LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
LA SERENIDAD DE PPK y KEIKO
La responsabilidad de los líderes en el momento actual
La sensación de que la política y las instituciones se derrumban con las ondas explosivas del caso Lava Jato es evidente. La idea de que todos los políticos están manchados y tienen algo que ver con la fetidez de la corrupción se extiende sin cesar. Sin embargo se trata de sensaciones e ideas discutibles, porque los principales líderes del país —en este caso, el presidente Kuczynski y Keiko Fujimori— aparecen demasiados lejanos de estos tornados que lo envuelven todo. Si bien PPK fue ministro durante la administración Toledo, solo le pueden increpar hechos políticos en el asunto de la Interoceánica. Nada más.
En otras palabras, los líderes de las agrupaciones que controlan el Ejecutivo y el Legislativo están en inmejorable posición para enfrentar este terrible momento de nuestra democracia, que avanza hacia su quinta elección nacional sin interrupciones. Y enfrentar esta crisis demanda serenidad y firmeza para convertirse en el soporte político de las instituciones que deben investigar, procesar y sentenciar.
En el caso de PPK la serenidad parece un atributo obligatorio, no solo por la experiencia acumulada por el jefe de Estado, sino porque no tiene deudas pendientes por cobrar con ninguno de los jefes de Estado, políticos y funcionarios que ahora enfrentarán a la justicia.
En el caso de Keiko la cosa parece diferente. La serenidad revelaría la grandeza que se le demanda a los estadistas, porque al menos dos ex presidentes y el sector de la élite que hoy aparece cuestionada por el caso Lava Jato, de una u otra manera, alimentó uno de los relatos fundamentales del establishment antifujimorista: que no obstante que la mayoría de los actores de la corrupción de los noventa han sido procesados y sentenciados con cárcel, el fujimorismo civil —que gana elecciones en los últimos quince años— es genéticamente corrupto.
Contemplar al enemigo cerril que pretendió destruirte, liquidarte, vetarte, con las manos esposadas debe ser una sensación difícil de evitar, de postergar. El ser humano casi por naturaleza tiende a la venganza. Sin embargo la política y la democracia se crearon para abolir ese tipo de reacciones primarias.
Una de las explicaciones de porqué nuestra democracia no ha consolidado instituciones ni un sistema político tiene que ver con el antifujimorismo fundamentalista que alimentó el establishment como una estrategia para seguir mamando de la ubre estatal. El anti pertenece a las guerras de religiones, es la antípoda de la política democrática, en la que no se hace la guerra con el adversario, sino que se coopera con él.
Si el fujimorismo le devolviera a sus adversarios con la misma moneda, entonces el Perú seguiría alimentando a las mismas bestias que, en gran parte, explican el deterioro político e institucional del país. En el caso de Keiko, pues, la grandeza paga más.
Pero la gran noticia es que en el Perú el caso Lava Jato no ha pulverizado a todos los políticos, sino solo a los ex jefes de estado que habían convertido el antifujimorismo en la única explicación de su presencia pública. En todo caso allí están PPK y Keiko para que desde sus respectivas ubicaciones se conviertan en el soporte político de la necesaria profilaxis que debe desarrollar la democracia para regenerar su clase política.
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