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Alan, Urresti y la farándula

Alan, Urresti y la farándula
Víctor Andrés Ponce
11 de marzo del 2015

Sobre la importancia del liderazgo político en una sociedad sin partidos.         

El ex presidente Alan García sorprendió a propios y extraños presentándose en el programa Magaly Medina para escarbar en público su vida cotidiana e, incluso, aspectos más reservados. Considerando que García es uno de los candidatos con más formación política e ideológica en calistenia hacia el 2016, ¿qué significa su aparición en este tipo de programas? De una u otra manera, la esclavitud del rating ha llegado con sus pros y sus contras para meterse de lleno en el espacio público. ¿Ya no se puede concebir una estrategia electoral al margen del espacio farandulero de enorme impacto en los sectores populares?

Si a la presentación de García le sumamos el lanzamiento de Daniel Urresti en parapente, con procacidad incluida, se hace  evidente que las luces del espectáculo brillarán con más potencia en estas elecciones municipales. Si el programa de Magaly es el espacio en el que los presidenciables se mueven como pez en el agua, entonces, tarde o temprano, personajes como  Mauricio Diez Canseco (conocido como Brad Pizza) tienen el camino despejado para intentar la Casa de Pizarro. En otras palabras, las referencias y valores para identificar a un personaje público se difuminan con peligrosidad.

Si bien es cierto que la presencia del espectáculo y la farándula en la política es un fenómeno inevitable de la explosión de las tecnologías de comunicación, es incuestionable que esta tendencia se puede convertir en fuerza decisiva en un sistema como el peruano, con una crisis de representación pública que ya puede considerarse de tipo estructural.

La ausencia de partidos y colectividades aleja a los programas y los posicionamientos ideológicos de la política y, de una u otra manera, todo queda en el genio de la personalidad, del caudillo o del candidato. Si de pronto una encuesta notifica que los pitufos del pelotón jalan de las perneras a un determinado presidenciable, como no hay equipos ni colectividades, la estrategia será personal: buscar el programa con más rating al margen del mensaje, del discurso, solo con la suficiencia de una sonrisa o una frase inteligente.

Señales inevitables de los tiempos y de nuestra democracia sin partidos. No obstante que la fragmentación del Perú se respira por todos los poros nacionales, no obstante que la desaceleración es el gran nubarrón que ensombrece el optimismo de las últimas décadas y que el país necesita un mensaje organizador, los candidatos se desesperan, desisten de su naturaleza, y se rinden ante las luces y reflectores de la farándula.

Cuando eso sucede, cómo se extraña la figura casi ígnea de Haya de la Torre encabezando los multitudinarios mítines apristas, a un Belaunde ensangrentado por una pedrada que se envuelve en la bandera y avanza contra sus adversarios o quizá al Alan joven que cruza el hemiciclo del Congreso para pechar a Manuel Ulloa Elías. Esos gestos son de políticos de raza, de auténticos hombres públicos. Claro que pertenecen a otra época, a otro siglo, pero, mientras los partidos sean los príncipes de la modernidad, los gestos y los actos de la buena política, al margen de tecnologías, siempre tendrán la misma esencia.

Por Víctor Andrés Ponce
11 - Mar - 2015  

Víctor Andrés Ponce
11 de marzo del 2015

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