Jorge Varela
El choque cultural continúa
Posestructuralistas y posmodernistas versus humanistas libertarios
“No son tiempos buenos para la libertad”, ha afirmado acertadamente el escritor Gonzalo Contreras. En una entrevista reciente señaló que hay mucha violencia en el ambiente. Desde su visión estamos en una guerra cultural, donde los combatientes son los hijos de la posmodernidad y del posestructuralismo, que suponen que “llegó la hora de la revancha de las minorías” contra aquellos que aún creen en un sujeto libre, en la razón occidental, laica, en la democracia liberal, en la deliberación de las ideas (El Mercurio, 4 de septiembre de 2021).
El posestructuralismo mueve a los jóvenes
En nuestras sociedades existen demasiados bebedores obsesivos de posestructuralismo, un movimiento embriagador que ha deconstruido la idea de lo real, así como la lógica de la representación. Al posicionarse como un reto al realismo, ha relativizado la forma de inteligir al mundo, cuestionando las posibilidades de conocer la realidad de modo ‘objetivo’. Jacques Derrida, padre de la deconstrucción, provocó lo que puede considerarse como uno de los mayores cismas de la filosofía moderna. La corriente originada por esta propuesta ha tenido gran influencia en la filosofía, las letras, las artes y las humanidades contemporáneas, pasando a formar parte de un movimiento más amplio conocido como posestructuralismo, que ha servido para interpretar determinados procesos en el área de las ciencias humanas y sociales, permitiendo además la elaboración de alternativas políticas.
La deconstrucción derridiana: un neomarxismo para viejos
Uno de los puntos de inflexión de este proceso lo ha marcado la deconstrucción que han hecho Laclau y Mouffe de las categorías marxistas de base y superestructura –partiendo de Derrida, Saussure y Gramsci–, dando origen a lo que se denomina neomarxismo o marxismo semiótico. Este concepto implica un reestudio analítico de los símbolos marxistas de la vida social, en la medida que postula que el lenguaje y la ideología determinan la lógica de la formación social como un todo. Los cambios de paradigmas provenientes del estructuralismo y el postestructuralismo han generado una nueva manera de reinterpretar el viejo marxismo militante.
En lingüística el postestructuralismo ha devenido en una postura crítica al argumentar que el significado o el sentido de un texto no proviene solo de su autor, sino que también se construye a través de la subjetividad de cada lector. Este mismo enfoque posestructuralista abrió la puerta en el campo de la psicología a otras opciones de comprensión de la realidad, a nuevas especulaciones y modelos de identificación, algunas con notorias repercusiones de índole política; puso atención a las relaciones entre identidad y alteridad; y redefinió conceptos como identidad, subjetividad, sujeto, cultura, entre otros.
Demagogia y delirios jacobinos
“Estamos ahogados de maximalismos, de purismos”. Los extremismos y las alucinaciones nos superan. Estamos en pleno festín demagógico. Gonzalo Contreras tiene razón; basta observar el comportamiento de numerosos integrantes del Parlamento y de la Convención Constituyente en Chile, para coincidir con su opinión: ellos son posestructuralistas, pero en su ignorancia no lo saben. ¿Qué decir del comportamiento oscuro de uno de sus vicepresidentes?
En la mencionada Convención se está pretendiendo instaurar una historia oficial, algo propio de regímenes totalitarios. No solo el delirio se ha apoderado de la mente de muchos convencionales y dirigentes sociales, también la escasez de neuronas se ha convertido en algo crónico, lo que explica tantos desbordes y desmesuras. No cabe ninguna duda, “hay un asfixiante aire jacobino” en el ambiente.
Tiempo de irreflexivos y deshonestos
No son tiempos buenos para la reflexión. Si Humberto Maturana estuviera vivo habría que solicitarle que actualizara su libro La revolución reflexiva, pues precisamente lo que más se requiere es “paciencia, reflexión y capacidad para crear un proyecto común de de equidad que pueda generar bienestar a la comunidad”.
Tampoco es bueno el tiempo para la honestidad. Nos encontramos sumidos en un estado de ética ínfima y de ineptocracia avanzada, que algunos intentan suplir con rasgos de buenismo adobado de hipocresía y cinismo, un buenismo que más parece cretinismo. El citado Maturana escribía que durante el último tiempo, “hemos observado a personas de todos los colores políticos hacer cosas deshonestas, engañar o incitar al odio”.
Según Contreras, “la posmodernidad supone la existencia de una élite corrupta y un pueblo virtuoso, cosa muy propia de los fascismos”, solo que en este caso aunque hubiera virtud, sí se puede constatar la existencia siniestra de un pretotalitarismo de izquierda.
¿Será posible encontrar y recorrer juntos un camino para plantar los cimientos éticos de una sociedad de la honestidad? ¿Será posible construir un proyecto común, sin hacernos trampas?
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