Cecilia Bákula
El esfuerzo final
No es el tiempo de los indecisos, menos de los tibios
Sería poco serio decir que nuestra historia republicana ha sido un lecho de pétalos de rosa. Pero en los últimos 70 años el país no había vivido un momento de tanta gravedad como el actual, pues no solo nos afecta una crisis sanitaria, sino que también tenemos severos problemas, desazón, desorientación y frustración, pues esa crisis se da también y casi con igual gravedad en los campos de la vida política, económica y social, ahondada por sentimientos de ansiedad, preocupación y desilusión. Y para colmar la situación, vivimos una carencia total de valores ciudadanos, lo que en conjunto hace que el panorama futuro sea sombrío.
No obstante, hay una muy pequeña luz que empieza a hacerse más nítida y que podría significar que vislumbremos una esperanza en este momento. Concretar esa esperanza, requiere de un gran esfuerzo final. Es ahora de que los ciudadanos que creemos en la libertad y en la democracia, y que amamos al país y que lo queremos libre, desarrollado, con equidad, justicia y progreso, hagamos ese esfuerzo y que no bajemos la guardia pues no es el momento de los tibios ni de los timoratos. No es el momento de los miedos ni de la desesperanza, es momento de la fuerza final, como quien da las últimas brazadas sabiendo que la orilla está ya muy cerca.
Si hay algo que estamos experimentando en estos momentos, además de la crisis generalizada ya mencionada, es la polarización de la sociedad peruana, fragmentada de tal manera que ello fue evidente en el proceso electoral que vivimos en la primera vuelta: absolutamente anacrónico e incongruente para nuestro momento histórico, y agravado porque muchas fuerzas políticas, con más semejanzas que diferencias, fueron del todo incapaces de unirse para sacar al Perú del momento actual. No obstante ello, es a esos grupos polarizados, a esa población dividida y fragmentada a la que es indispensable convocar para que, en un último esfuerzo, nos unamos en favor de la democracia y la libertad, en favor de un país viable.
Solo en unidad democrática podremos recuperar la esperanza de que el Perú inicie su tercer siglo de existencia mirando un mejor futuro como una real posibilidad que se nos invita a apoyar y concretar. Si bien es cierto que la tarea que se tiene por delante es realmente titánica, realmente colosal, es mejor esa realidad, por tremenda que sea, que caer en manos de un totalitarismo cuya principal virtud, si tuviera alguna, es la habilidad para destruir rápidamente todos los sistema, toda la libertad, todas las esperanzas.
No es este un momento para los indecisos: la historia les reclama decisión. No hay lugar para los tibios porque inclinarán la balanza hacia aquello que ellos mismos repudian. Y ahora, como nunca, cabe recordar aquellas palabras de Cristo, recogidas en el libro del Apocalipsis escrito por San Juan: “Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:15-17). Serán ellos, los ahora timoratos y los tibios los que reclamarán luego que se enderece el árbol torcido cuando en este momento, no ayudaron a poner los puntales necesarios.
Y claro que comprendo que es en un proceso electoral en donde podemos ejercer nuestro derecho, libre y soberano, a elegir. Pero eso ya pasó; esa fue la opción que nuestros sistema nos dio y que ejercimos en la primera vuelta electoral el 11 de abril. Ahora el país se debate ante la posibilidad de elegir entre dos propuestas, sabiendo que una está en las antípodas de la otra, y sin duda sabemos hacia dónde nos conduciría cada una.
Al margen de ello, los ciudadanos y gracias a la irresponsabilidad de personas que han hecho daño al Perú a mansalva, y a otros que han sido secuaces del mal, obsecuentes, incapaces y ladrones, hemos perdido totalmente la confianza en la acción y gestión política. Ello se hace más severo pues en años recientes se atacó a los partidos políticos y se les satanizó, y es así que se percibe que la ciudadanía está como a la deriva. Y ello se reflejó, entre otros aspectos, en el hecho de que se presentaron 18 candidatos que aspiraban a la presidencia. Eso solo demuestra desintegración social, polarización y quiebre de las formas políticas que pueden ser coherentes y conductoras de un destino. Y además puso de manifiesto los personalismos, la soberbia, el afán mesiánico y un caudillismo desfasado ya en el tiempo.
Pero llegados a este momento que nos toca vivir, no queda más que hacer ese último y gran esfuerzo, ese empeño de vida o muerte para llegar a la meta, esa brazada para alcanzar la orilla, ese salto para pasar la valla, ese abrazo masivo para contener la ruina. Y la necesidad de hacer las cosas bien y con energía, con fe y decisión, me trae a la memoria una tarea de verano que nos mandaron a hacer en épocas de infancia: al regresar a clases, la religiosa calificaba el cuaderno de atrás para adelante y nos indicaba que al final, cuando parecía que a uno le faltaban las ganas, había que poner el mayor empeño en lograr hacer las cosas bien y demostrar que aun con cansancio y agotamiento éramos capaces de alcanzar el éxito.
Este no es el tiempo de los indecisos, menos de los tibios. Y por supuesto, están descartados los irresponsables que pudieran creer que de nada vale su voto. Podría ser que por la actitud de estos nuestro futuro sea caer en un pozo oscuro y que el país llegue a una realidad seriamente peor que la que tenemos hoy día; y que sin duda debe cambiar, pero dentro de los cánones de la libertad, la democracia, la legalidad y la responsabilidad. Hoy cada voto cuenta. Y dentro de nuestra imperfecta democracia los ciudadanos tenemos el poder y la responsable obligación de emitir este voto que puede cambiar la historia, haciendo que la razón y el amor a la Patria sean antepuestos a la indiferencia y el desánimo. Votemos por el Perú, con alegría y esperanza.
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