Juan C. Valdivia Cano
Fragmentos de un discurso amistoso (I)
Una polémica sobre derecho y literatura
“(...) Pero en esas clases del doctor Gulman, el Derecho
parecía más profundo e importante que lo meramente
asociado a los litigios: una puerta abierta a las filosofía,
a la economía, a todas las ciencias sociales”
El pez en el agua
Mario Vargas Llosa
Con motivo de la presentación de La pluma y la Ley, excelente libro de Carlos Ramos Núñez, se reavivó en Arequipa una polémica sobre derecho y literatura a partir de unos comentarios muy interesantes y agresivos (en el mejor sentido) de parte del profesor arequipeño Willard Díaz (Revista Derecho. Nº 5. Universidad Nacional de San Agustín). Al respecto, por ahora sólo quiero hacer algunas preguntas a propósito del lenguaje y el derecho (seguro que hay muchas más). El problema del lenguaje es más importante de lo que parece a la mayoría, incluso a algunos de los que trabajan con él, como los abogados.
En buena parte, el problema de la educación, tantas veces declarado fundamental por tutti mondi, es un problema de lenguaje. Habla o escribe y te diré quién eres, se podría decir. Esto es evidente en lo que se refiere a la literatura y al derecho que aquí nos interesan particularmente: están hechos de lenguaje y son inconcebibles sin él. Este ensayo hace evidente ese vínculo, aunque el objetivo principal es tratar de plantear más claramente la discusión.
Quizá por lo compleja y hasta nueva (en nuestro medio regional), creo que en esta discusión no están claramente establecidos los “puntos controvertidos”, como se dice en el juzgado. Eso es lo primero que se tendría que hacer para que la discusión sea más fructífera, hasta que ese entrecomillado sea claro y distinto (como pide el “Discurso del método”) los puntos controvertidos tienen que estar claros. Eso implica que uno opina sin malicia o dolo, pero también sin temor a las consecuencias que pueda ocasionar la propia opinión, que siempre podrá ser contestada, replicada y duplicada. Si hay buena fe, todo debe poder decirse. Una opinión no es una verdad. Eso hace posible la tolerancia. Basta con poner sobre el tapete las ideas y guardar el debido respeto y la cortesía. Se intenta aprovechar el libre cambio de ideas, mientras se pueda. Por lo demás, es poco inteligente hacerse de enemigos gratuitamente haciendo críticas malévolas, o sea sin fundamento. Al revés: la polémica evita el uso de la fuerza bruta, es condición insoslayable de la paz, porque hace innecesaria la violencia. Polemizan las ideas, más que los amigos. Mientras más polémicas o discusiones, mejor para todos. Ahora al grano.
En su artículo “Contra las lecturas jurídicas de las novelas (Revista Derecho Nº 7, UNSA, Arequipa) Willard Díaz se ocupa específicamente del uso no literario de las novelas. Y como es el único que en nuestro medio lo ha hecho, hasta donde sé, me atengo a su artículo que, además, está pulcramente escrito. Ha cumplido con promover la discusión iniciándola. En ese artículo nos habla de un cierto “afán imperialista de la teoría literaria… [que] amenaza arruinar las vías abiertas a la práctica interdisciplinaria”. ¿Eso significa que cierta teoría literaria, impide la práctica interdisciplinaria o la dificulta? ¿cuál? ¿cómo? ¿entiendo mal? Eso ocurrirá, según él, si es que “se abandona el requisito epistemológico mínimo de la ciencia que demanda coherencia entre objeto, teoría, método y casuística”. Pero no define, ni describe de manera suficientemente exhaustiva, ese “afán imperialista de la teoría”, no señala si se refiere a una teoría específica o en general, en qué consiste exactamente, salvo error u omisión: ¿se trata de incoherencia lógico formal?, ¿o de consistencia argumentativa lógico jurídica?, ¿o ninguna de ellas?
Me da la impresión de que las respuestas se dan por supuestas y se invita tácitamente a que el lector las extraiga del contexto. Willard no señala con precisión por qué y cómo ese afán denunciado “amenaza arruinar las vías abiertas a la práctica interdisciplinaria”, ¿cómo las arruinaría?, ¿qué hace para arruinarlas? No lo dice explícitamente. Siento que la denuncia no está muy clara o es algo genérica (se limita a señalar la confusión entre ficción y realidad en general y la confusión de carácter entre ciencia y ficción, si no interpreto mal). Por eso tengo más preguntas que respuestas. Y a eso me estoy cuasi limitando en este cuasi interrogatorio. No insinúo que no exista esa confusión, ni mucho menos. Ni que mi punto de vista sea neutro: todos opinamos a partir de una perspectiva (situada y condicionada) no a partir de “la verdad” o, más exactamente, de la mentira de “la verdad”. Por eso nos ocupamos también de “la verdad de la mentira”.
Otra interrogante que plantean estas aseveraciones de Willard Díaz tiene que ver con el estatuto de la “teoría literaria”. Lo que entiendo es que la teoría literaria tiene por objeto la literatura: la lectura, la interpretación y juicio crítico de las obras literarias: novela, cuento, poesía y tal vez ensayo y del discurso crítico sobre ese juicio, que puede ser muy creativo (en un posible devenir literatura). Su objeto es, en consecuencia, un objeto artístico: la obra literaria. Su función básica es valorativa, estimativa, tanto en el que crea como en el que critica o hace teoría literaria; no explicativa, representativa o “reflejo” de la realidad. Más que científica (disciplina cognitiva especializada) es hermenéutica, asunto interpretativo..
Los signos y los símbolos no reflejan nada, no tienen sentido sin interpretación subjetiva –valga la redundancia- no son concebibles sin intérprete. El lenguaje es signo y símbolo a interpretar. El autor y el lector crean sentido al escribir y al interpretar. La interpretación no es una operación cognitiva, científica, que se sepa. ¿La literatura o su crítica o su teoría pueden considerarse ciencias u objetos científicos?, ¿se les puede aplicar el método científico, suponiendo que haya un solo método científico a priori?, ¿la literatura, o su crítica, son disciplinas del conocimiento esencialmente?, ¿Vargas Llosa es un científico cuando hace crítica literaria en La orgía perpetua, o en Utopía arcaica, o en sus libros sobre Víctor Hugo, Onetti, Borges, etc.?
El lector puede leer por distintas razones válidas, algunas más acá o más allá de la teoría literaria, siendo la principal el goce o el placer de leer. Y como se trata en particular de la novela, “el corazón de la expresión literaria moderna” (en el corazón de nuestros problemas premodernos) empezamos, como lectores, con su sentido. Responde Milan Kundera: «Todas las novelas se orientan hacia el enigma del yo. En cuanto se crea un ser imaginario, un personaje, se enfrenta uno automáticamente a la pregunta siguiente: ¿Qué es el yo? ¿Mediante qué puede aprenderse el yo? (…) Husserl creía ver el origen de la crisis en el carácter unilateral de las ciencias europeas que habían reducido el mundo a un simple objeto de explicación técnica y matemática y habían excluido de su horizonte el mundo concreto de la vida, die lebenswelt, como decía él (…) El desarrollo de las ciencias llevó al hombre hacia los túneles de las disciplinas especializadas. Cuanto más avanzaba en su conocimiento, más perdía de vista el conjunto del mundo y a sí mismo, hundiéndose así en lo que Heidegger, discípulo de Husserl, llamaba, con una expresión hermosa y casi mágica: el olvido del ser.» (El arte de la novela). Estas ideas de Kundera ¿están dentro o fuera de la literatura? ¿son ciencia? ¿son científicas?
No se puede negar la relación de la literatura con la vida social (teniendo en cuenta que el derecho es intrínsecamente social) porque son inseparables concretamente y la literatura aunque no imita la realidad; se ocupa de ella, concreta, completa y en movimiento y le agrega un plus. El derecho es uno de los aspectos de dicha vida social. El ser sólo es concebible en relación con otros, en contexto, en un lugar y tiempo, en sus circunstancias y en su movimiento. Barthes recuerda a Benveniste: “la lingüística es lo social mismo”. Y Tynianov, formalista ruso, se pregunta: «¿Cómo y en qué entra la vida social en correlación con la literatura?» Y responde: «La vida social, tiene diversos componentes y fases, y es sólo la función de estas fases lo que es específico en ella. La vida social entra en correlación con la literatura antes que todo por su aspecto verbal (...) Esta correlación entre la serie literaria y la serie social se establece a través de la actividad lingüística, la literatura tiene una función verbal en relación a la vida social».
Y la vida jurídica y la obra literaria son básicamente eso, expresión escrita u oral a través del lenguaje: “función verbal”. Esta es una primera relación que hay que señalar, pues, no todo lo que parece tan evidente u obvio lo es para todos . A mi modo de ver, la diferenciación entre realidad y ficción (derecho, literatura, etc.) no puede ser absoluta, si bien se reconoce que cada una tiene sus propios rasgos (pero tampoco “relativa” en el sentido peyorativo del relativismo). Se pueden distinguir en abstracto, pero no separar en concreto. Y lo mismo puede decirse de la literatura moderna en relación al derecho moderno. Un ejemplo paradigmático, que también evoca Kundera, nos ilustra sobre estas y otras conexiones: según Kundera “la vida moderna empieza con el Quijote y no sólo con Descartes”.
En el Quijote se presenta un valor fundamental que es también principio fundamental en el derecho: la justicia, como ya ha sido observado varias veces. El Quijote ha salido de la casa a la aventura, dejando la seguridad y la paz doméstica con una finalidad esencial: “desfacer entuertos”, hacer justicia. El Quijote es valor literario y jurídico a la vez, como el derecho cuando el jurista logra expresarse plenamente. Y la función o el papel que le atribuye a la novela Milan Kundera, gran escritor y gran filósofo, no es sólo literario sino uno mucho más rico y extenso. Por eso es homicida desaconsejar la literatura a un estudiante de derecho (en aras de un pragmatismo sanchopancesco) y por eso es tan importante su promoción en el ámbito jurídico. El jurista, desde Roma, no trabaja con una parte sino con todo “el ser”.
Muchos saben que la literatura no explica, ni refleja la realidad (que por extendida convención se llama “real”) ni pretende hacerlo, salvo que necesite parcialmente tomar uno o muchos de sus aspectos para hacer verosímil la ficción, es decir hacer de la mentira una mejor mentira, una más eficaz y generar con éxito las impresiones a provocar. La obra literaria no quiere ser objetiva sino expresiva, la literatura no es una disciplina cognitiva sino artística o simbólica, una manera de develar el velo creando otro. La literatura y su crítica no reflejan o reproducen lo real si no que lo simbolizan y lo significan integralmente y en movimiento, sin imitarlo: lo crean.
En vista de lo anterior, suponiendo se acepte la hipótesis planteada, preguntamos: ¿por qué el método científico sería el más adecuado o “coherente” en literatura? Esto supondría que la teoría o la crítica literaria sólo se limitan al conocimiento del objeto literario. Si así fuera, ya no podría haber ni teoría ni crítica, sino descripción pura (o la opción de Pierre Menard) Sin embargo ¿no son los juicios críticos sobre este objeto lo esencial, los comentarios personales y subjetivos? Si queremos ser “coherentes” con ese objeto literario ¿por qué puede convenir un método “científico” (cognitivo y especializado) y no uno adecuado al objeto artístico literario, que es imposible encerrar en una especialidad?
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