Con una vida dedicada a la docencia, la gestión educativa y la ...
Fue Oscar Wilde quien afirmó que “la vida imita al arte mucho más que el arte imita a la vida”. En Latinoamérica, nuestro desmesurado continente, hemos llevado esa afirmación un poco más allá, y solemos decir que “la realidad supera a la ficción”. Uno de los casos más evidentes es el de nuestros dictadores, personajes reales, retratados innumerables veces en obras literarias. Pero en el siglo XX, las novelas de dictadores se convirtieron casi en un género narrativo propio de nuestro continente, con títulos reconocidos universalmente, desde El señor Presidente (1946) de Miguel Ángel Asturias hasta La fiesta del Chivo (2000). Estas narraciones llegaron a combinarse con la fantasía y exageraciones del realismo mágico, dando como resultado una obra maestra como El otoño del patriarca (1975) de Gabriel García Márquez. Pero incluso el protagonista de esa novela, hiperbólico y desquiciado, ha sido superado por dictadores reales como Fidel Castro, Hugo Chávez o Nicolás Maduro.
Como se sabe, El otoño del patriarca es la historia del gobernante de un innominado país caribeño, una historia contada a partir del final, de la muerte del protagonista, ya centenario. Desfilan por la novela una innumerable serie de traiciones e intentos de golpes de Estado, que van haciendo que el dictador se vuelva cada vez más desconfiado y obsesionado con conservar el poder, cueste lo que cueste. Así, van cayendo, una por una, todas las personas de su entorno; y toda la población va perdiendo libertades, antes las medidas represivas impuestas por el dictador. Mientras tanto, con unas autoridades dedicadas casi exclusivamente a sus pleitos políticos, el país se va deteriorando, perdiendo su infraestructura, empobreciéndose y endeudándose. Al punto que, finalmente, al dictador no le queda otro recurso que vender el mar.
Leyendo esta historia hoy, no podemos dejar de pensar en las actuales dictaduras de Cuba y Venezuela. Pero, paradójicamente, García Márquez era muy amigo de Fidel Castro, y en esa época dirigía la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) situada en San Antonio de Los Baños, en Cuba. El protagonista de su novela estaba más bien hecho a imagen de los antiguos dictadores del continente, como Fulgencio Batista, Anastasio Somoza o Leonidas Trujillo. No deja de ser paradójico que aquellos grupos políticos que se generaron para derrocar a gobiernos autoritarios, hayan terminado encumbrando a dictadores que se eternizaron en el poder y que causaron a sus países daños mucho mayores que aquellos gobernantes a los que destituyeron.
En suma, el protagonista de El otoño del patriarca es una caricatura hecha por la izquierda, pero que se volvió contra la propia izquierda. ¿Por qué sucedió esto? Porque gobernantes como Fidel Castro, Hugo Chávez, Daniel Ortega y Nicolás Maduro, una vez que se hacen del poder político, ponen todos los recursos de sus países al servicio de su narcisismo y su megalomanía. Y con ello inevitablemente deterioran la economía nacional, y la de sus compatriotas, quienes también van perdiendo sus libertades y derechos, hasta que finalmente solo pueden optar por el exilio. Por eso hoy hay más de cinco millones de venezolanos repartidos por todo el continente. Mientras el dictador continúa acumulando poder y riquezas.
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