Hugo Neira
Lima, de todo como en botica
Somos una sociedad que se ha desculturizado
Acabo de volver del extranjero, en donde permanecí unos meses, avanzando uno de mis libros. Y no tengo por qué decir qué temática ni que editor, ¿OK? El volver en los peruanos ha sido tan frecuente que está hasta en los valses. Ahora bien, lo que percibo, a mis riesgos y peligros, no es sino lo mismo de lo mismo. Veo la continuidad morosa de una transición política interminable.
Veo agrupaciones capaces de proponer ministros a través de contactos de amistad y lazos sociales, sin apoyos populares o partidos. Bajando del avión, me he leído las varias crónicas, muy detalladas, de «cómo se cocinó el gabinete» —lo dice el periodista (Eloy Marchán, en Hildebrandt en sus trece, 15.03.19)—. Qué peruanismo, «cocinar», asunto de allegados. He leído también la columna de Fernando Vivas, que resalta la paridad. Carteras ministeriales para ellos y para ellas. Y Vivas nos cuenta «los entretelones». Sí, pues, así está la política peruana de este 2019. Hemos vuelto a lo que siempre nos gustó, el mundo cortesano. Siempre he dicho que Lima es una suerte de Mónaco. Salvo que su mayor ingreso es por establecimiento de química, farmacia y cosmetología. Pero nos parecemos: Lima, un principado porque siempre tenemos corte.
Pero debo separar lo general de lo particular. Si la inmovilidad política persiste, el nombramiento de Premier a Salvador del Solar es algo que no puedo dejar de tomar en cuenta. Y no me voy a lanzar a escribir esas crónicas en las que opinólogos en diversos diarios le han explicado cómo debe gobernar, no soy de esos. Voy a decir una sola cosa. A Salvador del Solar lo he encontrado en una ocasión excepcional. ¿Qué ocasión se preguntará el amable lector? ¿Un cóctel en alguna embajada? ¿En un almuerzo entre amigos? Nada de eso, siendo ministro, en una librería, por casualidad. Nos saludamos, no estaba para lucirse sino para buscar un libro. Para más señas, y sin hacer propaganda comercial, en la que queda en Camino Real, en la entrada del Centro Cultural de la PUCP. Al amable lector, ¿esto no le parece significativo? Entonces, dígame si alguna vez en Lima ha visto a un ministro en una librería (¿?) Si lo ha visto, avíseme, por favor. Estoy diciendo que es un político culto. Y ese personal no abunda.
Un aspecto de la crisis social del Perú contemporáneo es que somos un país que se ha desculturizado en los últimos años. La población es casi toda alfabeta, pero igual no lee. Los celulares, los smartphones, y chau. La marcha del mundo y de las ideas en el mundo no interesa, ni en las élites ni en los conos. Los sectores populares se han convencido desde hace tiempo de que lo que manda es el dinero, y en efecto, el mercado los ha premiado. Tienen capital pero no tienen cultura. Por el momento hay familias populares, medio regordetas, que se sientan en un restaurante y cada uno con su smartphone, ni conversan, lo cual me inquieta.
No hay uno sin dos desdenes: la antipolítica y la no lectura han llegado a las masas. Varias generaciones que no han leído ni michi. El resultado peruano del encuentro del pollo asado y la mala escuela. Bien comidos, mal formados. Pero algunos de mis amigos me dicen, «Hugo, ya se viene la burguesía chola». Puede ser. Y espero que no se porten como las clases dominantes tradicionales. Puede que el cholo rico explote al cholo pobre. Algo de eso ya está pasando, en este país flexible en materia de empleos. En ese caos que llamamos informalidad. Tiene su lógica de explotación, peor que la formal.
En fin, dos cosas. Políticamente, ha sido un paso inteligente un nuevo Gabinete. Buena maniobra, renovarse. Sobre todo cuando se cae en las encuestas, no arranca la economía y Paita, en el norte post Niño, sigue siendo una desolación. La lista de lo no hecho es enorme. En cuanto al premierato de Salvador del Solar, soy sociólogo y no adivino. Veremos qué hace. Pero en esta mañana de domingo soleado, hay un titular a cinco columnas en el diario El Comercio. La palabra «tolerancia», usada por el Premier, es novedad en este régimen. Contraría la retórica de la confrontación que ha predominado hasta este momento. Tras la idea de «tolerar» esta toda la filosofía liberal, y la conciencia de la pluralidad de los peruanos, que tienen derecho a ideas diferentes sin que por ello tengan que clasificarnos en «correctos» e «incorrectos», como hacen los «caviares» inquisidores. Con la guerra sin balas de estos años, tuvimos instituciones democráticas, pero no sociedad democrática. El «otro» es el país entero. Y no el grupito que decide quién es ministro en Lima fundida (juego de palabras, de Mazzotti, en libro que explica el criollismo).
Lo peor en estos días. La restitución (increíble) de 10,000 directores y subdirectores cesados. «Es un atentado contra la meritocracia» dice el diario Expreso. Y un editorial de El Comercio, «Cómo se menoscaba una reforma». Hubo una reforma educativa, pero se la atribuyen al ministro Saavedra en el gobierno de Humala. No, señores, se olvidan del ministro Nicolás Lynch con Toledo y de Antonio Chang en el gobierno de García. ¿Por qué no los mencionan? La introducción de exámenes o meritocracia ya lleva años y debe seguir.
Creo que hay que decir qué es meritocracia. ¡Algo que se practica en todas las sociedades avanzadas desde hace siglos! Es la ética misma de los modernos. El origen del principio meritocrático fue expuesto por Kant, en Crítica de la razón práctica. Todos los seres humanos iguales ante la ley, pero desiguales por sus diversos talentos. En todas partes hay concursos para funcionarios públicos. Y ahora, ¿una comisión de representantes, muy sueltos de huesos, la anula? Qué error del Congreso. Gigantesco.