Cecilia Bákula
Del exceso de opinión a la falta de acción
El peligro de dejar que manipulen nuestra libertad de información
El reciente cambio de ministros me hace ver que la situación general en el país está tan crispada que no bien se producen esos cambios, aparece una avalancha de comentarios y versiones de enjundiosos y eternos opinólogos. Pareciera que todos se sienten con el conocimiento suficiente como para vaticinar o adelantar juicios y en la necesidad de tener la última opinión. Han sido pocos los que con criterio y asertiva objetividad dan un voto de confianza a un ventarrón de esperanza a un gabinete en el que se introduce, cuando menos, a dos técnicos de reconocido nivel: los ministros Arista y Mucho. De este último, en especial, se espera una acción contundente respecto a la reactivación económica, sobre todo con el lanzamiento definitivo del proyecto Tía María, que significaría un punto de inflexión para la economía y la actividad minera y por lo tanto para el futuro del país.
Pero mi preocupación se asocia, también, a la curiosa necesidad que tienen no pocos congresistas de que su voz se oiga. Escuchaba, por ejemplo a un miembro de la bancada de Renovación Popular, por citar a uno de los muchos que buscan desesperadamente un espacio y éste, como aguda conclusión señalaba: “Estamos manejados por personajes de ONGs que solo le han hecho mucho daño al país”… y yo me pregunto, ¿qué ha hecho él y su bancada para desnudar a esas ONGs, para desenmascarar a quienes las conforman? Es que nos vamos contentando con tener una conciencia “cauterizada” en donde no vemos que los pecados de omisión, pueden ser, en estos personajes, más graves que los de acción.
Entiendo que toda nuestra vida es una existencia de inserción diaria, voluntaria o no, consciente o no en la política pues al ser seres sociales (homus politicus) y al estar en la mitad del bombardeo mediático, es casi impracticable el abstraerse al fuego cruzado de información, pero estamos llegando a extremos en donde la objetividad es casi imposible y se vive un momento en el que vemos que hay que opinar aunque no se sepa de qué ni por qué. Esto lo vemos en el caso tremendo y gravísimo de la Junta Nacional de Justicia que de verdad nos muestra el horror del sistema judicial y nos ha hecho ver lo siniestro de los poderes ocultos que cual hábiles titiriteros van moviendo los hilos malignos de un nefasto y oscuro poder, realidad que puesta con toda su inmundicia sobre la mesa, no es del todo nueva... Pero mi comentario se orienta a que quienes deben tomar acción, porque esa es su responsabilidad, se contentan con opinar, creen que su labor ha quedado satisfecha al aparecer en algún medio y rasgarse las vestiduras en “representación del dolido pueblo peruano” pero no se atreven a pasar a la acción; no se toman medidas drásticas, viriles ni contundentes y, como consecuencia, la podredumbre que no puede esconderse más, se pavonea, se afianza y no vemos un futuro de cambios en un sistema que a ojos de todos y con consecuencias fatales para todos, socava los cimientos fundamentales de nuestra Nación.
Es la población la que siente que debe actuar porque no lo hacen sus autoridades y eso podría ser muy peligroso si es que esa energía no es captada por un buen líder, al que no vemos aún en el horizonte. Es la población la que se percata que el destino del país ha recaído en manos de quienes no lo merecen. Y así, los comentaristas de pacotilla, que son los que hablan siendo unos “métome en todo”, disfrutan de desinformar porque saben que las autoridades no dejarán sus privilegios en aras de una acción radical hacia el bien, la honradez, el cambio, la construcción de ese nuevo país que anhelamos, siguen opinando, siguen enfrentándonos, siguen desinformando porque en el caos y la confusión está su mayor deleite.
Buscan opinar y analizar hasta en temas de religión y fe y se permiten criticar todo, porque confundir hasta en temas de credo y religiosidad puede significar beneficios de alboroto. Y es que tampoco les conviene dejar que Dios sea Dios porque hasta la fe les resulta peligrosa, las convicciones un atentado, la oración un despropósito y la coherencia una antigualla que hay que superar.
¿Qué nos queda, entonces? Es necesario elegir siempre las canteras de nuestra información y no renunciar nunca a buscar las mejores fuentes. El peligro es dejar que manipulen nuestra libertad de información que ya está bastante reducida y saber en qué medios y en quién podemos confiar; sobre todo, en la opinión de quién podemos sustentar nuestra mejor comprensión de la realidad actual que, sin duda, sobrepasa, por compleja y variada, el conocimiento profundo y objetivo de ella. Por nada abdicar a nuestro derecho a saber; por nada renunciar a la libertad de información pero tampoco renunciar a la exigencia ciudadana de veracidad y de acción de quienes tienen la obligación legal y moral de actuar en ese sentido. Veracidad y acción consecuente, cueste lo que cueste. Defender la verdad y la transparencia serán el primer escalón para ir disminuyendo la crispación social en la que vivimos y poder defender la democracia, así como vislumbrar al líder cuya coherencia de vida sea un poderoso imán para las generaciones más jóvenes, que buscan identificarse con personas solventes en valores, en coherencia, en voluntad de servicio, verdad y bien.
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