Conversaciones

Como si no tuviese ochenta mil muertes en su haber, el Presidente –sin inmutarse– nos habla de un futuro datado pero finalmente inverosímil. “Vamos a…”. Y un ministro de Educación, siguiendo el mismo libreto y apelando a similar tiempo verbal, nos señala que el año escolar no está perdido. Porque “vamos a…”.

Lo peor es que la prensa estimulada celebra lo inverosímil, así como omite verdades comprometedoras para el Gobierno. Obvio que tampoco faltan ´expertos´ en salud y educación que ayer guardaron silencio ante las mentiras y hoy lo hacen acerca de lo ciertamente incierto. Leo hasta a experimentados educadores decir que en tres meses –los de verano– se recuperará lo que no se hizo en nueve. Cualquier buen profesor sabe que la educación juega en y con el tiempo mental del estudiante. 

Conversaba con un amigo médico, el doctor Ider Martins, no ya sobre las políticas sanitarias fracasadas, sino sobre el futuro. Y él me recordaba que en el ranking de competitividad digital –que mide la capacidad y disposición de los países para adoptar y explorar tecnologías digitales– en el 2020 el Perú estaba en el puesto 55 de 65 países explorados. Es decir, nos ubicábamos entre los diez últimos países del mundo. Y conveníamos en que “sin el conocimiento necesario para el aprendizaje y descubrimiento de la electronalidad se vería frustrado cualquier deseo de mejora, nuestra preparación futura y la preparación de una economía para asumir su transformación digital”. Martins dixit.

Y conversaba también con un ingeniero preocupado por la educación. Con Víctor Jaime. Subrayando el hecho de que mientras nuestra educación oficial sigue anclada en puntualidad, obediencia y repetición, por fortuna muchos nativos digitales desertaban en aula de esa propuesta y construían sus propios aprendizajes.

Ya lo hemos dicho antes. Pueblos y actores sociales inmersos en una rica cultura oral han tenido mayor facilidad para adaptarse al mundo digital. Allí están China y la India como ejemplos. Y conveníamos entonces tanto con Ider como con Víctor en que era necesario aprovechar, nosotros también, nuestra secular oralidad para advenir a un mundo donde ciencia, tecnología e innovación constituyen el valor agregado que requerimos para nuestro desarrollo. No es necesario decirlo, sin embargo no está demás. Pero crecimiento no es sinónimo de desarrollo.

Interesante resulta que un médico y un ingeniero vean claro cuál es el camino. Mucho más claro que quienes se autodefinen como ´expertos en educación´, pero prefieren negar lo que la investigación proveniente de la lingüística, la semiótica y las neurociencias avalan. El alumno que hoy tenemos en aula no es para nada el alumno imaginario que los hacedores de la educación en el Perú dibujan como público objetivo.