Jorge Valenzuela
Las noches de Carmen Ollé
A propósito del Premio Casa de la Literatura Peruana 2015 otorgado a su obra.
Hasta hoy sigo creyendo que el libro más importante de Carmen Ollé, Noches de adrenalina, tiene el mejor título que se le puede poner a un libro de poesía. Desde el título, allá por los años ochenta, la elegante palabra “adrenalina” nos acercaba, por un lado, a la tradición médica latina (glandulae ad renales) para describir un hecho simple: la adrenalina es una hormona segregada por glándulas situadas junto al riñón. De otro, la referencia a aquella hormona y a su exaltada y abrumadora presencia en situaciones de tensión, nos vinculaba, desde la poesía, con el funcionamiento del cuerpo, con sus demandas, con su desconocido universo poblado de secreciones, olores e inmundicias. El nombre “adrenalina” de este modo, se convertía, por el poder de la poesía, en el nombre de una mujer cuya experiencia de vida sería trasmitida, a través de la palabra, privilegiando aquella dimensión básica que nos concierne a todos: la orgánica.
Desde su aparición en 1981, el libro concitó la atención de aquellos que esperaban la irrupción de una voz que rompiera con la tradición falocéntrica de nuestra poesía y empezara a dar cuenta de aquello que debía constituirse en la base de cualquier discurso, sobre todo si se trataba de una mujer, id est, el cuerpo propio. Recuerdo bien la crítica sarcástica de aquellos que no soportaban que una poeta enfrentara la poesis describiendo y tratando de conocer, a la vez, su cuerpo, un cuerpo hasta ese momento hecho objeto, cantado por el otro, construido con la voz del otro y con su poder. Citemos: “Las relaciones con las partes de mi cuerpo no son teológicas / son frustraciones derivadas del dolor de un cuerpo fetiche”. La tarea de Carmen Ollé, así se hizo más clara: había que reconstruir el cuerpo propio con el discurso, con la potencia de un verbo que se reconociera a sí mismo en el acto de la enunciación, en la toma de la palabra.
¿Cómo entonces observar a ese cuerpo fetichizado, a ese cuerpo expropiado por la voz masculina? ¿Desde dónde hablar, desde qué condición?
La crítica ha destacado la dimensión fisiológica de Noches de adrenalina para referir una situación enunciativa: la de una mujer que observa su cuerpo y, desde allí, a sí misma. ¿El objetivo? Construir un discurso de poder tratando de situarse en el extremo opuesto a aquel desde el cual, ese cuerpo, había sido visto hasta entonces. Por ello los poemas de Carmen Ollé construyen en su libro una voz libre, radical, que roe los bordes de la representación idealizada de la corporeidad femenina para instaurar a un nuevo sujeto y su subjetividad y hacerla hablar desde la exclusión, sin dejar de dialogar con lo “masculino” y de cuestionarlo: “Bataille me gusta. Es alguien que uno puede leer. / La sensualidad en ese rostro que impresiona por parecer / de un sátiro con los ojos purificados/ nos sacude sin tumbarnos/ nos habla como un hombre que sufre con la carne chamuscada / por el deseo que es ilimitado / su risa su obscena se parece al temblor de las mujeres / en el desgarrón / en él la religión arde la virgen se desviste como una puta…”.
Este punto de vista se refuerza con la representación del cuerpo entregado al deterioro y, por ello, a su desacralización. Las confesiones de las que está poblado el libro nos convocan, violentamente, con la pérdida de partes del cuerpo: “Hoy perdí un diente: / ¿Evacuación de una conciencia sufriente? (…) / ¿La belleza de las piezas naturales intactas no es un humanismo narcisista?, y con su exploración moral: “Lou Salomé, yo creo: vagina y ano se aproximan igual que placer / y desesperación en el momento de compartir la soledad”.
Carmen Ollé, con Noches de adrenalina, ha escrito un libro fundador en el contexto de la poesía hispanoamericana contemporánea. Es fundador para nuestra poesía en tanto ha establecido una voz, una temática y ciertos patrones de aproximación a partir de los cuales la mujer ya no podrá ser vista como una comparsa complaciente u objeto producido por el hombre. Su voz, que es la voz de las mujeres por fin emancipadas por la palabra, no solo les pertenece a ellas, sino a todos nosotros.
Por Jorge Valenzuela
22 - Abr - 2015
COMENTARIOS