Con una vida dedicada a la docencia, la gestión educativa y la ...
Después de 18 años de ausencia regresa el Premio Poeta Joven del Perú, en su décima edición. Un querido y mítico galardón en las letras del país, pues llama a jóvenes menores de 30 años a mostrar su arte. Y el más reciente ganador Roy Vega Jácome (1988), literato, corrector de estilo y librero declara en la siguiente entrevista para elmontonero.pe cómo es la búsqueda de la maduración literaria, sus principales influencias y también critica a quienes creen que agruparse, rápidamente, es determinante para convertirse en poeta.
Comenzaste a escribir poesía a los 17 años porque era una “escalera de emergencia” para escapar de lo abrumador que puede ser la etapa universitaria. Si no hubieras decidido ser poeta, ¿qué habrías hecho?
Mi sueño era ser pianista. Siempre he tenido una afición a la música, aunque cuando era muy niño quería ser arquitecto. Por el lado de la arquitectura, estos recuerdos salen en el primer poema del nuevo libro: Etapas del espíritu / Runas grabadas en la piel (Miniaturas, pp. 23). Este acto de construir algo con los bloques de plástico era una reminiscencia antigua. De una u otra manera, si no me hubiera dedicado a la escritura, definitivamente, me habría dedicado a esas labores creativas.
Tu hermano mayor Selenco es reconocido narrador, crítico y también poeta (Ganador de la IX edición de “El Poeta Joven del Perú”) ¿Se les inculcó el amor a la literatura en el hogar? ¿Hay una tradición literaria en la familia?
Sí, viene de mi padre. Él desde niño tuvo una afición literaria marcada. Era de Áncash, y su vida siempre fue muy agitada. En algún punto llegó a parar a la casa de un gamonal que era una especie de intelectual prestigioso. Este le inculcó el amor por la literatura. Cuando mi padre vino a Lima —es la típica historia del migrante— tuvo doce hijos. Yo soy el último. Selenco está como a la mitad. Mi padre siempre quiso ser escritor, siempre leyó libros, siempre hubo biblioteca en la casa. Era fanático del realismo francés y del regionalismo de Ciro Alegría. Pero, sacrificó esa pasión por darnos estabilidad económica y familiar. Digamos que esa tradición fuerte —al menos en mí, mi escritura, mi práctica— proviene netamente de esa raíz: tener una biblioteca y desde niño conocer el poder de la literatura.
¿Qué te dijo Selenco al enterarse del premio?
Que siga escribiendo. Se alegró mucho. Fue al primero a quien avisé que había ganado. No sabía que iba a participar (risas). Solo lo sabía mi enamorada. Fue una sorpresa porque luego de casi veinte años lo volvieron a convocar. En fin, Selenco y yo somos muy diferentes en cuanto a la escritura. Cada uno con su propia poética, propios temas. Lo mejor, más allá del vínculo de hermandad, es que cada quien haga su camino y defienda sus propuestas e ideas. Eso me deja más tranquilo.
El Premio Poeta Joven del Perú lo han obtenido antes escritores como Javier Heraud y César Calvo. ¿Está relacionada tu poesía con la de ellos?
Sí, yo he sido un ferviente lector del sesenta. Desde mis clases en San Marcos tuve la suerte que mi profesor Hildebrando Pérez —a quien siempre recuerdo con cariño— me diera la última clase de poesía contemporánea que justamente trataba de los sesentas en el Perú. El primer acercamiento fue Luis Hernández, quien últimamente está muy presente en la poesía joven. Y luego a partir de él fui explorando a Heraud, a Calvo. En realidad, a este último lo he leído bien a profundidad hace unos años. Leí a Rodolfo Hinostroza, a Antonio Cisneros, al propio Hildebrando. Entonces, la generación del sesenta, coincidentemente, es parte del Premio Poeta Joven; también es importante en mi propia escritura.
Aparte de los que has mencionado, ¿con qué autores te sientes identificado? ¿A cuáles otros consideras como mayores influencias?
Aquí hay una diferencia. No siempre lo que primero lees es tu marcada influencia. En mi caso, descubrí a Bukowski a los once años. Lo admiré mucho tiempo. Lo primero que escribí fueron cuentos basados en el realismo sucio, de violencia y sentimiento contenido. Pero en cuanto a poesía mis influencias principales, y se ve en mi primera obra, son los vanguardistas, sobre todo César Moro y Emilio Adolfo Westphalen. Leer a esos dos autores me marcó. Digamos que empecé a leer poesía peruana del sesenta y fui retrocediendo. Llegué a sus maestros que son T. S, Eliot, Rimbaud, Saint-John Perse y volví al Perú. Recorro la década del veinte, el treinta, Vallejo (Trilce), el cincuenta: Jorge Eduardo Eielson, Carlos Germán Belli, Blanca Varela. Del sesenta hasta el setenta con Enrique Verástegui, con José Watanabe.
El huso de la palabra de Watanabe es el libro que más me ayudó a experimentar en la construcción de este último poemario. Watanabe, a partir de temas muy cotidianos, lo que en realidad busca es cómo trabajar la palabra. Esa metáfora de la máquina que teje poesía me gustó mucho. Para mi segundo libro me marcó leer Musa en jeans descolorido del poeta boliviano Jorge Campero que es también un retoque a lo lingüístico coloquial. No es un neobarroquismo, es un juego posmoderno con el lenguaje que apareció en el momento exacto para definir la poética del libro actual. Y a partir de ahí estoy sumergido en la poesía más reciente. Mis saltos han sido temporales, pero hay una coherencia que es necesario llevar.
Watanabe decía que la poesía “usa el lenguaje para intentar decir algo, pero como el lenguaje es limitado, entonces, todo poema es aproximación a una verdad descubierta de modo súbito”. ¿Cuál es la función de Roy Vega Jácome como poeta?
Es muy cierto. Con la poesía nunca hay respuestas. Es una búsqueda constante de maduración. En principio, y sobre todo, mi lenguaje poético busca decir lo que yo comúnmente no suelo decir. Me cuesta. Mi personalidad es bastante cerrada. He publicado el primer libro hace tres años, pero siempre he estado lejos del ojo público. Incluso no lo presenté. Cuando gané el Premio Copé, también estuve alejado. Recién ahora me expongo más. He cerrado un ciclo.
Justamente el libro se llama: Etapas del espíritu / Runas grabadas en la piel porque el reto es diagnosticarme a mí mismo, tener catarsis pero consciente de que es un artefacto literario, artístico, estético, comunicativo que cuesta por la propia historia emocional, familiar, que tiene cada quien. Ese es el juego del arte.
¿Has enamorado con tus poemas o poemarios?
Sí, (risas) el tema del amor en mí siempre fue obsesivo. Al igual que la muerte. Son temas tan trillados que son peligrosos de abordar, porque puedes caer en el patetismo. Pero, ¿quién no se enamora?, ¿quién no le tema a la muerte?, ¿quién no se entristece por algún conflicto emocional? Trato temas tan comunes porque me he esforzado en pulir bien el lenguaje por mi punto de vista diferente.
¿Es la “poesía joven” (aquella escrita por jóvenes) un subgénero dentro de la poesía?
Yo creo que la poesía es una sola. Es algo bastante subjetivo y problemático. Grupos o colectivos de poesía creen que ser parte de una generación es imprescindible para darse a conocer o dejar huella. Yo no pienso así. Para empezar, dudo de los colectivos. Pienso que cada cual hace su camino. Si tú quieres pertenecer a una generación, tarde o temprano, te vas a terminar distanciando porque el artista es tan complejo que siempre busca dar su visión del mundo. De repente, es algo egocentrista. No he visto a un artista que se aferre tanto a su generación, o marque su edad y toda su obra esté impregnada de eso. Lo dudo. La Generación del 27 no decidió llamarse así ni la del cincuenta, ni del sesenta. Eran intelectuales y artistas de gran nivel que fueron agrupados por la historiografía literaria. Esto de dividirse en categorías me parece problemático porque al final cada uno labra su proyecto, su poética, su propuesta.
Entonces, no sientes que perteneces a un grupo…
Ni por elección. Es muy reciente para decir que pertenezco al grupo de los millennials, de los 2000, de los noventa. Hay gente que se abandera de eso y hace una marca distintiva. Yo tengo mis reparos. Cada poeta, en este caso, labra su propio derrotero. Hay contemporáneos míos que son buenos poetas, eso es innegable. Pero, ¿yo pertenecer a un grupo? En lo personal, no. Ocurre por mi propio distanciamiento del foco mediático. Prefiero trabajar solo.
¿Estás trabajando en un nuevo poemario?
Uno está ligado al tema de la cárcel, de cómo la prisión modifica la perspectiva de vida. Y relacionado con el libro La casa de los muertos de Dostoievski. Hace una semana he definido que otro será un conjunto de prosas poéticas.
La crítica está de acuerdo en señalar “la versatilidad y el dominio de las formas poéticas” en tus poemas pero, ¿qué consideras lo más importante en la poesía, la forma o el fondo, lo formal o lo temático?
Ambos son importantes. No puedes manejar una cáscara bonita con un contenido vacío. O un súper contenido con algo tan pobre de exposición. Hay que buscar un balance. Quizá al comenzar le daba más predisposición a la forma. Caía en más retoricismo con mucho trabajo excesivo. Será por mi trabajo de corrector de estilo. Esa disciplina obsesiva de que el texto esté perfecto se transmutó en mi poesía. Es algo que con el tiempo he sabido manejar: no ser tan compulsivo o ansioso de la forma.
Para terminar, ¿qué no te gusta de la poesía?
Podría hablar de lo extrapoético, no de la poesía en sí. No tengo que reprocharle nada. Hay algo de espiritual y de subjetivo en la poesía. Es innegable. No hay una fórmula matemática. Y no me niego a que un rayo de inspiración venga cuando te comprometes tanto al trabajar. Es un misterio siempre.
En lo extrapoético me molesta que algunas voces pretendan burlarse o derribar “lo canónico” cuando ni siquiera lo conocen, o no lo han analizado bien. Esto de querer refundar una “neovanguardia” cuando no saben qué hace cien años ya se hizo. Me molesta también la contactología, el figuretismo, escribir solo un libro y moverlo por aire, mar y tierra, y quedarse allí. Eso obedece a la edad de los jóvenes autores. Pero uno va madurando y va madurando su escritura. Cuando se sabe qué hacer, es bueno tomarse su tiempo, leer, ser autocrítico y así conseguir un tanto de respuesta a algo.
Entrevista y Fotografías: Luis Cáceres Álvarez
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