Jorge Varela
La utopía que no fue
El regreso a un pasado inmodificable
El conocido ex-dirigente socialista chileno Jorge Arrate expuso –al inaugurar el “Seminario Internacional Utopía(s)”, en 1993, mientras ejercía de ministro de Educación– que cuando estudiaba matemáticas aprendió lo que son las ‘funciones asintóticas’, “aquellas en que aplicado el concepto de infinito, tienden sin nunca llegar al cero, al límite”. En su opinión, “la utopías también pueden pensarse como esas funciones, realidades no realizables a carta cabal, a las que jamás se llega, pero por las cuales siempre, quizá, vale la pena seguir bregando” (discurso inaugural. Agosto de 1993, Santiago de Chile).
En ese mismo encuentro dijo que la circunstancia de que el tema fuera tratado desde el Estado era para él una paradoja, pues –según explicó– “las utopías que conocí a lo que aspiraban era a su desaparición”. Aunque reconoció que se había acercado a ellas “más por la emoción que por una reflexión sistemática”. ¡Qué gran confesión! No por nada han transcurrido 30 años.
¿Qué son hoy las utopías? ¿Tan solo un relato alucinante, un delirio de la imaginación, una pesadilla imposible de olvidar? ¿Murieron todas las utopías? Para los seguidores del filósofo Ernst Bloch seguirá habiéndolas porque la creatividad y la imaginación son expresiones humanas intrínsecas.
Ernst Bloch y la función utópica militante
Bloch definió la utopía como un “órgano metódico para lo nuevo, fundamentación objetiva de lo que está por venir”, precisando que la utopía es ‘algo’ que nos conduce a la creación de lo que él llama el novum, (lo nuevo), aquello que todavía no existe, que no ha existido jamás pero que es posible (El principio esperanza. Tomo I).
Pero Ernst Bloch dio un paso más y señaló que la utopía tiene una función. Esta ‘función utópìca’ es demoledora: “su ratio (razón) es la ratio indebilitada de un optimismo militante. Es el contenido del acto de la esperanza”.
Dicha función utópica está orientada hacia el futuro porque es el ámbito de posibilidades al alcance. El pasado se ha cerrado y es inmodificable, el presente es efímero; sólo el porvenir está en nuestras manos. Es desde allí donde se puede proyectar este futuro mejor: una utopía posible, concreta, que genera esperanza y mueve a los seres humanos a luchar para concretarla mediante el denominado optimismo militante.
“Más allá de las utopías lo que permanece (entonces) es la función utópica” (“La función utópica en Ernst Bloch”. Isidro Manuel Javier Gálvez Mora. Unam - México)
U-topos, el no lugar de Tomás Moro
El neologismo “utopía” fue derivado por Tomás Moro del griego ‘u-topos’, expresión que significa “no lugar”, ninguna parte. Es decir, un ámbito no existente, pero que podría llegar a ser real; que se piensa como posible o, al menos, como deseable (“La mejor república y la isla de utopía”, año 1516).
Con razón el filósofo Humberto Giannini se preguntaba: “¿desde qué lugar hablamos de lo utópico y de lo que no lo es?” (“Utopías de lo efímero”, Seminario Internacional referido)
Si la utopía deseable no llega a tener lugar “habría que observar con suma cautela para proclamar su fin en la vida del hombre”, decía Giannini. En las últimas décadas hemos visto el derrumbe de muchos proyectos en la historia, como el derrumbe de una sociedad sin clases y otras aspiraciones. No obstante, “la utopía, al menos, tiene la fuerza de lo ideal irrealizable en este mundo; que en cierto sentido, lo mueve hacia arriba”. Lo importante entonces, esto sí podemos decirlo esperanzados, es que no mueran los fundamentos valóricos y los anhelos legítimos consustanciales a la vida del ser.
La utopía que no fue, siempre es más fuerte
El mismo Jorge Arrate del preámbulo inicial, ex-dirigente socialista y allendista o allendista y socialista-comunista –cualquiera sea el orden de su autocalificación– ha declarado que “las ideas de entonces no son una guía para la política de hoy. Pero sirven de inspiración y de recuerdo del deber político de actuar sobre la base de nuestros principios”. ¿Qué principios?
Según señala: “la composición de clases, entre otros factores, es muy distinta de lo que era (en época de Salvador Allende) y la sociedad ha mutado en todas sus dimensiones. Las organizaciones políticas seguirán existiendo, pero tenemos que imaginar cómo deben ser para cumplir su tarea transformadora y cómo podrán sellar un nuevo entendimiento con los movimientos y organizaciones sociales tal como son hoy día. Aquí, como en muchos otros ámbitos, el calco o la copia del pasado no nos sirven” (entrevista. Radio Bío-Bío, 8 de abril de 2023).
Como se trata de postulados que yacían en el suelo incluso antes de la caída del muro de Berlín y de las desastrosas experiencias del socialismo real –entre ellas la chilena– permanece una duda principal: ¿las ideas de antes -esas originales a las que aún adhiere- son inservibles como faro de orientación o se convirtieron en luces apagadas?
Surgen además con fundamento, varias otras preguntas. He aquí algunas: ¿cuál es hoy su verdadera intención?, ¿construir una izquierda nueva sin vínculo con la historia política chilena del siglo XX o una con raíces afincadas en el ‘terreno baldío y catastrófico de los años sesenta-setenta’? Aunque Arrate ha hecho esfuerzos por bajar a tierra y poner sus pies en la real-realidad, todavía se columpia entre la nostalgia de sueños no cumplidos y el deseo maldito de una utopía marxista que no fue. ¿Será esta pesadilla su opción final no explícita?
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