Oscar Silva Valladares

Gesta militar de Simón Bolívar en el Perú

Su admirable voluntad de triunfo incluso en los momentos más difíciles

Gesta militar de Simón Bolívar en el Perú
Oscar Silva Valladares
06 de agosto del 2024


Simón Bolívar entendió la necesidad imprescindible de una intervención militar en el Perú para concluir la independencia hispanoamericana en América del Sur. Esta comprensión y su voluntad de participación militar en el Perú es expresada en enero de 1817 en una carta al coronel venezolano Leandro Palacios. A la llegada de San Martín al Perú, Bolívar le ofrece su colaboración en enero de 1821, hace gestiones iniciales para concretar su intervención con el vicepresidente colombiano Santander y confirma su apoyo a San Martín en agosto de 1821, iniciando también gestiones con Cochrane para el transporte de tropas colombianas al Perú el mismo mes. En agosto de 1821 Bolívar expresa la necesidad de protección a Colombia como justificación para intervenir en el Perú, y en noviembre de 1821 manifiesta con pragmatismo la necesidad de cooperación continental, ya sea ayudando a San Martín en el Perú o requiriéndole su apoyo en la campaña de Quito.

Luego de la victoria de Pichincha en mayo de 1822, Bolívar reitera su ofrecimiento de ayuda militar a San Martín, e insiste en lo mismo al expandirse la guerra al sur de Colombia en agosto de 1822 y el mes siguiente alerta nuevamente sobre la amenaza que representaba la presencia militar española en el Perú. Frente al escepticismo de Santander, Bolívar persiste nuevamente en hacer énfasis en marzo de 1823 sobre la necesidad existencial de intervenir en el Perú por el bien de América, afirmando meses después “Yo no veo solidez ni estabilidad mientras exista en cualquier punto de América un ejército real”. A su llegada al Perú, en diciembre de 1823 Bolívar opina sobre la relativa superioridad estratégica para defender a Colombia que el Perú tenía sobre Quito, y se empeña en reafirmar en marzo de 1824 su convicción sobre la importancia crucial del Perú para la independencia hispanoamericana.

Para entender la labor de Bolívar desde su llegada al Perú en setiembre de 1823 debe apreciarse el estado catastrófico del país desde una perspectiva militar: tres campañas fracasadas, el territorio independiente reducido al norte del Perú, desmoralización y sedición al interior de las tropas y solidez del poder realista por su posicionamiento central, superioridad numérica, disciplina militar y alta moral.

Desde mediados de 1822 Bolívar manifestó sus reservas sobre la suerte de los independentistas en el Perú al tener una clara percepción sobre la situación político-militar peruana: un triunvirato gubernativo – integrado por José de La Mar, Felipe Antonio Alvarado y Manuel Salazar y Baquíjano - sin capacidad decisoria y sujeto a las deliberaciones del Congreso, la limitada experiencia del general rioplatense Arenales y la composición multinacional del ejército sin un firme liderazgo. En aquella época Bolívar cuestionó la capacidad de lucha de los peruanos pero no como crítica a ellos sino como resultado de la falta de una fuerte conducción en tiempos de San Martín, quien nunca penetró a la sierra a entender el verdadero teatro de la guerra, vacío que Bolívar confiaba llenarlo con su presencia tal como menciona a Santander en mayo de 1823. Que esa crítica no se refería a los peruanos como tales se refleja también en la admiración de Bolívar al ejército realista, compuesto mayoritariamente por peruanos, como recuerda a Santander en diciembre de 1823.

Dada la aciaga situación del Perú, Bolívar debió tomar el mando absoluto político-militar desde su llegada al Perú en setiembre de 1823 y no en febrero de 1824, lo que hubiera al menos contenido la doblez y las intrigas de Riva Agüero y Tagle. No obstante esta tardanza, Bolívar organizó con rapidez y eficiencia la llegada de tropas colombianas en 1823.

San Martín no se molestó en penetrar al corazón del Perú donde se encontraba el núcleo de la fuerza española; Bolívar, por el contrario, comprendió la clave del poder español desde un primer momento y decidió ingresar a la sierra a su llegada al Perú tal como expresa a Santa Cruz en setiembre de 1823. Frente a la brecha entre el poderío realista y el patriota, Bolívar dio una lección extraordinaria de mando basada en su íntimo compromiso y participación directa en las actividades militares a todo nivel, desde el entrenamiento y habituación de las tropas a las alturas hasta la instrucción sobre la manufactura de herraduras, compromiso que le llevó inclusive a renunciar a la presidencia de Colombia en enero de 1824 para fortalecer su atención a la situación peruana. En carta a Sucre en diciembre de 1823, Bolívar resume sus responsabilidades: “Debemos hacer marchar mucho a nuestros soldados por las punas, para enseñarles a respirar el soroche y a saltar por entre las peñas como los guanacos. Necesitamos, ante todo, conocer el país y contar con los medios: después, discutir si nuestros medios son de ofensa o defensa; después, colocar estos medios, y después emplearlos”.

La admirable voluntad de triunfo de Bolívar aún en los momentos más difíciles tiene una muestra incomparable en su respuesta al coronel Joaquín Mosquera en su lecho de enfermo en Pativilca en enero de 1824, gesto destacado profusamente y con justicia en la historia. El carisma de Bolívar y su verbo tuvieron gran impacto en la moral de las tropas, siendo una muestra espléndida su proclama en Rancas del 2 de agosto de 1824 días antes del combate de Junín.

Bolívar fue un atento observador de la compleja geopolítica europea y de su impacto en la lucha independentista en América. Su perspicacia se manifiesta por ejemplo al advertir el acuerdo Iturbide-O’Donojú y un temido arribo de Fernando VII a México percibidos como medios para consolidar el poder español en Hispanoamérica y, por tanto, la necesidad de redoblar los esfuerzos por la independencia tal como advierte a San Martín a fines de 1821. Bolívar contempla a la distancia la invasión francesa de España en apoyo de la causa absolutista iniciada en abril de 1823 y que limita las alternativas de Inglaterra en favor de la independencia americana, el interés de Inglaterra en la independencia americana en el contexto de su confrontación con la Santa Alianza y la posibilidad de propiciar un pacto con Inglaterra. En agosto de 1823 expresa sus reservas sobre un intento de alianza de Inglaterra con Colombia, Chile, Buenos Aires y el Perú que podría involucrar a las excolonias hispanoamericanas en conflictos extra-continentales, y en diciembre de 1823 especula sobre un posible entendimiento anglo-español que podría afectar la neutralidad de Inglaterra respecto a la independencia del Perú.

Frente a la oposición de Santander, quien prefería tener tropas en Colombia como precaución ante una eventual intervención franco-hispana en América, Bolívar tuvo la premonición de entender el verdadero significado político de la restauración del absolutismo español en 1823 y las pocas posibilidades de que este acontecimiento fuera un preludio de una invasión europea a América. Previsoramente, Bolívar también fue consciente del poderío económico de Inglaterra y la desigualdad de Hispanoamérica para tener una relación equitativa con ella. El peligro de un conflicto con Brasil inspirado por la Santa Alianza, así como la necesidad de expulsar a los españoles de Chiloé, determinaron también en la mente de Bolívar la necesidad de mantener tropas colombianas en el Perú.

Bolívar fue acusado de fomentar intrigas para dividir internamente a los peruanos y así poder consolidar su poder, cargo epitomizado en una discutida carta a su ministro colombiano Tomás Mosquera de 1822 en la que supuestamente afirma que “es preciso trabajar por que no se establezca nada en el país y el modo más seguro es dividirlos a todos”, escrito desmentido como apócrifo por el mismo Mosquera en 1852. Sin conocer el desdicho de Mosquera, el antiguo preceptor de Bolívar, Simón Rodríguez, publicó esta carta en 1830 y la justifica como una rutinaria necesidad de la política.

Las decisiones de carácter militar en relación al Perú que Bolívar tomó antes de las victorias de Junín y Ayacucho, e inclusive con anterioridad a su llegada a Lima en setiembre de 1823, han sido criticadas por una gran parte de la historiografía peruana de manera contradictoria. Por un lado se le acusa de precipitación al enviar tropas al Perú y por otro se insiste en que esas tropas deliberadamente no fueron utilizadas en beneficio de la lucha independentista y más bien propiciaban el colapso militar peruano para justificar su llegada.

Al regreso de su entrevista en Guayaquil a finales de julio de 1822, San Martín confirma el ofrecimiento de ayuda militar de Bolívar que se concreta con tres batallones. En camino al Perú, al llegar a Guayaquil las tropas colombianas fueron acusadas de haber apoyado los designios de Colombia sobre Guayaquil, tal como el mismo Bolívar reconoce, pero se afirma también que dichas tropas al arribar al Perú tenían el objeto de fortalecer y facilitar la llegada de Bolívar, ignorándose que él informó claramente a las autoridades peruanas sobre la necesidad de cautela y espera del envío de fuerzas adicionales para evitar fracasos, tal como escribe en setiembre de 1822 a los ministros de estado del Perú y Chile.

Al enterarse de los debacles independentistas en Torata y Moquegua de enero de 1823 que comprometían seriamente los esfuerzos independentistas, Bolívar decide el envío de una división de 3000 tropas. Con miopía histórica se afirma que estas tropas ingresaron al Perú sin autorización previa oficial porque Mariano Portocarrero –representante de Riva Agüero quien en Guayaquil acuerda en marzo de 1823 con el general venezolano Paz del Castillo el ingreso al Perú de 6000 tropas– no tenía autoridad para firmar un tratado, concluyéndose que este envío fue una muestra de la ambición y precipitación de Bolívar. Parte de la historiografía no parece apreciar con plenitud las urgentes necesidades militares durante el último periodo de lucha y que inclusive llevaron a Bolívar a ordenar decomisos y apropiación de bienes de la iglesia, eventos que simplistamente son considerados como síntomas generales de corrupción.

La historiografía ha criticado con frecuencia la actitud de Bolívar frente a la segunda campaña de puertos intermedios que parte del Callao en mayo de 1823 cuando Bolívar aún se encontraba en Colombia. Bolívar había elogiado inicialmente el plan de acción de Riva Agüero pero días después, al enterarse que la misión no contaba con un mínimo de 8000 tropas, tal cual había recomendado, critica la expedición y vaticina que será “el tercer acto y la catástrofe de la tragedia del Perú”. La renuencia a apoyar la expedición con tropas colombianas que ya se encontraban en el Perú ha sido también caracterizada como una muestra de la malicia de Bolívar.

La precaria situación militar del Perú desde su llegada, aunada a la disensión de Riva Agüero, el retiro de las tropas chilenas, el alzamiento de la flota en favor de Riva Agüero y la caída del fortín del Callao llevaron a Bolívar a insistir y elevar sus pedidos de ayuda militar a Colombia, pedidos que llegaron a 16,000 tropas en febrero de 1824. La mayor parte de las tropas colombianas que había solicitado solo llegaron después de las victorias de Junín y Ayacucho, lo cual es un elocuente testimonio de su fructífera labor militar en el Perú.

Oscar Silva Valladares
06 de agosto del 2024

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