A pesar de la revolución digital y la revolución en las ...
Cuando en el Ejecutivo se hizo el amague de estatizar las clínicas privadas, de una u otra manera, se cruzó una línea de la que ya es difícil regresar. Si el Poder Ejecutivo relativiza la Constitución, ignora la preeminencia de los contratos y el respeto a la propiedad privada, tal como se establece en nuestro ordenamiento constitucional, entonces el sistema constitucional ha sido convertido en flecos. Pero lo más grave: el Congreso –la primera asamblea de la República– no dijo nada al respecto; excepto el tímido pronunciamiento de Manuel Merino, presidente del Congreso, señalando que cualquier expropiación debe tramitarse por ley y con el respectivo justiprecio judicial.
Muy por el contrario, en vez de erigirse como los guardianes de la Constitución, en el Congreso todos los partidos han decidido ingresar a la carrera populista en busca de la popularidad esquiva. No interesa la Constitución ni el modelo económico que posibilita seguir creciendo, invirtiendo, generando empleo y reduciendo pobreza. En el Congreso no hay políticos con visión del país, sino con una estrategia electoral simplista. Nada más. Ya sabemos cómo han terminado en América Latina ese tipo de conductas.
Como los hongos proliferan luego de la lluvia, en el Legislativo se han multiplicado todo tipo de iniciativas que hacen trizas, por ejemplo, el principio constitucional que prescribe que no se pueden modificar contratos, ni con leyes ni con normas del Estado. Se pretende regular las pensiones de los colegios privados y los precios de las medicinas, se busca congelar los pagos y los intereses de las obligaciones bancarias; e incluso se aprobo en el pleno un proyecto de ley de movilización nacional de corte fascista y totalitario, mediante el cual –en una situación de emergencia– el Estado puede disponer temporalmente de los recursos y bienes de las personas naturales y jurídicas. La iniciativa no solo provino de Podemos –un movimiento que comienza a representar al populismo más irresponsable– sino, incluso, de Acción Popular.
Los políticos del Ejecutivo y del Congreso, entonces, están desarmando por igual este país que, más allá de sus defectos, todos habíamos construido en las últimas tres décadas, y que nos permitió convertir al Perú en una sociedad de ingreso medio. El nuevo país que emergió luego de las reformas económicas y sociales de los noventa del siglo pasado logró reducir la pobreza del 60% de la población a solo 20%, triplicar el PBI y expandir a las clases medias como nunca (antes de la pandemia). Pero no solo fueron avances económicos y sociales, sino también políticos e institucionales. Se desarrollaron cuatro elecciones sucesivas sin interrupciones, convirtiendo el actual proceso democrático en el más consolidado de nuestra historia republicana. Hoy incluso existe un sector de congresistas que pretende postergar las elecciones del 2021 con el argumento de la pandemia. No interesa nada, pues.
Es incuestionable que todas estas tendencias desorganizadoras que alientan los políticos del Ejecutivo y del Congreso se agravarán con la recesión que se devorará más de 15% del PBI, que destruirá más de tres millones de empleos y que lanzará a un 30% de la población debajo de la línea de la pobreza. Con el desempleo y el hambre en crecimiento, el político populista se empoderará y, sobre la tragedia del país, construirá una tragedia que durará décadas, tal como ha sucedido en Venezuela. No lo duden, amigos populistas, ustedes están construyendo el puente para la llegada del chavismo, del caudillo que devastará al Perú luego de una euforia que durará muy poco.
En este contexto vale preguntarse lo siguiente: ¿cómo así Acción Popular juega con el fuego de populismo y del autoritarismo? ¿Acaso no se sienten herederos de la tradición de Fernando Belaunde? ¿O ya no queda de ese acciopopulismo democrático del siglo pasado? Igualmente, vale interrogarse, ¿por qué Alianza para el Progreso, un movimiento con claras posibilidades electorales y múltiples responsabilidades en gobiernos subnacionales, simplemente entierra sus posibilidades al jugar con el combustible de la demagogia? Asimismo, lo de Fuerza Popular es absolutamente increíble: la fuerza llamada a defender las reformas económicas de los noventa hoy ha decidido plegarse a la destrucción del Perú que todos hemos construido en los últimos 30 años. Y, ¿acaso Somos Perú no debería recordar los esfuerzos democráticos del gran Alberto Andrade a favor de Lima y la recuperación institucional?
En cualquier caso, estos partidos y movimientos –que deberían tener reflejos republicanos frente al asalto estatista, comunista, que va desorganizando el país para organizar su momentum–, están llamados a reaccionar y a recordar sus tradiciones para defender las libertades políticas y económicas. Todavía no es tarde, pero se necesita más que firmeza: convicción republicana y olvidarse del voto de la próxima semana.
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