El liberalismo y la epidemia

El liberalismo no se salió de los libros y el cafetín; por tanto, le falta madurar para ser gobierno. La decisión pública ante una emergencia seria, la movilidad frente a una peste o la organización social a la fuerza parece ser una apostasía, salirse del dogma, pecar como lo haría un testigo de Jehová sometido a una transfusión. Trump está paralizado porque la economía “no se puede arruinar” y se le vence el tiempo (y se le va la reelección). Y el inglés Boris Johnson explica que el darwinismo social es el orden espontáneo de Hayek. “No hagamos nada, morirán millones, serán unos cuantos, inmunidad de rebaño”, dice guardando equidistancia entre las ovejas y los humanos. Una cosa es ser liberal y otra ser idiota (sin alusión).

Si yo gobierno y sé que viene una peste dura, no espero que llegue, no permito coladeras aeroportuarias mientras pienso; cierro las fronteras, impido las clases desde el saque y restrinjo excepcionalmente algunas libertades (sin que haya renunciado a mis principios), porque hasta para martillar un clavo se debe ser práctico, es solo técnica. Si gobierno y sé que unos jóvenes ingenieros de la PUCP, expertos en biomedicina, pueden crear ventiladores mecánicos de emergencia, los financio hoy mismo y los proveo de todas las facilidades para su trabajo de inmediato. No digan que soy de los que subsidia en épocas normales. Si debo ordenar el toque de queda o un fondo para quien no tiene cómo sobrevivir al episodio, intervengo ¿Qué muera el informal, dices mientras extraes tus ahorros? El Estado no es una abstracción cuando se trata de salirse de los libros y viajar desde la teoría a la realidad. Existe la economía de la paz y la economía del conflicto, la racionalidad de la paz y la racionalidad de la crisis.

Es probable que a los liberales (y el autor de estas líneas lo es) no les guste el cambio temporal de racionalidad por un radical cambio de entorno. Cuesta emocionalmente. ¿Saben lo que es el Rebus sic stantibus en el Derecho? Los pactos deben cumplirse, salvo una alteración sustancial del contexto. Ser leal al Tao y al principio de la inercia no es una señal de responsabilidad gubernamental cuando se trata de tomar decisiones difíciles en escenarios peligrosos. 

Aunque este es un virus no tan letal como la gripe española o como la peste negra de 1347, el problema es la manera como estamos organizados. El tema no es el covid-19, sino las deficiencias estructurales que nos hacen vulnerables, la falta de instrumental médico, de hospitales, de organización social; y como se ve, la tendencia del comportamiento humano al descuido, a la irresponsabilidad y hasta a la maldad. Es ese el conjunto asesino, no el virus.

Bien que se actúe con rigor, aunque la idea hubiera sido mejor “cerrar” todos los países antes de la expansión desde Wuhan. Mientras algunos presidentes permanecen en pasmo, como el mexicano López Obrador tratando de detener la peste con un detente (extraviado en su nebulosa) y otros como Ortega (en Nicaragua) amontonan a todos en una marcha contra el virus. 

Esta pandemia nos demuestra que la ideología debe ponerse al margen en las grandes crisis; que el pragmatismo, la inteligencia, la decisión, la organización y la disciplina social detienen tanto a las hordas terroristas como a las pestes; que la primera inversión social es en salud y educación; que la alta informalidad (70%) termina por ser un problema grave y que la educación cívica (tan despreciada) es fundamental en todos los años de escolaridad. Que no se diga que los liberales se convierten en fachos o rojos de pronto. En ocasiones solo son prácticos a su propio riesgo.