Y en medio de nuestra niebla…

Hace algunos días publiqué en mis redes un texto sobre una poeta de 91 años que ya emerge a la luz, y con buena poesía. Su poemario Muña con olor a viento (Lancom ediciones, 2018) se presentó en la Feria Internacional del Libro de Lima, donde paseó su lucidez y su palabra firme. Se trata de Raquel Prialé (Huancayo). Ellas es hija de Ramiro Prialé; pero más importante, valerosa navegante en las procelosas aguas de la creación literaria. Recordé por ella a escritores o publicadores tardíos como Saramago o Garcilaso (entre los cincuenta y más); o el más extremo, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, que murió sin conocer la fama de su libro El Gatopardo. Hay má,s y atraviesan el tiempo demostrando que no hay edad sino “vida”, así a secas. Raquel rompió la línea publicando su primer poemario a los 85 años; y su segundo ahora, nonagenaria. Y promete más.

Raquel representa la reivindicación de una edad, pero también a aquellos que ven en la poesía un acto heroico de sinceridad. Confiesa la poeta que esperó setenta años para publicar su primer libro. A los quince escribía poemas a escondidas, resguardando sus sentimientos. Por timidez cometió el error de no publicarlos: “Van a saber todo lo que siento”, decía para sí la poeta, sin saber que de eso trata escribir: ser auténticamente uno (y libre), soltarlo todo, decirlo todo, escribirlo todo, gritarle todo a todo el mundo.

Ahora todos podemos saber qué sentía, qué siente, en sus buenas y antiguas letras o en las nuevas hechuras de su experiencia. A los 85 se animó por su primer libro, alentada por un acertado hijo que entendió que la sensibilidad de su madre, el amor idealizado de su adolescencia y los buenos versos merecían leerse.

Raquel, dice en una entrevista a Peru21: “Digamos que sentía soledad, pero no por estar sola, sino porque no era entendida. Pese a mi sufrimiento, soy alegre y he logrado reírme de mí. El único que me produjo esa ansia de amor juvenil fue mi primer enamorado, que no olvidé nunca (…)”. Luego, allí mismo, viene la frase que podría ser el cultivo de un cuento sobre la nostalgia, el amor memorable, la pérdida y las oportunidades que se van: “Él se resintió (…). Vine a Lima y me siguió. Me ubicó, se sentó al frente de mi vereda, en la calle. Estuvo ahí dos días, pero yo no salí, porque le tenía pánico a mi tío, que era el dueño de la casa donde estaba. Al tercer día, cuando salí, se había ido. Y no lo volví a ver más”.

Quizás con los ojos anegados pudo escribir o reescribir esa misma historia: este amor es de la lluvia sobre el heno / que brota de lo más profundo / y es tan bello que contigo puedo ver la noche. / La terrible tempestad /el sol parejo allá en el horizonte. / No te encuentro /cuando busco tu frente con mis manos / no sé dónde está / dónde has llegado / ni dónde te escondes (….)

Sin sufrimiento no hay poesía, no hay arte sin ansiedad. Vale decir también que su esposo fue muerto a tiros por los terroristas. Pese al dolor que la contiene como un dique y le da material para seguir creando, Muña con olor a viento (el poemario que presentó en la FIL Lima 2018) es una expresión de amor sublime a la naturaleza y la vida, pero ligada a un romanticismo intenso que la preserva del mundo: He derramado cien lágrimas por la pendiente de mis senos / y en una laguna enorme se ha posado mi tristeza / hasta pesarme como cristales rotos por la noche oscura. / La angustia tiene los pliegues de mi vestido negro.

Leer a Raquel Prialé es una delicia, pero también es un salto a la fe.