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El presidente del Congreso, Pedro Olaechea, en esta semana se ha pronunciado en dos ocasiones solicitando un diálogo directo, personal, con el presidente Martín Vizcarra. Y lo hizo en medio de un virtual clima de guerra fría que señalaba que, ante la decisión del Congreso de archivar la propuesta de adelanto general de elecciones, el jefe de Estado iba a plantear la cuestión de confianza. En este contexto, el Legislativo procedería a vacar al Presidente y, por su lado, Vizcarra apostaría por un cierre inconstitucional del Congreso.
En este escenario de choque y confrontación es incuestionable que pierde el Perú y los cerca de seis millones de peruanos en pobreza; pero sobre todo, perdería el presidente Vizcarra, porque pasaría a formar parte de la galería de autócratas que suelen terminar sus días en prisiones inclementes. Aparte, claro está, de que luego de los audios de Arequipa, la autoridad de Vizcarra comienza erosionarse aceleradamente con el paso de los días.
Por todas estas consideraciones, es hora de terminar con la guerra política que se ha desatado en el Perú desde el pasado referendo, en el que se modificó la Carta Política a tontas y locas. Y es hora de acabar con esta absurda guerra porque la experiencia republicana de dos décadas —que se expresó a través de cuatro elecciones sucesivas sin interrupciones— comienza a tambalearse. Y es hora de terminar con esta absurda guerra porque el milagro económico peruano, que antes destacaba entre los países emergentes, hoy empieza a acercarse peligrosamente a un escenario recesivo en el que el Perú volverá a ser una sociedad que aumenta pobreza. Y es hora de terminar con esta guerra porque el colapso institucional y económico de la República solo legitima la apuesta de los sectores comunistas, colectivistas y antisistema, que buscan convocar a una asamblea constituyente para redactar una nueva Carta con un modelo económico anticapitalista.
Por todas estas consideraciones, desde este portal invocamos al presidente Vizcarra a aceptar el diálogo directo, cara a cara, sin intermediarios y solas, con el titular del Congreso, para buscar una salida conversada al entrampamiento institucional de la República. La historia está plagada de este tipo de actos en que los hombres de Estado de dos bandos enfrentados, incluso de dos ejércitos en guerra, se sientan solos a la mesa para buscar salidas, para forjar las confianzas inexistentes.
Por supuesto que los sectores extremistas, sobre todo los sectores comunistas del Congreso y de “la acción directa de masas”, se opondrán a esta junta de los titulares del Ejecutivo y del Legislativo. Y se opondrán porque la guerra política Ejecutivo-Legislativo, que liquida la autoridad del Estado democrático, es la manera más directa de llegar al poder creando una situación revolucionaria artificial y generando las condiciones de un desborde social, de una bolivianización de los conflictos sociales en el sur del Perú.
Si existe voluntad, la decisión de los titulares del Ejecutivo y del Legislativo posibilitará una salida. En el arte de la política el mundo es ancho y ajeno. Desde un gabinete de unidad nacional liderado por la oposición, desde la restauración de la autoridad del Estado democrático a través del estado de emergencia con respaldo del Congreso, hasta el fin de la judicialización de la política a la que nos ha llevado la estratagema marxista.
Hoy el diálogo y el acuerdo son posibles porque la resistencia republicana aguantó con uñas y dientes la estrategia de control de instituciones que se implementó desde el pasado referendo. No obstante que la oposición fue encarcelada, incluso arrinconada hasta desaparecer físicamente, surgió una respuesta democrática que ha producido este escenario ideal para los entendimientos. Sin embargo, hasta no salvar la actual experiencia republicana de este extraño y singular cesarismo, los catones deben permanecer en alerta general.
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