La censura del ministro de Energía y Minas, Rómu...
El presidente Vizcarra ha desatado una crisis sin retorno. Cuando propuso adelantar las elecciones creó un abismo insalvable para la gobernabilidad, que no puede continuar, a menos que la experiencia republicana comience a descomponerse y quede a merced de la aventura comunista y colectivista que, desde dos décadas atrás, plantea el cambio de Constitución.
La única explicación para que Vizcarra haya decidido proponer el adelanto de elecciones es que él mismo decidió renunciar. ¿Por qué? Es evidente que luego de su visita al sur, en la que se allanó a las demandas de los gobernadores comunistas de Arequipa y Moquegua (entre otros) que pretenden bloquear el proyecto Tía María y las demás minas del Corredor Minero del Sur, algo dramático debió haber sucedido en los fueros internos del jefe de Estado. Quizá se dio cuenta de que una cosa era jugar a la guerrita en contra del Congreso (con el apoyo de los medios tradicionales, el respaldo de las encuestas de Ipsos, y la lógica de los ONGs marxistas encabezadas por IDL-Reporteros) y otra muy diferente era gobernar. Finalmente, en el sur se gesta una revuelta contra el Ejecutivo por el abandono del Estado de todas las zonas mineras (falta de carreteras, escuelas, postas médicas y servicios en general).
En ese instante, el jefe de Estado pudo haber despertado de las ficciones que suelen presentar los medios tradicionales desesperados por sobrevivir con la publicidad estatal, y reparar en que el Perú iba a crecer menos de 3% el 2019 y que la recesión ya tocaba las puertas. Además, pudo haber advertido que la ola criminal sigue imparable a nivel nacional, que la reconstrucción del norte no despega, que la anemia no se reduce y que, en general, todo está parado en el Perú: desde el negocio del vendedor ambulante de la esquina hasta el de las inversiones en minería, hidrocarburos e infraestructuras.
Si a estos posibles hechos le sumamos la derrota catastrófica de Daniel Salaverry, el inefable candidato oficialista, y la elección de Pedro Olaechea a la presidencia del Congreso, por más de 30 votos, entonces, es casi seguro que Vizcarra se decidió por la renuncia. Sin embargo, al comunicar su decisión al entorno que lo rodea, lleno de improvisados, irresponsables y los siempre dispuestos comunistas y caviares, alguno de ellos propuso la fórmula de adelantar elecciones.
De esta manera, en vez de presenciar un acto personal de renuncia frente a los límites de la incompetencia, Vizcarra complicó su situación en la historia, y agravó el vía crucis que se le viene, porque se propuso cargarse a las instituciones republicanas. Algo de eso está sucediendo y es incuestionable. Únicamente el comunista que pretende convocar a una constituyente o el frívolo caviar que se convirtió en “clase media” succionando la mamadera estatal, puede estar de acuerdo con este bárbaro intento de alterar el cronograma político establecido en la Carta Política, por el fracaso general de un incompetente.
El adelanto general de elecciones solo es posible si Vizcarra renuncia y luego Mercedes Aráoz hace lo mismo. Y después también de que Pedro Olaechea asuma la presidencia de la República y el Congreso decida adelantar elecciones mediante una reforma constitucional transitoria. No hay otra salida.
Vizcarra no puede jugar a la guerrita planteando una ley de adelanto de elecciones porque no tiene competencia por partida doble: el jefe de Estado no puede observar reformas constitucionales ni menos puede plantear la manida cuestión de confianza sobre estos asuntos. Tampoco puede haber confianza por ley que propone adelantar elecciones. Imposible. Vizcarra no es Nicolás Maduro ni Fidel Castro. Y si quiere serlo, la Constitución franquea a los republicanos el legítimo derecho a la insurgencia en defensa de la Constitución y la ley.
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