recorte del mandato presidencial».
Con todo, qué lección. La esencia de este discurso es que nos ha dicho cómo conoce el Perú y las cosas que se pueden hacer. Y luego de decirnos que él puede —la prueba son los Juegos Panamericanos— nos dice hoy me voy para volver. No se cierra el Congreso de inmediato. Reforma constitucional para irse el próximo 28 de julio del 2020.
En política, el actor juega un rol decisivo. Veremos qué responde el Parlamento.
Hacía tiempo, desde los días de Alan García, que no había un político en Palacio. No lo fue Ollanta Humala ni la señora Heredia, menos PPK. Es evidente que Martín Vizcarra es un político.
Sin embargo, todo se vuelve súbitamente nublado. ¿Desaparecerán los partidos llamados tradicionales? ¿Cuántas fuerzas sociales que no tienen sitio en la escena contemporánea van a aparecer de aquí al 2021? ¿No habrá sentido Vizcarra en sus viajes y encuentros, que emergen otras gentes, otras maneras de hacer política? No estará pasando que la nueva sociedad peruana, tras 20 años de crecimiento económico, quiere otras caras, otros representantes, otras izquierdas y derechas? No lo sé. Nadie lo sabe. Pero se muere una época.