El quinquenio perdido

Perder un quinquenio, en procesos de crecimiento económico y de reducción de pobreza, en un país con más de seis millones de pobres puede ser considerado un verdadero crimen social. En realidad, un hecho de ese tipo representa un baldón para toda la clase política y económica. Y eso es lo que ha pasado en el país. A pocos días del 2020 no es exagerado hablar de que el quinquenio está perdido.

Para explicar este terrible resultado es necesario echar mano de algunas cifras. El Instituto de Economía y Desarrollo Empresarial (IEDEP), de la Cámara de Comercio de Lima, por ejemplo, ha señalado que entre el 2001 y el 2008 el promedio anual de reducción de pobreza fue 2.1 puntos porcentuales. Asimismo, entre el 2006 y el 2008 hubo cuatro puntos porcentuales anuales de reducción de pobreza. Igualmente, el IEDEP señala que entre el 2014 y el 2018 la pobreza se redujo en 1.7 puntos porcentuales (0.3% anual).

Si consideramos estas cifras vale preguntarse ¿cuál será el resultado para el quinquenio 2016-2021? Es evidente que si el 2017 aumentamos un punto de pobreza y el 2018 apenas superamos otro punto de este flagelo, el Perú asiste a su peor momento en cuanto a la reducción de esta lacra social, que condena a más de seis millones de peruanos a subsistir sin las calorías y nutrientes para una vida normal, y que pone en peligro el futuro de los niños pobres.

No es necesario ser economista ni demasiado zahorí para entender la relación entre crecimiento y reducción de pobreza. Cuando el país crecía sobre 5% en promedio anual, y por encima de la media anual de expansión mundial, se convertía en campeón en reducción de pobreza. Cuando el país comenzó a crecer por debajo del promedio de crecimiento mundial (entre el 2014 y el 2018), la reducción de pobreza no logró superar siquiera a de un solo año de los periodos anteriores.

La izquierda suele decir que los magros crecimientos (el 2019 el Perú apena superará el 2% del PBI) tienen que ver con los precios internacionales de los commodities y que “el actual modelo neoliberal” solo sirve para exportar piedras. Sin embargo, el crecimiento que posibilitó que en tres décadas se reduzca la pobreza del 60% de la población a solo 20%, solo puede ser explicado por las reformas económicas de los noventa, que liquidaron el modelo estatista y colectivista: desregulación de precios y mercados, fin del estado empresario, cancelación del proteccionismo y la instauración del libre comercio. Pero sobre todo, la autonomía del BCR en la política monetaria.

La izquierda suele decir que Venezuela y Bolivia –como el Perú– también crecieron con el boom de los precios de los minerales. Sin embargo, luego del superciclo de los precios las macroeconomías de ambos países quedaron por los suelos, con déficit fiscal y deuda pública incontrolables. En el caso de Venezuela, una verdadera tragedia social.

El caso peruano, pues, es absolutamente diferente. Si hoy hablamos de un quinquenio perdido no es por la macroeconomía ni las deudas acumuladas. Muy por el contrario, el país tiene envidiable posición en estos aspectos.

Si hoy hablamos de quinquenio perdido el asunto tiene que ver con la feroz e impensada guerra política que se desató luego de las elecciones del 2016, que terminó con la renuncia de PPK a la presidencia y el encarcelamiento de Keiko Fujimori, lideresa de la oposición. Semejante enfrentamiento político convirtió al Ejecutivo y al Legislativo en simples dependencias de esa guerra, mientras se postergaban una y otra vez todas las reformas que habrían permitido relanzar el crecimiento y el proceso de reducción de pobreza. Sin una nueva ola de reformas (en instituciones e infraestructuras) el país jamás volverá a crecer como antes. Se trata de la eterna historia de los países latinoamericanos.