Carlos Rivera
Literatura y dinamita
La pobreza intelectual y cultural de Abimael Guzmán
El gran escritor y semiólogo italiano Umberto Eco escribió un artículo sobre el "Manifiesto del Partido Comunista", artículo que forma parte de su libro Sobre literatura. En ese texto Eco reclama una relectura del manifiesto… por la “extraordinaria estructura retórico argumentativa” del documento. No solo se queda en el examen, sino que cita el libro del venezolano Ludovico Silva, quien en 1971 emprendió un estudio de las obras de Carlos Marx desde tópicos literarios, en su libro El estilo literario de Marx.
Eco expone las cualidades del Manifiesto y registra ese brillante comienzo: “un fantasma recorre Europa”. Describe ese inicio como un redoble de timbal, como la Quinta Sinfonía de Beethoven. Luego ubica el contexto del libro: histórico, social, económico y político, en la Europa de aquellas épocas. Todas estas menciones están articuladas a una construcción poética. Una exquisita literatura revolucionaria necesitaba una poderosa escritura que sea además símbolo y metáfora. No por el pasado o presente, que es solo un pretexto, sino por la consecución de un maravilloso porvenir utópico. Una esperanza política. Como decía Barthes, “la palabra es irreversible, esa es su fatalidad”.
Eco cierra el escrito ubicando al Manifiesto como una obra maestra de oratoria política, y sugiere que debe estudiarse con las Catilinarias (los cuatro discursos de Cicerón) y el discurso shakesperiano de Marco Antonio ante la tumba de César. Las relaciones de Marx con la literatura siempre fueron explícitas y apuntaban a los clásicos que le sirvieron como insumos implícitos de sus escritos.
Más de 130 años después, en Lima, un 17 de mayo de 1980, Abimael Guzmán mandaba a colgar un perro muerto con un letrero que decía “hijo de perra Teng Siao Ping”. El mensaje era de terror y definición política. Había nacido esta añorada guerra popular de Sendero Luminoso (nombre que en futuros años fue tomando una narración siniestra y dolorosa para los peruanos). La acusación al líder chino era por su reformismo económico, pero en esos años era una sentencia de muerte o de ser excomulgados por traicionar los postulados comunistas dogmáticos. Tenía el símbolo y el mensaje, pero faltaba poesía a su locura: creerse la Cuarta Espada del marxismo (afirman los editores del libro De puño y letra que ellos nunca acordaron la aplicación del marxismo-leninismo-maoísmo a la realidad peruana, y que ello implicaría un gran absurdo), un presidente Gonzalo a la sombra de un país que aún no había intentado resolver sus fatalidades históricas y la leyenda urbana de ser un filósofo (que nunca publicó —ni escribió— nada sólido u original)metido a guerrillero.
Sus documentos partidarios antiguos, como “Contra las ilusiones constitucionales y por el Estado de Nueva Democracia” (PCP-SL, 1978), han sido estudiados por Carlos Iván Degregori, quien los califica como mediocres en la interpretación estadística, despistados en el análisis político.
El pensamiento Gonzalo fue hecho a su imagen y semejanza. Guzmán fungió una estadía de preparación técnica y adiestramiento en guerra de guerrillas en China. Un “ilustrado revolucionario”, de refinados gustos e intelecto superior ¿qué hacía bailando “Zorba, el griego”? La izquierda peruana, aún en románticas simpatías guerrilleras y atentas a Cuba, China y a la URSS, sintonizó con esa rebeldía que sus pavores burgueses no le permitían organizar. Todos querían ir al monte pero Guzmán se anticipó a las montañas andinas. Pero estas acciones Guzmán dilucidaba desde los años sesenta y setenta fustigando a sus camaradas de otras fuerzas igual de revolucionarias, acusándolas a todas de revisionistas.
Carlos Iván Degregori en el artículo “Discurso y violencia política en Sendero Luminoso”, estudia el proceso discursivo de SL recorriendo sus estructuras y fundamentos históricos desde su prehistoria formativa hasta la declaración de guerra y nos comparte documentos del PCS-SL:
“Somos un torrente creciente contra el cual se lanza fuego, piedras y lodo; pero nuestro poder es grande, todo lo convertiremos en nuestro fuego, el fuego negro lo convertiremos en rojo y lo rojo es luz. Eso somos nosotros, esa es la Reconstitución. Camaradas, estamos reconstituidos.”
De este escrito podemos colegir un ánimo sentimental y panfletario digno de una sensiblera guerrilla, pero de escaso valor estilístico o de propuesta política. Degregori ensaya una interpretación de estos compromisos y nos dice: “Para su consolidación, el culto requería la negación de la individualidad y, por tanto, del valor de la vida de las personas en general y de los militantes en particular, que debían “llevar la vida en la punta de los dedos”, estar dispuestos a “pagar la cuota” y “cruzar el río de sangre” necesario para el triunfo de la revolución.” Un trabajo muy recomendable para comprender las líneas discursivas de SL y Abimael Guzmán y de sus seguidores que hoy hormiguean en las oscuridades de la clandestinidad narcoterrorista. Hasta hoy vemos a jóvenes que comparten públicamente el seguimiento de sus preceptos (MOVADEF y muchos jóvenes universitarios que recogen esta rebeldía asesina) mostrando su admiración por el mencionado.
¿Qué le endilgan a Guzmán? Que fue un intelectual y político inteligente. Un auténtico revolucionario a la altura de Mao, Lenin y Marx. Y un académico brillante. Una de las recusaciones conocidas, y que Alberto Flores Galindo, reseña bien en La agonía de Mariátegui, es la del mote de intelectual por parte de comunistas duros que en 1927 descreían de José Carlos Mariátegui (y de los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana) precisamente por ser un hombre de ideas y lo que ellos veían con sumo respeto era la exposición de una praxis de lucha. Véase la polémica con Codovilla. Si Guzmán tuvo rasgos de disciplina y estudio por su paso en la universidad, fueron solo momentos y nunca los desarrolló en ideas de avanzada o estudios rigurosos de un acercamiento a la realidad nacional y mundial desde una propuesta intelectual o académica.
Se dice que Guzmán en sus fragorosos años juveniles andaba con un libro bajo el brazo, era muy tímido, caminaba leyendo. Siempre era muy analítico y cuestionador de las ideas. Digamos que podemos darle el beneficio de la duda y esto sea cierto, pero otras circunstancias lo alejaron de un aprovechamiento de estos talentos intelectuales.
Mariátegui si era un intelectual y político. Nunca se perdía en la medianía de los discursos o enarbolaba sentencias absolutas. Sus máximas eran estudiar, trabajar y meditar y estas no fueron producto de la turbación sino fruto de una pasión estética por comprender las cosas (el individuo y la humanidad) construyendo derroteros políticos que articulen programas y encaucen honestamente a la sociedad. Hasta sus rivales de época Haya de la Torre, Víctor Andrés Belaunde, Pedro Zulen reconocieron en el amauta un hombre de convicciones políticas, amplia cultura, prosa brillante y profunda. Entre Guzmán y Mariátegui no podemos encontrar coincidencias, ambos están en las antípodas por lo que hicieron y pregonaron. El amauta creó tesis, visiones ensayísticas de la literatura, miradas de la cultura, revistas, organizaciones sindicales y una moderna discusión política de los problemas nacionales. José Carlos metió su sangre en sus ideas. Por eso trasciende históricamente en el balance de nuestra historia. Guzmán solo derramó sangre de inocentes campesinos o ciudadanos que no querían rendirse a su locura. Asemejarlos es una insensatez.
A Abimael Guzmán, en la famosa “Entrevista del siglo” para El Diario, le preguntan lo siguiente:
—Presidente Gonzalo, ¿Ud., consideraría que, si José Carlos Mariátegui estuviera vivo, asumiría los aportes y las tesis del Presidente Mao?
—Abimael Guzmán: En síntesis, Mariátegui era marxista-leninista; más aún, en él, en Mariátegui, en el fundador del Partido, encontramos tesis similares a las que el Presidente Mao ha establecido a nivel universal. En consecuencia, para mí concretamente, Mariátegui sería hoy marxista-leninista-maoísta; y esto no es especulación, es simplemente producto de la comprensión de la vida y obra de José Carlos Mariátegui.
Hasta hoy ningún seguidor de Guzmán se ha preguntado lo siguiente: ¿Cuáles son aquellas tesis similares universales del presidente Mao que coinciden con las planteadas por José Carlos Mariátegui? ¿Guzmán realmente comprendió la obra de JCM?
Si analizamos el libro De puño y letra podemos ver, más allá de las deficiencias de la edición, una pobre literatura revolucionaria, ausencia de estilo literario, deficiente lenguaje, escasas ideas filosóficas y ripios de argumentos políticos. Pero eso sí, algunas líneas cursis como las cartas a la “Camarada Norah” (Augusta La Torre). Solo encontramos al inicio de la obra una atractiva dedicatoria de Elena Iparraguirre (responsable y editora del libro): “Para ti Abimael, en ofrenda a tu soledad repleta de puños”. Otra vez tropezamos con una huella romántica de su rebelión como lo escribiera Santiago Roncagliolo en La cuarta espada cuando el joven Guzmán conoció a una mujer de la cual se enamoró pero fue humillado por el padre de ella. Este hecho parece ser el comienzo de un rencor contra todo lo que representaba autoridad o sistema. Todo amor inspira una locura y esta puede ser liberadora o aniquiladora. Mariátegui desposó a Anita Chiappe. En la cumbre de su amor hizo un pequeño espacio para escribirle “Renací en tu carne cuatrocentista como la de La primavera de Botticelli…” El amauta además de revolucionario era un hombre de fe y humanista por eso no son gratuitos sus acercamientos al misticismo unamuniano, a la metafísica o a la filosofía de Nietzsche. Como diría Fernando Iwasaki del amauta: “Mariátegui era más sensato que dogmático y más inteligente que marxista.”
El léxico de Guzmán era pobrísimo, sus concepciones carecen de una elucubración evolutiva, no hay dentro de su mente compartimiento de ideas (choque de contrarios como indica el marxismo) nunca buscó generar debate sino la imposición de pensamiento único (órdenes, directrices, planes de asesinatos). César Hildebrandt escribe en el diario La Primera (octubre 15 de 2006): “Guzmán haciéndose admirar por estúpidos más locos que él, más ignorantes que él, más desalmados que él: el Arce Borja que jamás pudo escribir algo decente, el canciller Olaechea que jamás pudo hacer algo que valiese la pena, el Morote que no habría pasado de subprefecto en un régimen de meritocracia”.
Puede que sea una diatriba lo que escribe el periodista pero no deja de ser cierta: solo la ignorancia de sus seguidores pudo crearle a Guzmán una burbuja de tótem, porque sencillamente de lo poco que conocía o leía aun así estaba por encima de un grupo a los cuales solo les proveía de esta utopía terrorista. Aquella locura criminal encendía pasiones y reclamaba seguidores. Se puede leer mil veces la famosa “Entrevista del Siglo” y encontrarse con un derroche de generalidades. Justamente esas generalidades están editadas con la finalidad de direccionar esas ideas fuerza hacia los públicos que pretendía embaucar. Un tipo grandilocuente, fanfarrón, impositivo de sus indigencias. Guzmán nunca habló sagazmente de economía, de sociedades, de ciencia o filosofía. Pretendía cambiarlo todo sin tener idea de cómo reorganizar el estado y las fuerzas productivas. No tenía nada del estadista Lenin, ni del estratega Mao, solo la herencia de muerte de Stalin. Era todo lo que odiaba: un cursi burgués y hombre de gustos exóticos. Para su camarilla popular era un líder en la sombra cobijado por sus camaradas dirigiendo la guerra popular, sacrificado, convicto en la causa y perseguido por todos, pero eso era parte de la imagen proyectada a sus camaradas de partido que militaban en las pampas o punas. Él vivía cómodo y tomando whisky capitalista, comiendo delicias de la burguesía.
Citando nuevamente “La entrevista…” Guzmán nos habla de sus lecturas: Shakespeare, entre otros autores clásicos. Y podemos consensuarlos con los gustos del viejo Marx que escribimos al comienzo de nuestro artículo. En dicha entrevista Guzmán responde lo siguiente sobre sus lecturas: “por ejemplo me gusta leer a Shakespeare, sí, y estudiarlo; estudiándolo se encuentran problemas políticos, bien claras lecciones en Julio César, por ejemplo, en Macbeth. Me gusta la literatura, pero siempre me gana la política y me lleva a buscar el sentido político, qué hay en el fondo, al fin y al cabo tras todo gran artista hay un político, hay un hombre de su tiempo que contiende en la lucha de clases. Novelas peruanas también he leído, a veces releo.”
Si Guzmán poseía una estrechez cultural e intelectual ¿Cómo pudo cautivar a tantos en el crimen de inocentes como acto revolucionario? En él era suficiente la oralidad que reclamaba Eco para el Manifiesto. Pero dicha oralidad (tal cual se puede ver en el artículo de Carlos Iván Degregori) era inculcada como un acto de desindividualización y conformación de una comunidad territorial mística y mesiánica, y revitalizada en la comunión con la muerte, en sacrificio heroico por la revolución mundial. Una oralidad no complementaria a la literatura, tratados, o sólidas disertaciones. Guzmán también usó la iconografía persuasiva (véase el libro Profetas del odio de Gonzalo Portocarrero) con un fraseario que incendie la pura emoción mística de sus camaradas. Su público no era el proletariado industrial y algo formado de Europa sino docentes, campesinos y una juventud resentida y olvidada históricamente.
En una escena de la película Tiempos modernos, Charlot, personaje interpretado por Charles Chaplin, desempleado y sin futuro camina por la calle y ve que un carro deja caer una bandera, en su ingenuidad corre tras la movilidad haciendo señas al conductor y detrás de aquel hombre confundido y noble aparece una masa de trabajadores manifestantes. Chaplin parece el líder. Finalmente es encarcelado y acusado de comunista.
Con menos gracia que Chaplin, pero con mucho terror y en la vida real, Abimael provocó una gran herida al país. Murieron inocentes por su colosal ego y odio. Quiso convertirnos en un páramo de sangre alucinando su feliz estado comunista. Ni filósofo, ni intelectual, ni líder, simplemente asesino.
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