Javier Agreda

Hijas de su madre: un policial naif

Sobre la recién publicada novela de la escritora Leydy Loayza

Hijas de su madre: un policial naif
Javier Agreda
09 de agosto del 2024


La periodista y escritora Leydy Loayza (Ica, 1985) publicó hace cinco años su primera novela,
Cuerpo de agua (2019), dando inicio a una ambiciosa trilogía de libros policiales protagonizados por Alma Gonzales –una periodista de investigación iqueña que bien podría ser el alter ego de la propia autora– relatos que se centran en la denuncia de redes delincuenciales y la corrupción en el Perú. La saga continuó con Después los muertos (2022) y culmina con la recién publicada Hijas de su madre (Academia Antártica, 2024), que explora el oscuro mundo de la trata de personas y la esclavitud sexual en las zonas más remotas del país.

La acción en Hijas de su madre comienza in medias res, con Alma escapando herida y al borde de la muerte del lugar donde los delincuentes tienen cautivas a las adolescentes que prostituyen. A medida que avanza la historia, se desvela lo que subyace a esta vertiginosa secuencia inicial: una serie de jóvenes provenientes de los barrios más pobres, desaparecidas sin dejar rastro; policías que reciben las denuncias pero no hacen nada para encontrarlas, lo que impulsa a Alma a investigar por su cuenta. Cuando finalmente reúne suficientes pistas sobre la red de tráfico de personas —que involucra delincuentes, policías y hasta importantes autoridades— decide infiltrarse en ella, primero como mensajera y luego como amante de uno de los cabecillas. Tras numerosos y violentos eventos, logra liberar a las jóvenes.

Esta trama podría ser la base para una buena novela, pero también para una efectista película de acción. Y la forma en que Loayza desarrolla la historia se inclina más hacia lo segundo, lo que se evidencia desde el título y la portada del libro. A eso se suma la “inocencia literaria” que predomina en todos los elementos de la narración, desde la elección del nombre del sicario encargado de mantener prisioneras a las jóvenes, llamado precisamente Sicario, hasta la detallada descripción del apuñalamiento de Alma: “Los perros de Sicario no tenían la menor lección de anatomía. Lo único que sabían era que no debían tocar el corazón… Una vez que terminaron conmigo, se dieron cuenta de que el corte era grande y brotaba mucho líquido, más del que seguramente habían previsto. Intentaron coserme, mientras mordía la cuerda que me sujetaba…”. ¿Los asesinos intentaron coserla, como si fueran médicos, para detener la hemorragia?

Este tipo de situaciones, que rozan lo absurdo o inverosímil, abundan en la novela. Por ejemplo, Alma pasa en cuestión de minutos de ser una desconocida para los delincuentes a formar parte de la banda. Sin embargo, lo más naif de la obra está en su estructura y lenguaje. Casi la mitad del libro se dedica a sucesos que no tienen ninguna relación con la historia central; en particular los encuentros sexuales de Alma con hombres de todo tipo. “Esas escenas me salen natural”, confiesa la protagonista y narradora. También hay descripciones detalladas de sus visitas a diversas ciudades europeas (Milán, Barcelona, París, cada una con su propio capítulo), en las que Alma demuestra ser una experta en “vinos de alta gama”, solo una más de sus extrañas aficiones.

En cuanto al lenguaje, la novela presenta problemas de puntuación, errores gramaticales y semánticos, y una cierta confusión en el uso de las imágenes y recursos retóricos: “Y cuando no lograba sus objetivos, petardeaba a los alfiles del gobierno, empezando por sus ministros, minando poco a poco la zona, como una zorra que celebra su espacio y las presas que se come”. Estos detalles demuestran además que el libro no ha pasado por las manos de un editor ni de un corrector, por lo que parte de la responsabilidad recae en la editorial.

Finalmente, las páginas más interesantes de Hijas de su madre son aquellas en las que aparece Mauricio, el amante “maduro” de Alma, un personaje claramente basado en el periodista y escritor Eloy Jáuregui (1953-2024): “Mauricio era un hombre total, un poeta total, un cronista crónico, un demente de las letras, un genio desahuciado”. Son dos capítulos completos —que tampoco guardan relación con la trama— en los que se cuenta su triste final: “Estuvo frente a la muerte en más de una ocasión. Producto de sus interminables borracheras, la diabetes crónica, su mal del corazón, el covid, que le agarró tres veces o el simple hecho de ser viejo, genio y rebelde”.

Javier Agreda
09 de agosto del 2024

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