Miguel A. Rodriguez Mackay
El orden mundial del coronavirus
Priorizar las políticas de prevención y de contingencia
Desde que fuera declarada oficialmente la pandemia de la Covid-19, el 11 de marzo de 2020, por la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Nuevo Orden que caracterizará a la vida internacional de los Estados y de otros actores del globo está determinado por los asuntos científicos y tecnológicos ligados a la salud. Eso explica y exige, entonces, que la política internacional y las políticas exteriores de los Estados se involucren muchísimo más en la salubridad porque, guste o no, nuestro destino en el planeta seguirá gobernado por los virus, sus mutaciones y variantes, todavía por algún tiempo más, seguramente más atenuado en la medida que la ciencia sigue haciendo un extraordinario trabajo descubriendo vacunas para mitigar el impacto microbiano que pocos creían una auténtica amenaza para la humanidad, por lo menos en lo inmediato.
No cabe duda de que el contexto pandémico es el nuevo perfil de la sociedad internacional y sus consecuencias van a mostrarnos a un planeta cada vez más profundamente virtualizado, donde las acciones in loco o de campo seguirán siendo desplazadas por las del salón y de la pantalla, que han resultado la manera más eficaz para mitigar los estragos del denominado SARS-COV2.
En medio de todo lo que ha acontecido hasta ahora, y mirando lo que será el 2022 que se acaba de iniciar, nada será mayor a la preocupación humana por preservar su existencia, una cuestión esencialmente instintiva. El azote de la pandemia nos ha remecido y entonces, debemos reconocer que por primera vez –esa es la diferencia con la sociedad mundial postwestfaliana que vio parir al Estado moderno todopoderoso en 1648, al final de la Guerra de los Treinta Años en Europa–, las naciones progresivamente deberán aceptar cada vez con mayor visibilidad y realismo, la subordinación de sus agendas nacionales ante las que seguirán siendo impuestas por la nueva realidad planetaria en que la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el mayor foro político del mundo, está llamado a ser más protagonista que nunca pues si la pandemia altera la normalidad del sistema internacional, es bueno recordar que la principal misión de las Naciones Unidas es el mantenimiento de la paz mundial tal como está consagrado en la Carta de San Francisco firmada el 26 de junio de 1945. De allí que considerando este espíritu internacional, lo esperado es que nadie debería mirar como propia la realidad actual de la variante ómicron que viene impactando a gran parte de los países del globo, poderosos y periféricos, relevantes e insignificantes, etc. Debería ser una mirada colectiva, dada la naturaleza transnacional y transversal de lo que va dejando a su paso el virus.
Sin embargo, un fenómeno contrario a las acciones colectivas propias de una sociedad planetaria herida por una enfermedad común ha sido el deseo de los Estados de volver a las prácticas del unilateralismo. Las recientes reuniones internacionales del G-20 en Roma en noviembre de 2021 y la cumbre sobre cambio climático o Cop26 de Glasgow en Escocia, también por esa fecha, no parecen haber llegado a consensos contundentes que nos trasladen la idea del empoderamiento de las acciones colectivas frente a un mal que aqueja a todas las naciones del mundo. Siendo una contradicción con lo que se pueda esperar por la inmutable presencia de la pandemia, los Estados siguen siendo ganados por sus individualismos de siempre. En efecto, la terquedad de los gobiernos en el planeta apenas fue hallada la vacuna contra la Covid-19, los ha vuelto otra vez a las prácticas del referido unilateralismo enmascarado por la vorágine de los bloques subordinados por la globalización. Un mal ejercicio de los países si tomamos en cuenta que el futuro podría ser más complejo que el presente.
La pandemia está dejando a su paso en los más de dos años que lleva el virus entre nosotros, el haber remecido las estructuras de la gobernanza político-social por el poder mundial, llevando a los actores a repensar las nuevas capitalizaciones que deberán forjar en esta nueva etapa llena de incertidumbres sobre el referido orden mundial aunque lo únicamente claro será que nuestras conductas y nuestras prácticas inexorablemente siguen pasando del mundo material y tangible al mundo del ciberespacio donde la virtualidad sigue consolidándose como nuestro pan de cada día. Ahora hemos entrado sin darnos cuenta en un planeta definidamente plano y no porque reavivemos la tesis de Ptolomeo, sino porque las pugnas por el status de superpotencia no solo vienen desgastando a los protagonistas: Estados Unidos de América y China, enfebrecidos en imputaciones mutuas por la pandemia, una Rusia que no desea desaparecer de la vitrina más relevante de la política internacional, y mientras se produce la emersión cada vez menos silenciosa de la India, como otro de los actores fundamentales en el nuevo orden mundial que ya está en nuestras narices, pues entre los mismos Estados están definiendo cuáles serán las nuevas reglas de sus competencias o rivalidades dado que aunque virtualizados, el mundo seguirá practicando los acuerdos casi siempre por consensos, porque sin éstos en las actuales circunstancias de vulnerabilidad y volatilidad mundiales, el peligro de pasar a una incivilización humana no sería descabellado.
Es verdad que hay cuestiones que la pandemia no va a detener como las pugnas políticas entre los referidos actores relevantes y los conflictos en diversos lugares del mundo. Basta mirar las tensiones de los últimos días entre Estados Unidos y China y entre Estados Unidos y Rusia, así como las guerras focalizadas sobre todo en Asia Central (primero Afganistán y Myanmar, y Ucrania y Kazajistán), desplazando temporalmente al otrora conocido espacio de conflictividad como es el Medio Oriente. Aunque no las detenga de todas maneras, dará un nuevo formato a estas lides de la sociedad humana.
Al inicio del 2022 no podríamos desconocer que el mundo ha cambiado en los últimos dos años por un virus que se ha convertido en un incontenible verdugo de la humanidad a pesar de que un número relevante de seres humanos haya sido vacunado, dejando a su paso, eso sí, más de 305 millones de personas contagiadas y camino a los 5 millones y medio de muertos. Muchos de los científicos a los que sigo atento en sus publicaciones especializadas o en sus declaraciones, refieren que, gracias a las vacunas, todo será menos dramático. Eso es verdad; sin embargo, no hay nada serio que prometa que esta pesadilla vaya a acabar en un plazo medianamente relevante a pesar de que ha habido descensos de víctimas en muchas partes del mundo.
Los seres humanos nos hemos desnudado como los más vulnerables de un planeta que sin nosotros podría seguir existiendo. Lo cierto es que el mundo seguirá siendo otro en adelante. El coronavirus no ha respetado a las naciones poderosas en el mundo. Las ha irrumpido sin requerir licencias, pasaportes ni visas, y las ha acorralado venciéndolas en sus propios egos de tecnologías; y con los países más pobres se ha vuelto más cruel e inmisericorde, como ya estamos viendo en América Latina y en África. Esta es la nueva realidad en el globo que obliga a los Estados a recomponer sus objetivos priorizando –reitero– las políticas de salud.
Desde el realismo político cabe afirmar sin entrar en la exacerbación de que habrá más coronavirus, podría ser el Covid-20, Covid-21, etc. De allí que el mundo debe prepararse para otros tipos de defensa. La experiencia que estamos viviendo acaba de abrir nuevos frentes de vulnerabilidad en el hombre y los gobernantes de las naciones deben advertirlo, es su responsabilidad. Lo que está en juego es la existencia humana. No es que un virus nos vaya a borrar de la faz de la Tierra, pero tampoco es para confiar absolutamente que eso no podría pasar. Podría aparecer un virus que sea ferozmente letal con los niños o los jóvenes. Las políticas deberán ser de prevención y de contingencia.
Es tiempo, entonces, de que el Perú, practique una diplomacia en prospectiva, tomando muy en cuenta el nuevo orden mundial en que nos hallamos, y que sus funcionarios se empapen de los últimos avances en las tareas de prevención contra la enfermedad del coronavirus. No es difícil, solamente hay que tener convicción en querer realizarlo.
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