Javier Valle Riestra
La violencia subyacente en el Perú
La lucha de las muchedumbres es una constante en nuestra historia
I
Muchos –mejor dicho, muchísimos– tienen una visión pacífica y optimista de lo que es el Perú. Desde el imperio de los Incas ha habido en el territorio de nuestra patria una posición de autoritarismo y hasta de crueldad que queremos rectificar ahora. También hubo violencia durante el virreinato, en el que imperó la hoguera como pena para los discrepantes y heterodoxos; es decir, para quienes no creían en lo predominante de entonces: la Iglesia, el Estado, el orden público y las autoridades constituidas. La Colonia no fue un santoral; mandó a la hoguera a infinitas personas, solo por pensar heréticamente; por desobedecer a virreyes miserables y oidores sumisos. Llegada la independencia el fuego como castigo mortal fue desapareciendo paulatinamente; pero la República fue cruel. En la época denominada “República Aristocrática” no hubo guillotina ni crueldades, aunque solo fue en la primera parte de dicha época; es decir, desde 1900 hasta 1930; la excepción fue el caso del presidente Guillermo Billinghurst, depuesto en 1914 por el militarismo encabezado por el coronel Benavides, futuro presidente de la República fascista en 1933. A partir de esa fecha no se puede hablar eufemísticamente; la violencia en el Perú está retratada en el fusilamiento de seis mil apristas en Chan Chan (Trujillo, 7 de julio de 1932). En los años posteriores hubo más cárceles y exilios. Las dictaduras subsistieron, así como las proscripciones. La democracia se restauró efímeramente en 1945, pero se interrumpió con otra dictadura militar; un conato de democracia lo tuvimos con Fernando Belaunde Terry quien apareció en la escena política (1963). El militarismo del Perú del siglo XIX no pereció; en el s. XX lo reemplazaron las autocracias cívico-militares. Hoy la llamada “democracia” está en riesgo por su falta de subsistencia popular. La prueba está en las deficitarias marchas de estos días. Hay mucho terreno para reconquistar. Eso exige proscribir a los politicastros de la misión de restaurar las libertades y una democracia social, antiimperial, con instituciones verosímiles y autónomas. Ahí están los saboteadores y separatistas que quieren destruir lo efímeramente existente, pregonando una ilusa nación independiente; es decir, la gentuza mercenaria que financia las marchas de Puno, Arequipa y Cusco, como vanguardia de la chusma fascistoide; y en la capital están los revolucionarios de café (la gauche caviar) que han involucionado a revolucionarios virtuales y del celular. No saben de qué se trata, pero quieren un país sin instituciones liberales ni democráticas. Solo aymaras, divisionistas.
II
Basadre, nuestro insigne historiador, nos recuerda en “La Multitud, la Ciudad y el Campo” que la lucha de las muchedumbres y las guerras civiles son una constante en nuestra vida Republicana, pero viene de atrás. Una de las primeras guerras intestinas fue la de Pizarro con Almagro (por la posesión del Cuzco); Almagro el mozo contra Pizarro; Vaca de Castro contra Almagro. Se identifica como la multitud de aventureros recién llegados a tierras conquistadas con afán por el botín, pero que se veían postergados en el enriquecimiento de los caudillos y sus adeptos. En la primera etapa no participan las ciudades. En la segunda, es la reacción contra el centralismo de la Corona sobre el Perú ante la intervención económica y política que nombra autoridades y dicta nuevas leyes contra los encomenderos, protagonizada por Blasco Núñez de Vela contra Gonzalo Pizarro, la rebelión de Hernández Girón. La multitud de la Colonia fue, más bien, callejera, religiosa, áulica, con procesiones y celebraciones fastuosas en Lima, como centro del poder virreinal.
III
Durante el siglo XIX tuvimos casos de violencia y excesos, según Basadre, como las elecciones parlamentarias y presidenciales de 1840, 1842, 1845, 1851, 1855, 1865, 1867, 1872, 1876, 1886, 1890, 1895, 1899, en la que todas fueron simples fórmulas para consolidar un triunfo bélico. La guerra y violencia precedían el proceso electoral. También están las guerras por la independencia (1811-1824). Pero, fueron cuatro movimientos populares auténticos los que causaron guerras civiles –más bien conflictos internos— de Orbegoso y Bermúdez-Gamarra (1834); Vivanco y Ramón Castilla (1844); Echenique y Ramón Castilla (1854); Prado contra Pezet (1865); Cáceres e Iglesias (1884-1885); Cáceres con Piérola (1895). La historia se repite con insólitas coincidencias: la primera, es la asonada del 5 de febrero de 1865, contra el tratado Vivanco-Pareja a raíz de la ocupación de las islas Chincha, que propició la revolución de Mariano Ignacio Prado para derrocar al presidente Pezet, tuvo su símil el 5 de febrero de 1975 con saqueos por el paro de la propia Policía (Guardia Civil) contra el gobierno militar instalado en octubre de 1968; la segunda, fue el gran paro nacional del 19 de julio de 1977 que obligó la convocatoria a elecciones constituyentes y generales, pero la marcha del 19 de julio del 2023, ha sido un rotundo fracaso.
Queremos un Perú igualitario, mestizo, democrático y no pro-aymara.
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