Eduardo Zapata
Becerros de oro
Sobre la fugaz y dorada estatua de un conocido político
Sabemos por el Éxodo que, mientras Moisés recibía de Dios los preceptos que debían regular la vida del pueblo israelí, muchos dejaron la sana espera y optaron por un frenesí de vida que los llevó hasta crear su propio dios. Más que obvio que en vez del Dios ausente debía tratarse de uno más corpóreo; más que obvio también es que ese dios debía ser grande, poderoso y resplandeciente. Fundieron así sus metales y crearon el becerro de oro al cual se pusieron a adorar.
Con la desacralización de las sociedades, Dios y la esencia de dichos preceptos se hicieron –para los grupos sociales– principios fundamentales para la convivencia civilizada. Pero es evidente que a lo largo del tiempo, y particularmente en tiempos cercanos, mucha gente ha elegido adorar becerros de oro creados, y también –con la velocidad de los tiempos– crear a cada instante nuevos becerros de oro.
En lo básico obviamente se encuentran el poder y el dinero; también la acumulación de bienes. Y lógicamente en este contexto ha surgido la idolatría. En este camino de aparición destellar y constante de becerros de oro –llámense cantantes, políticos, periodistas, artistas o símbolos de poder y dinero– se han ido abandonando principios con el pretexto del pragmatismo.
En los últimos días, y en nuestro propio entorno, hemos asistido a una tragicómica manifestación de esto. Un personaje de nuestra política se mandó a hacer una escultura de cuerpo completo –dorada, obviamente– para ser colocada en la sede de una universidad de la cual es propietario. Como quiera que la publicidad de dicha casa de estudios habla de formar “una raza diferente” al parecer el personaje político creyó que esa raza –y más– debía tener claramente definido su referente físico. Obvio un desquiciamiento del yo, pero también una grosera idolatría de quienes están cerca de él. Dada la lastimera imagen y para que el ridículo no quede perpetuado en una estatua, la misma, como sabemos, ha sido retirada.
Sabemos que el Perú vive momentos difíciles en lo político, social y económico. Urge, entonces, la formulación de preceptos precisos para la recuperación de la vida civilizada. Pero esos preceptos no pueden provenir de la abdicación de principios y menos de idolatrías.
Como en toda sociedad, los peruanos exportamos signos acerca de nuestras creencias y costumbres. Y los signos positivos nos hablan de una gran mayoría que preferiría vivir en el mundo de los principios y no en aquel que solo alienta becerros de oro millonarios o atajos milagrosos hacia la obtención del éxito o el dinero.
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