Carlos Adrianzén
Demoliendo el Perú
Tenemos décadas destruyendo el estado de derecho
La idea de una República soberana, inclusiva no al estilo cubano, pero sí a lo Acemoglu y Robinson; es decir, que aspire definidamente a remontar niveles de desarrollo económico, es un sueño que comparten pocos, en los hechos.
El extremo ruido político de estos tiempos (i.e.: la sucesión de golpes de Estado, procesos accidentados de vacancia, cuadros flagrantes de corrupción, ineficacia y abuso al ciudadano en todos los planos de gobierno) nos viene haciendo un daño significativo. Un daño mucho mayor del que se cree, si escogemos enfocarlo exclusivamente en términos de inocentes estimadores agregados del deterioro del riesgo país.
Repitiéndonos la cantaleta de que aún se estarían respetando las líneas matrices del Modelo noventero, el daño registrado trasciende el deterioro de los indicadores macroeconómicos usuales. Implica un severo retroceso institucional hacia los incentivos del mercantilismo socialista (la centro izquierda) o del socialismo-mercantilista (la izquierda radical).
Los continuados afanes quebrar el estado de derecho –al que aquí etiquetaremos como el cumplimiento de la Ley– descubren las prácticas de extraer abusivamente rentas económicas y políticas de los ciudadanos. Siempre, eso sí, persiguiendo el beneficio de algunos mercaderes, burócratas y dictadorzuelos. Ni los crecientes estancamientos macroeconómico, informalidad y corrupción burocrática de la última década resultan pues algo casual o achacable a un virus chino o a algún fenómeno de El Niño costero. Descubiertos sus afanes retóricos, en el Perú y en el planeta, el socialismo y el mercantilismo implican recetas opresoras. Es decir, económicamente tóxicas.
Nos guste aceptarlo o no, estos afanes han prevalecido, caracterizando a la serie de gobiernos posnoventeros. Desde los gobiernos de la difusa centro izquierda (Fujimori, Kuczynski, Toledo y hasta García); o de tránsito hacia (Humala, y Vizcarra); hasta los de desenfadada izquierda radical (Sagasti, Castillo). Recuérdelo bien, estimado lector. El avance opresor de los gobiernos de izquierda necesita ser incremental. Stalin, Hitler, Mao, Chávez o los hermanitos Castro no fueron déspotas por casualidad…
Regresemos al Perú actual (y su demolición institucional). Desde los tiempos de la corrupta dictadura militar de 1968, las cosas estaban muy claras. Se trataba de abusar. De concentrar todo el poder. De usar, algunas veces formas democráticas, pero por encima de todo esto, quebrar la Ley para borrar lo democrático por esencia: la separación de poderes.
- Solo que el reducir gradualmente el cumplimiento de la Ley –en entornos sellados desde su ADN histórico, por el socialismo totalitario y el socialismo– es algo a lo que los peruanos están acostumbrados. Pero no por ello no resulta algo probadamente destructivo. Hacerlo, aunque aceptado o menos notorio, la reducción del cumplimiento de la ley no resulta menos destructivo (ver Cuadro A).
- Como estas prácticas se mantienen en el tiempo, no solo se asocian con la pobreza (un menor producto por persona), sino también con un menor dinamismo (Ver Cuadro B)
Los dos cuadros descubren algo muy lógico. El quebrar el estado de derecho o cumplimiento de la ley trae todo tipo de desgracias económicas. Se deprimen los negocios, el empleo formal y la inversión nacional y extranjera. Pero igualmente, se enerva la violencia y hasta se cuestiona la participación de los ciudadanos. ¿Por qué un país puede querer tantas desgracias económicas, políticas y sociales?
El porqué
La razón resulta tan simple como maloliente. Sin ley, el asalto desde la burocracia es fácil. Y la corrupción burocrática, tiende a configurar una forma de coexistencia donde los presidentes, congresistas y funcionarios públicos honestos y capaces resultan destacadas… y contadas excepciones.
Y lo que es peor. Implican una prostitución institucional retroalimentada. Ellos necesitan un ulterior debilitamiento del estado de derecho para no ir presos o continuar robando. Eso trae pobreza y más pobreza (Ver cuadro C).
No es casual que la data global sobre la corrupción burocrática discrimine y correlacione implacablemente entre naciones más pobres y más corruptas; y las otras: las desarrolladas, menos pobres y menos corruptas. En naciones institucionalmente prostituidas, como el Perú, toda esta lucha por llegar al poder a como dé lugar, golpear, vacar y destrozar a los enemigos políticos solo descubre vergonzantes afanes de corrupción. De rey a paje.
La clave aquí pasa por reconocer que con un estricto cumplimiento de una ley no opresora todo cambiará para bien. Se acabará la Demolición del Perú.
PD. Solo en los últimos meses hemos sido testigos de vacancias, encarcelamientos aberrantes, golpes de estado, elecciones turbias, interpelaciones, grotesco mercantilismo mediático, escándalos de corrupción burocrática, alianzas políticas sospechosas, e innumerables eventos de legalidad cuestionable. Todo esto solo esconde voracidad económica en un mundo donde –desde los aciagos tiempos de la dictadura socialista velasquista– la ley se respeta discrecionalmente mientras los mercaderes, burócratas y dictadores se enriquecen ilegalmente. Uno, tras otro.
El futuro mediato parece estar en manos de nuevos aventureros incapaces de comprender lo que nos está pasando. Espero que estas líneas los ayuden a discriminar.
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