Oscar Silva Valladares

Derecha e izquierda: perdidas en el laberinto de la geopolítica

El globalismo es un arma y una manifestación de la lucha por el poder

Derecha e izquierda: perdidas en el laberinto de la geopolítica
Oscar Silva Valladares
28 de junio del 2024


La lucha ideológica actual entre la derecha (que normalmente defiende la iniciativa privada, la economía de mercado con mínima interferencia gubernamental, las formas democráticas de gobierno y los valores tradicionales respecto a la familia) y la izquierda (que favorece la solidaridad social, la participación gubernamental en la economía, la supeditación de formas democráticas a prioridad sociales y la defensa de manifestaciones minoritarias de conducta social) es una pugna entre contrincantes que no son necesariamente fieles a sus principios y que, por tanto, a menudo no parecen defender sus intereses. Por ello, vale la pena preguntar si aún existe una dimensión ideológica auténtica en esta contienda.

Una razón de esta desorientación en el debate derecha versus izquierda es el desconocimiento del enfrentamiento geopolítico actual en el mundo. Este conflicto geopolítico es una pugna entre una visión exclusivista de dominio hegemónico de occidente (basada en su convicción de ofrecer un modelo político, ético y económico superior por su supuesta eficacia demostrada en la derrota de modelos antagónicos y por resultar de una evolución milenaria de la civilización occidental) y una percepción multipolarista propiciada por Rusia y China, entre otras potencias. El conflicto entre occidente y el oriente (que por cierto no responde a marcos estrictamente geográficos) no es un fenómeno reciente, pero actualmente tiene manifestaciones distintas porque la división que existió entre sistemas económicos políticos, económicos e ideológicos a partir de la revolución rusa de 1917 hasta el colapso de la Unión Soviética en 1991 (en términos simples, capitalismo versus comunismo) ya no existe. 

La nueva alineación geopolítica (hegemonismo occidental frente al multipolarismo) tiene raíces complejas, pero su progreso más reciente es la consolidación acelerada del grupo de países BRICS como consecuencia de las sanciones impuestas por occidente a Rusia a raíz del conflicto en Ucrania. Este nuevo alineamiento no responde a un deslinde entre modelos políticos o económicos opuestos de gobernanza, sino a una simple lucha de poder por la continuación de la primacía hegemónica occidental resistida por una creciente mayoría de países con diversos modelos económicos y políticos. Por un lado, el poder hegemónico occidental trasciende fórmulas políticas y las ignora o prescinde de ellas de acuerdo a su conveniencia, por ejemplo en su interés en forjar alianzas con países del Golfo Arábigo que definitivamente no siguen modelos democráticos de gobernabilidad. Rusia y China, por otra parte, se esfuerzan en buscar un balance entre sus modelos políticos autoritarios y la necesidad de mantener estabilidad entre sus diversos grupos multiétnicos.

Históricamente la mayoría de las posturas de derecha han tenido gran afinidad con los grupos hegemónicos occidentales. Más allá de una tradicional avenencia ideológica con sus formas democráticas, existe una gran familiaridad cultural así como vínculos familiares, sociales y económicos con occidente. Existe también gran complacencia y comodidad con el paraguas norteamericano de seguridad y una dificultad conceptual para entender que la Rusia actual no es la Unión Soviética ni mucho menos la Rusia zarista. La izquierda, por su parte, pretende tener menos afinidad con el statu quo capitaneado por Estados Unidos pero en la práctica una gran parte de su liderazgo tiene una fuerte dependencia económica de occidente al ser asalariados de organismos no gubernamentales (ONG), internacionales o de instituciones académicas financiados directa o indirectamente por gobiernos occidentales. 

Estas gravitaciones históricas de la derecha y de la izquierda han creado relaciones de dependencia que ante la evolución geopolítica han llevado a una gran distorsión y confusión ideológica. Un ejemplo elocuente son las posiciones antagónicas respecto a una reciente propuesta legislativa para limitar la labor de interferencia de oenegés, iniciativa apoyada desde la derecha y rechazada desde la izquierda. 

Curiosamente, en las antípodas (república de Georgia) acaba de finalizar una contienda política idéntica con la aprobación de una ley que limita influencias extranjeras a través de oenegés, ley que fue opuesta fervientemente por la mayoría de gobiernos occidentales y ha ocasionado sanciones a sus propulsores a quienes se les acusa de ser manipulados o dirigidos por Rusia. La oposición de sectores oficiales occidentales a la iniciativa peruana ha sido menos llamativa pero no cabe duda su posición, y en este debate la derecha, no obstante notables excepciones, mayoritariamente soslaya las raíces occidentales de esa infiltración mientras que la izquierda irónicamente defiende los proyectos del establishment occidental.

Otro tema de discrepancia con dimensiones más profundas es la discusión sobre el fenómeno y los peligros del transhumanismo. En el ataque de la derecha al transhumanismo se resalta que este fenómeno es parte de una agenda siniestra de organismos internacionales promotores del globalismo, pero se ignora que el transhumanismo puede ser interpretado como un clásico fenómeno inherente al desarrollo del sistema capitalista mundial en su búsqueda de optimización de ganancias y cuyas formas primarias (alienación, deshumanización) fueron advertidas hace muchas décadas por Marx y sus seguidores. La derecha, al buscar paralelos entre utopías de corte comunista y el transhumanismo, erróneamente encuentra en el globalismo una ofensiva cultural neo-marxista de corte gramsciano y soslaya el rol dirigente de grupos de poder occidentales en este fenómeno. En la discusión adyacente respecto a la defensa de la familia tradicional, la derecha mayoritariamente desconoce el carácter conservador en apoyo del núcleo familiar que propicia el gobierno ruso, lo cual irónicamente ha llevado a un filósofo ruso contemporáneo a declarar que Rusia es el último bastión de la defensa de valores tradiciones occidentales. 

El conflicto en Ucrania es otra muestra elocuente de esta distorsión ideológica. Salvo grupos minoritarios (por ejemplo sectores de izquierda tradicionalmente simpatizantes a ultranza con Rusia), existe una condena casi unánime contra Rusia desde posiciones opuestas que lo único que tienen en común es un olvido de las raíces de este conflicto. La derecha critica el autoritarismo e imperialismo ruso pero ignora las crecientes manifestaciones antidemocráticas en Ucrania a través de la persecución de grupos religiosos alineados con la jerarquía ortodoxa rusa, el control absoluto de la prensa ucraniana y la supresión de elecciones presidenciales. La izquierda, por su parte, apoya pasivamente las posiciones geopolíticas del gobierno demócrata norteamericano y de la burocracia de la Unión Europea.

La incomprensión del estado actual de la economía mundial impide tanto a la derecha como a la izquierda definir opciones ideológicas claras que permitan desenvolver mensajes políticos sólidos y consistentes. Hay un desconocimiento de hechos económicos claves que acentúan la confrontación geopolítica actual, incluyendo la disminución de la importancia económica de occidente frente al resto del mundo, el acrecentamiento de la deuda pública norteamericana y su financiamiento insostenible mediante emisión monetaria, la desdolarización del sistema económico mundial como protección frente a eventuales sanciones norteamericanas y la importancia continua de las tradicionales fuentes energéticas en el desarrollo económico mundial que hace dudable la agenda ecológica occidental. La derecha parece ignorar que los modelos económicos comunistas tradicionales han sido descartados en Rusia y China. La izquierda, en su defensa rígida del fenómeno migratorio en occidente desdeña que ese patrocinio es parte fundamental de la agenda globalista.

La incapacidad de la derecha para adoptar una postura crítica frente al capitalismo tiene entre sus causas una comprensible reticencia tradicional a utilizar el soporte analítico marxista. La defensa incondicional por la derecha del modelo económico capitalista como abanderado de la libre empresa menosprecia el creciente rol del estado en occidente como promotor y cliente de los complejos industriales-militares. Voces perceptivas de la derecha han intentado establecer una diferenciación entre las ventajas del capitalismo económico frente al carácter pernicioso del capitalismo cultural y cuestionan el mensaje cultural actual en la transformación y manipulación de los agentes del capitalismo económico. Sin embargo, el capitalismo cultural como consecuencia del capitalismo económico fue explicado por Marx como un hecho inevitable, quien afirmó también que el progreso del capitalismo económico requiere de una adaptación ideológica continua de los agentes económicos. La preponderancia del mensaje cultural capitalista se ha acentuado en las últimas décadas por el alejamiento del capitalismo de sus actividades tradicionales de expansión de mercados, producción y comercio y su concentración creciente en préstamos y especulación financiera, fenómeno que históricamente indica un declive económico.

Independiente de sus orígenes y objetivos iniciales en el contexto de la Guerra Fría, y pese a la creciente convergencia con sectores de izquierda, el globalismo y progresismo están firmemente incrustados en la actual dirigencia política de occidente. Está demás decir que las oenegés, por ejemplo, son precisamente lo opuesto a su nombre ya que son organizaciones que diseñan, coordinan y ejecutan agendas gubernamentales en función de intereses geopolíticos de occidente. El globalismo es un arma y una manifestación de la lucha de poder hegemónico de occidente y, por ello, continuará independientemente de los resultados de las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos. 

El carácter inevitable de la confrontación geopolítica tarde o temprano llevará a un acentuamiento del deslinde de posiciones tanto por parte de la derecha como por la izquierda. Un caso interesante será el de Argentina, con un gobierno que pretende tener raíces conservadoras en cuanto a la defensa de la familia tradicional pero que necesariamente va a tener que comprometer esa posición al persistir en su alineación geopolítica incondicional con occidente.

Oscar Silva Valladares
28 de junio del 2024

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