Alberto Orellana
Informalidad: refugio y trampolín
Ha sido la gran solución para los pobres en los tiempos de crisis.
A mediados de 1990 nadie hubiese imaginado que en 25 años el Perú sería uno de los países más exitosos de América Latina, tras triplicar su PBI y reducir drásticamente la pobreza. En 1990 el Perú atravesaba una situación caótica producto de una larga crisis económica que adquirió proporciones gigantescas durante el primer gobierno populista de Alan García. El ingreso per cápita cayó un 30% de 1987 a 1990 y la inflación pasó de 7000% en ese último año. Más de la mitad de los peruanos vivían en la pobreza y por si fuera poco Lima estaba sitiada por la brutal banda maoísta Sendero Luminoso.
Para muchos, el Perú estaba ad portas de una revolución comunista, pero ocurrió justamente lo contrario: el pueblo desencadenó una revolución capitalista sin precedentes que fue posible por la fuerza de las ideas libertarias, la audacia política de Alberto Fujimori y el talento emprendedor de millones de peruanos.
En 1990, se sabía poco de Fujimori. Su mayor capital político era no pertenecer a las desprestigiadas elites del país. No tenía un plan de gobierno, sólo la promesa de no hacer el cambio radical que propuso Vargas Losa. Pero fue justamente lo que hizo para estabilizar la economía, diez días después de llegar al poder.
El fujishock frenó la inflación eliminando subsidios indiscriminados y reduciendo drásticamente el déficit fiscal. Estas medidas se complementaron con la reinserción del Perú en el sistema financiero internacional, la privatización de las empresas estatales, el recorte del gasto público y la liberalización de los mercados de bienes, servicios, capitales y trabajo.
A partir de 1993 se inició una fuerte recuperación que se reflejó en logros significativos: el saneamiento de las cuentas fiscales, la derrota de la inflación y el retorno de los créditos externos. Pero el crecimiento se interrumpió en 1998 debido a sucesivas crisis internacionales y a la convulsión política interna. Fueron cuatro años de recesión, hasta que Fujimori cayó en noviembre del 2000.
A partir del 2002 se inició un periodo de extraordinario crecimiento económico y reducción de la pobreza. El PBI se duplicó del 2001 al 2012, la pobreza cayó de 54,7 a 23,9% y la pobreza extrema de 24,4 al 4,7%.
Una factor importante fue el boom de las materias primas, pero ello solo no lo explica. Hubo otros factores importantes: la inversión privada nacional y extranjera y el surgimiento del empresariado emergente. Todos los factores juntos desataron el círculo virtuoso de crecimiento, empleo y bienestar económico, que dio origen a las nuevas clases medias.
Sin embargo, según el Instituto Nacional de estadística e Informática (INEI), en el 2012, el74% de la fuerza laboral (12 millones de personas) tenía un empleo informal. Esta cifra es impactante, pero menor frente a otras registradas anteriormente. Este es un fenómeno clave para comprender la evolución de la pobreza en el Perú.
El sector informal se ha expandido en momentos de retroceso económico y se contraído cuando el país crece. Es decir la informalidad ha sido tanto el gran refugio como el trampolín del progreso de los pobres: los ha acogido en los tiempos difíciles y les ha permitido ampliar sus actividades y hasta pasar al sector formal, cuando las condiciones han mejorado.
En vez de ser un problema, como se planteaba tradicionalmente, la informalidad ha sido la gran solución para los pobres en tiempos de crisis. Es la gran revolución que le ha cambiando el rostro y el alma al Perú. El pueblo peruano no siguió a Sendero Luminoso, sino el luminoso sendero del capitalismo de los pobres.
Por Alberto Orellana Kontoguris
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