Silvana Pareja
El desafío de las universidades peruanas
El camino hacia la calidad universitaria
Desde sus inicios, la preocupación por la calidad de la educación superior universitaria ha estado estrechamente vinculada al control político. A lo largo de la historia, desde la aparición de las universidades en Eurasia y el mundo mediterráneo, diversas influencias eclesiásticas, gubernamentales y económicas han intentado moldear estas instituciones según sus propios intereses.
Asimismo, con la llegada de la universidad renacentista moderna, se incorporaron los intereses comerciales junto con los regímenes políticos. Estos buscaban formar una fuerza laboral educada y académicamente preparada para mantener sus intereses en sociedades cada vez más complejas y dinámicas, ejerciendo un control directo sobre los contenidos educativos.
Colin Brock, en su artículo sobre los orígenes históricos y sociales de la regulación y acreditación de la calidad en la educación superior, revela que esta noción no es solo un estándar objetivo, sino también una herramienta política. Desde hace siglos, la preocupación por la educación superior universitaria ha estado vinculada a la ambición política, y la calidad se ha convertido en un instrumento para controlar y dirigir las universidades
Este principio ha facilitado la adopción global de estándares de calidad educativa justificados por instituciones como la UNESCO, influyendo en políticas nacionales y en la percepción pública de las universidades. En el contexto específico de Perú, la calidad educativa ocupa un rol central, respaldado por el artículo 16 de la Constitución y la Ley Universitaria N° 30220, que garantizan una educación gratuita y de calidad, orientada a formar estudiantes con habilidades profesionales e investigativas.
Sin embargo, existe una contienda política por posicionar la calidad como una preocupación social central y justificar políticas educativas. Mejorar la calidad educativa busca identificar disparidades existentes y promover una sociedad más equitativa, aunque reconocer la calidad total para todos es un objetivo inalcanzable. Las políticas educativas contemporáneas enfatizan distinguir entre quienes cumplen con estándares ideales y quienes no, lo cual suscita debates sobre cómo definir y medir efectivamente la calidad educativa.
Es fundamental mantener un enfoque crítico y reflexivo sobre la calidad educativa, especialmente ante la influencia de movimientos progresistas que integran principios como democracia, igualdad, libertad, sostenibilidad ambiental, inclusión social y equidad en el discurso educativo. Aunque estos valores enriquecen la agenda educativa, su aplicación debe considerar las realidades complejas y los desafíos pragmáticos del sistema educativo actual, evitando visiones sesgadas o utópicas.
Además, debemos asegurar que las políticas educativas no sólo respondan a intereses particulares, sino que también promuevan un desarrollo integral y equitativo en nuestras sociedades modernas. Así podremos evitar definir y medir la calidad educativa, con sesgos particulares en desmedro de los interés públicos de la sociedad.
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