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A partir de hoy publicaremos todos los artículos de la segunda edición de la revista S.P.Q.R, en la que se analizan los mensajes anti occidentales del neoindigenismo que habla de supuestos “pueblos originarios”, en contraposición a nuestra herencia hispana. Evidentemente este análisis no se puede desarrollar sin reflexionar sobre la identidad nacional y latinoamericana a partir de las mezclas de las tradiciones de los pueblos prehispánicos y la herencia española.
Debajo de los artículos publicados se podrá descargar el PDF de la última edición de la revista (y de la anterior).
En unas semanas S.P.Q.R. tendrá su propio repositorio.
PRESENTACIÓN
La única forma que tiene Hispanoamérica de encontrar su lugar en el planeta, de entender su ubicación cultural en el mundo, es identificar las sustancias que componen su ser. De lo contrario, la región siempre será el área de las promesas incumplidas o, para hablar en términos políticos, de los perpetuos péndulos entre la libertad y el autoritarismo.
Ahora que en Bolivia existe una constitución que proclama “un estado plurinacional”, que una convención constituyente en Chile pretende redactar una carta política para establecer “una república plurinacional” e, igualmente, que el nuevo gobierno peruano propone una constituyente para instaurar otra “república plurinacional”, es incuestionable que uno de los dilemas principales de Hispanoamérica tiene que ver con la hispanidad y su relación con Occidente.
Un dilema que se vuelve agónico cuando se comprueba que detrás de la resurrección del indigenismo y las entelequias de los llamados “pueblos originarios”, en realidad, están las tradicionales estratagemas de las corrientes comunistas y neomarxistas que organizan relatos, narrativas, para instaurar sistemas autoritarios o totalitarios.
Planteada las cosas así es incuestionable que Hispanoamérica, la región, no puede entenderse sin la hispanidad. No solo por cerca del medio millón de almas que hablan el español, y las fuertes e intensas tradiciones cristianas y católicas, sino también porque en la región todo es mestizaje, de principio a fin.
El mestizaje en la América española ha sido el motor y el combustible de la identidad regional. Los mundos indígenas del Virreinato de Nueva España y del de Perú siempre fueron los testimonios históricos –verdaderos monumentos sociales– de uno de los procesos de mestizaje más sorprendentes de la historia. Únicamente comparables con los legados integradores del imperio helénico de Alejandro Magno y la fabulosa herencia latina del Imperio romano.
Basta señalar que luego de la Conquista, del encuentro entre los castellanos y los pueblos prehispánicos, por decretos reales se estableció cuáles iban a ser las lenguas autóctonas con que se iba a evangelizar en los virreinatos de la monarquía española. La voluntad integradora y la filosofía de los derechos humanos –heredera de la Escuela de Salamanca– que atravesaban las decisiones de la monarquía eran tales que se estableció que el quechua sería el idioma oficial de la evangelización de los Andes peruanos, el Náhuatl lo sería para los diversos pueblos mexicanos y el Guaraní para las poblaciones del Amazonas.
Pero eso no fue todo. De ninguna manera. La primera gramática del Quechua vio la luz en 1560 y la del Náhuatl en 1571. Para entender la voluntad civilizadora de la corona española: la primera gramática del Castellano se redactó en 1492, la Gramática castellana de Nebrija.
Las gramáticas Quechua y Náhuatl, entonces, están entre las primeras del mundo occidental y casi se redactaron al lado de la del castellano. Pocos saben que las gramáticas de ambas lenguas de Hispanoamérica se escribieron varios años y décadas antes que las gramáticas del los idiomas inglés y alemán.
Las grandes lenguas de los pueblos prehispánicos, entonces, sobrevivieron por decisión de la monarquía española. Sin embargo, en la medida que sus gramáticas fueron redactadas por sacerdotes de alma y corazón hispanos, son absolutamente mestizas. Si algunas lenguas prehispánicas sobrevivieron y se siguen hablando hasta hoy es gracias a la tolerancia hispana, sobre todo considerando que en las sociedades prehispánicas se hablaban centenares de dialectos.
A pesar de todas estas verdades, que se levantan macizas como las cordilleras de los Andes, ¿quién se atreve a seguir invocando a las bestias negras de la Leyenda Negra contra España, contra la hispanidad en general?
Los huracanes de desinformación ya no provienen de las narrativas imperiales de los países protestantes ni de las construcciones teóricas del racionalismo metafísico de la Ilustración francesa, de raíz jacobina. Ahora todas las corrientes comunistas ortodoxas, todas las versiones neomarxistas e innumerables relatos progresistas, pretenden reescribir estas narrativas con un solo objetivo: distanciar a Hispanoamérica de su historia, de la identidad de su ser, con el objeto de enfrentarla a Occidente, a las mejores tradiciones occidentales que –diferencias más o menos– han llegado a consagrar el respeto a la vida, la libertad y la propiedad.
Las tradiciones marxistas entonces sueñan con una Hispanoamérica enfrentada y distante de Occidente como la única manera de resucitar los proyectos totalitarios y bolcheviques. El neoindigenismo que nos habla de unos supuestos “pueblos originarios” que habrían sobrevivido a siglos de mestizaje –cultural, racial y económico y social– durante los virreinatos y las experiencias republicanas es una narrativa más, un acto de fe en la religión laica colectivista.
¿Cómo se puede hablar de pueblos originarios si la gramática de las lenguas que sobrevivieron fueron redactadas por sacerdotes españoles con una enorme fe trascendental y una grandiosa voluntad civilizadora? En años y décadas construyeron una gramática que al inglés le costó siglos.
¿Cómo se puede hablar de esas entelequias originarias si los ejércitos españoles, derrotados en las batallas de Ayacucho y Junín, estaban compuestos en más de un 80% por milicianos indígenas?
Si las comunidades campesinas de Perú y de México son réplicas y copias de las comunidades campesinas de Castilla, ¿a quién se le ocurre seguir hablando de “pueblos originarios”? Y si nos fijamos en los atuendos de las sociedades indígenas, en las polleras de las festivas mujeres, en los pantalones, camisas y chalecos de los indígenas de nuestra América, ¿acaso no estamos contemplando las mismas formas y colores de los hombres rurales de Castilla?
Todo es mestizaje de principio a fin. Los colores y los olores de la América española tienen esa impronta que nos han dejado nuestros dos padres: los pueblos prehispánicos y la vieja España.
El hijo que suele negar a uno de sus padres, al margen de cualquier yerro del pasado, generalmente es un hombre desubicado en el presente, absolutamente confundido sobre el futuro. O para decirlo con palabras más simples, es un hombre enfermo, necesitado de terapia psicológica. Algo parecido sucede con los pueblos.
Hispanoamérica para encontrar su lugar en el mundo no puede negar a ninguno de sus progenitores. La América española es un ciudadano mestizo desde la punta de los pies hasta el extremo de los cabellos. Ese mestizaje, en el que la hispanidad cumple un papel fundamental, es el puente que conecta a nuestra región con Occidente.
Y de esta manera descubrimos que somos un Occidente de rostro moreno, y que las guerras culturales contra la monarquía española han terminado desorientándonos. Una desorientación que ahora pretende ser dirigida por la nueva internacional comunista que se aglutina en el Foro de Sao Paulo, con el viejo recurso de un indigenismo trasnochado.
Sin embargo, la guerra cultural de Hispanoamérica ha comenzado para desvelar la realidad. Y tremenda sorpresa: luego de varios siglos de virreinato y sistemas republicanos los hispanos de América y Europa comienzan a entender que se necesita de las mismas convergencias, de las mismas tolerancias y de los mismos diálogos con que se construyó la gran obra civilizadora de la monarquía española. Un encuentro y conversación que nos debe llevar a vencer a los enemigos de Occidente, a los enemigos de la libertad.
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