Alejandro Arestegui
¿El fin del paraíso nórdico?
Las políticas socialistas han llevado a Suecia al borde del abismo
El aumento sistemático de las tasas de criminalidad en todo el mundo es un fenómeno alarmante de carácter social y está siendo estudiado por la criminología, la sociología y el derecho penal; no pretendo ahondar en la delicada crisis de seguridad que está atravesando nuestro país, a tal punto que a inicio de semana algunos distritos y provincias a nivel nacional han sido declarados en emergencia por la insostenible situación de la inseguridad ciudadana, en este caso me quiero enfocar en Suecia, en el supuesto “un paraíso nórdico socialista”, que con el afán de crear un estado de bienestar inclusivo y multicultural están llevando el país a la ruina total y a convertirse en un verdadero nido de delincuentes y de mafias organizadas que están llevando a la nación escandinava a una grave crisis que puede destruir todo el tejido social sueco en cuestión de décadas.
Estocolmo, Kalmar, Malmo…las principales ciudades suecas están siendo objeto de altos índices de criminalidad como nunca se habían visto en el país nórdico, muchos ciudadanos, dirigentes y políticos, incluso especialistas en sociología atribuyen este fenómeno a la excesiva inmigración que, bajo anuencia del gobierno sueco, ha llevado a millones de ciudadanos de distintas partes del mundo a asentarse en Suecia, siendo los mayoritarios refugiados que huyen de países invivibles como son Siria, Afganistán, países de África subsahariana e incluso, de la propia Rusia, las permisivas leyes migratorias del país han llevado que desde hace décadas la cantidad de migrantes haya aumentado de una manera desproporcionada; y aunque muchos de estos migrantes se han podido establecer y tener hijos que ahora son ciudadanos suecos de pleno derecho, tienen arraigos culturales y una idiosincrasia religiosa, cultural y social tan distinta al de la mentalidad sueca que en palabras de la propia ministra socialdemócrata de Suecia, Magdalena Andersson, manifestó ante la prensa hace ya un año: “La integración de los inmigrantes ha fallado y ha sido el combustible para el crimen organizado”.
La situación es terrible y catastrófica, sin ninguna modestia ni tampoco exageración, es increíble que se observe mediante cámaras de seguridad y por testigos presenciales niveles de violencia alarmantes que jamás se habían visto en Suecia, los actos delictivos que aterran a la población honesta y honrada y que van desde destrucción de propiedad privada, incendio de vehículos, balaceras entre bandas criminales a plena luz del día y en plena calle, secuestros de personas, narcotráfico, extorsión, entre otros. Lo peor es que estos actos delictivos no son fenómenos espontáneos causados por individuos aislados, sino que por el contrario son producto de la división y constante conflicto entre mafias a las cuales muchos jóvenes se integran de acuerdo a su origen étnico, teniendo así mafias de gente que proviene de medio oriente, otras que provienen del África subsahariana e incluso mafias que provienen de los inmigrantes rusos.
Los conflictos entre ellos son constantes, ya sea por luchas de territorio o de influencias, todo esto ante la impotente mirada de los ciudadanos suecos honestos y decentes que observan la incapacidad del gobierno y la inoperatividad de la policía y los servicios de seguridad suecos para controlar la situación. En un país supuestamente avanzado, con un PBI per cápita envidiable por cualquier otro país y con una cultura e idiosincrasia de pacifismo y de resolución civilizada de las controversias es casi imposible imaginarse que la sociedad sueca opte por soluciones drásticas como declarar estado de emergencia, sacar a las calles al ejército sueco o emplear medidas de seguridad como las del presidente salvadoreño Nayib Bukele.
Sin embargo esto al parecer está cambiando, nos estaría llevando a la conclusión de que la sociedad, por más europea, civilizada y avanzada que sea, tiene sus límites de tolerancia y que ante la incapacidad de sus gobernantes y del sistema de seguridad estatal que monopoliza el uso de la violencia los ciudadanos van a terminar eligiendo a políticos que opten por medidas drásticas y aunque algunos mecanismos garantistas y oenegés traten de velar por los derechos de los delincuentes, el apoyo popular y la determinación de políticos nacionalistas que serían apodados por la izquierda, el centro y los tibios socialdemócratas de “extrema derecha”, serían los únicos que propondrán medidas para acabar con estas bandas de crimen organizado que Suecia está incluso exportando hacia otros países de Europa.
Son múltiples los problemas por los cuales está atravesando Suecia, comenzando por la severa crisis económica de inicios de año y una inflación alarmante para los estándares nórdicos, pues los cimientos del estado de bienestar de Suecia están tambaleándose. La fuerza impulsora detrás de esto provino del sector financiero: el sector financiero tenía un doble apalancamiento que hizo desestabilizar a una de las economías más dinámicas de Europa y al mismo tiempo tenía uno de los estándares de protección social más altos del planeta, dañando a las fuerzas crecientes de la industrialización con los precios y tipos de interés cada vez más altos.
La revista Newsweek, publicada por Bloomberg, advierte que el empeoramiento de la situación ha detenido el ascenso social de Suecia, que hasta no mucho era uno de los mejor gestionados del planeta, que pretende acercar a los residentes de ingresos más bajos a los de ingresos medios. Este fenómeno a través de la brecha de “desigualdad” se observa físicamente en el puente Rinkeby-Ursviken que separa uno de los distritos más pobres de Estocolmo, donde familias viven juntas en barrios de más de 100 países y hablan 19 idiomas diferentes separándolas de las zonas residenciales más ricas de la capital sueca.
No obstante, esto lejos de ser un símbolo de la desigualdad sistémica es en realidad la prueba palpable de la incompetencia de los gobiernos suecos precedentes (en los últimos 30 años han predominado los partidos y las coaliciones de centro-izquierda, socialdemócratas o socio-liberales), la excesiva confianza que los suecos depositaron al estado para que este redistribuya la riqueza se está comenzando a debilitar y por ende, a cuestionar si este modelo es justo y sobre todo, perdurable en el tiempo.
Los efectos de la migración son por lo general positivos en materia económica, sin embargo en aspectos como el cultural, la migración no espontánea, es decir, éxodos masivos y forzosos de gente de lugares tan lejanos y ajenos a la idiosincrasia sueca están comenzando a pasar factura; y no sorprendería que el país escandinavo atraviesa por una crisis ya no solo económica, sino de identidad, esa identidad nacional que tantas veces salvó a Suecia de ser absorbida por imperios más grandes o que la condujo a la senda de la innovación y la sustentabilidad; hoy mermada y puesta en peligro por auténticas bandas criminales que hacen que realidades tan preocupantes con el tema de la criminalidad y bandas extranjeras que llegaron camuflados junto con migrantes inocentes y honestos como es el caso de Perú con los venezolanos, República Dominicana con los haitianos o Guatemala con los hondureños y nicaragüenses tengan ahora un ejemplo análogo en la que se creía que era una región a imitar como Europa del norte y que la prensa nos vende como “el paraíso socialista nórdico y su estado de bienestar”, están ahora al borde del colapso.
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