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Venezuela y la difícil transición

Venezuela y la difícil transición
Víctor Andrés Ponce
09 de diciembre del 2015

Sobre la moderación y el radicalismo en la oposición

El abrumador triunfo de la oposición venezolana en las elecciones para la Asamblea Nacional se convertirá en un verdadero laboratorio para el análisis y los estudios de política, sobre todo, si los opositores consiguen la ansiada mayoría calificada. Si ese fuese el desenlace, entonces, el poder en Venezuela sería bifronte, un estado con dos cabezas. La oposición aprobaría la amnistía de los presos políticos, podría convocar a un referendo y, de una  u otra manera, gozaría de la fuerza para obligar al oficialismo a establecer algún tipo de acuerdo para la plena transición a la democracia. Y en este hecho están los límites y las posibilidades de la oposición, sobre todo, considerando que el periodo de Nicolás Maduro debe culminar el 2019.

Ante semejante escenario, la interrogante que surge es: ¿debe la oposición acelerar la caída del chavismo o mantener “la institucionalidad” organizada por el autoritarismo? Una pregunta terrible para cualquier estadista, para cualquier líder político que considera la política no como espacio de realización personal sino como la manera de construir la libertad. Y alrededor de la respuesta a esta pregunta, casi como en una ley física, la oposición tenderá a dividirse.

Para todos es sabido que Leopoldo López, una vez en libertad con la ley de amnistía aprobada en la nueva Asamblea, tratará de acelerar el desenlace del chavismo, buscará acortar los tiempos políticos. En grandes sectores de la oposición se acepta que López es candidato natural luego del injusto encierro en las mazmorras chavistas.

Todos también sabemos que, por el contrario, Henrique Capriles representa a la corriente que apuesta por una transición ordenada que busca no solo la salida del chavismo del poder sino que se construyan las bases de una sociedad libertaria. Pero semejante objetivo aunque suene inverosímil, exige diálogos y pactos.

La oposición venezolana entonces se debatirá entre un ala radical y un sector moderado que apuesta por el diálogo. Por ejemplo, la reconstrucción económica del país: hoy que la oposición controla la Asamblea puede exigir un presupuesto diferente y emplazar al chavismo para que asuma el costo político del ajuste. La oposición también puede respetar ciertos plazos constitucionales y nombrar magistrados independientes para desmontar el andamiaje autoritario del chavismo y garantizar elecciones presidenciales impecables.

Quizá otra manera de absolver la pregunta sobre si se acelera o no la caída del chavismo pase por formular otra interrogante: ¿puede haber una Venezuela democrática sobre la sepultura del chavismo? Parece muy difícil. La democracia, por naturaleza, no puede excluir a nadie.

Pero a los escépticos de la moderación habría que decirles que la política se creó para evitar la guerra y la única manera de evitar una posible guerra civil o un contragolpe chavista es desarrollando una estrategia que aísle a los sectores pro cubanos y posibilite que los sectores más flexibles del chavismo tomen el control del Partido Socialista Venezolano.

Hacer la guerra es demasiado fácil frente al arte que se impone cuando se llega al poder. Y la oposición venezolana casi ha llegado al poder y necesita unidad y moderación. Si Venezuela desarrolla una transición inteligente la nueva democracia llanera sobrevendrá con los embriones de un nuevo sistema de partidos, tal como sucedió, por ejemplo, en España y Chile (a diferencia del Perú), experiencias donde nadie quiso aplastar al vencido. Los contragolpes habrían sido inevitables.

Por: Víctor Andrés Ponce

Víctor Andrés Ponce
09 de diciembre del 2015

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