La censura del ministro de Energía y Minas, Rómu...
El huracán anticomunista que sigue soplando en el Perú no solo disuelve la densidad del antivoto de Keiko Fujimori, sino que ha dejado en cueros al llamado progresismo: hoy solo se nota la identidad comunista de estos complejos y diversos sectores.
Para entendernos, diremos que el progresismo puede ser definido como el movimiento ideológico, cultural y político que se expresa en la supuesta defensa de los DD.HH. (con el objeto de debilitar la autoridad del Estado democrático), en la supuesta defensa radical del medio ambiente, la defensa de “los derechos de las minorías sexuales” (frente a la opresión de la tradición) y, además, tiene una connotación marcadamente antirreligiosa. A nuestro entender, luego de la caída del Muro de Berlín, el progresismo es el enemigo más formidable que han tenido la libertad y las mejores tradiciones de Occidente.
En Chile, por ejemplo, el progresismo ganó la batalla cultural y hoy el país del sur acaba de elegir una constituyente que representa una enorme interrogante con respecto a la continuidad de las libertades, no obstante tener el ingreso per cápita más alto de América Latina. Lo mismo empieza a suceder en Colombia con el proceso insurreccional en curso. En el Perú, hasta antes de la segunda vuelta el progresismo controlaba el Estado sin haber ganado una elección nacional. Dependiendo del resultado electoral, las cosas deberían cambiar.
Durante el desarrollo de la campaña electoral, Keiko Fujimori ha padecido todos los agravios que el progresismo suele denunciar cuando las víctimas provienen de la izquierda. Desde pedradas de adversarios desaforados hasta humillaciones personales inaceptables por parte del candidato Pedro Castillo, solo han convocado el silencio de las organizaciones progresistas en Derechos Humanos, de defensa de los derechos de la mujer y de las minorías sexuales. Las oenegés del radicalismo ambiental se han colocado detrás de un candidato que habla de expropiar las minas y los recursos naturales para el Estado a sabiendas de que los estados hoy son los peores contaminadores del planeta (el sector privado está sometido a controles casi infinitos).
Al progresismo que alguna vez encandiló a las clases medias de los sectores A y B hoy se le notan la hoz y el martillo. Queda en evidencia que estos sectores solo denuncian cuando se agrede en la orilla izquierda. Quizá por todas estas consideraciones, los sectores A y B y la llamada “Generación del Bicentenario” –que se movilizó en defensa del ex presidente Vizcarra–, hoy le dan la espalda al movimiento del lápiz.
Siempre hemos sabido que el progresismo es una reforma, dentro de las tradiciones comunistas, para llegar al poder sin presentar un programa general, sin cuestionar directamente al sistema republicano y la economía de mercado, sino a través de programas y demandas parciales. Luego de conquistar los sentidos comunes de una sociedad, los partidos, los medios y hasta los gerentes de las grandes corporaciones empiezan a hablar con “el todos y todas”. Chile es el gran laboratorio donde se ha fraguado una primera victoria y Colombia es el segundo experimento en curso.
En el Perú el progresismo comienza a fracasar por su excesivo estatalismo y su angurria presupuestal (a diferencia del chileno, más ideologizado). Los progresistas peruanos se subieron a la administración Vizcarra sin vergüenzas ni rubores; y con la tragedia nacional que desató el mencionado gobierno, simplemente, se hundieron con la nave encallada. El derrumbe del progresismo está causando un claro y evidente cambio de poder en el país.
Tenemos la certeza de que los defensores del sistema republicano y de las libertades políticas lograrán salvar la República, evitando que la coalición comunista que representa Pedro Castillo llegue al poder. Sin embargo, el descrédito del progresismo en el Perú de ninguna manera garantiza la continuidad de las libertades en el mediano y largo plazo.
Si bien es cierto que todo dependerá de que el nuevo gobierno electo lleve el Estado hasta las cumbres de los Andes y aísle el discurso comunista, es incuestionable que si no se construye la cultura, la ideología y la política de la libertad –a semejanza de las sociedades anglosajonas–, seguramente volveremos a crecer, pero tarde o temprano asistiremos a una nueva elección nacional con un enorme nudo en la garganta.
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