Juan Carlos Llosa
Winston en la hora más oscura
Un ejemplo de coraje, determinación y patriotismo
Hace unas semanas estuvo en cartelera la película Darkest Hour cuya trama tiene como trasfondo uno de los hechos más impactantes de la historia de la humanidad: la blitzkrieg (guerra relámpago) desencadenada por Adolfo Hitler que dio lugar a la invasión militar alemana de la Europa occidental. Los panzers de la Wehrmacht -como las incontenibles legiones romanas- con su paso avasallador, en sólo unas cuantas semanas desarticularon al ejército francés y acorralaron a la fuerza expedicionaria británica de Lord Gort en las arenas de Dunkerque llevando a cabo lo que el capitán inglés Basil Liddell Hart, autor favorito –por ironía- del estado mayor alemán, definiera como estrategia de aproximación indirecta. Y en esas circunstancias, cuando el pesimismo y el temor a la invasión empezaban a apoderarse de los británicos, surge la entonces figura polémica de sir Winston Churchill, interpretado magistralmente en Darkest Hour por el actor inglés Gary OlDman quien acaba de ganar el óscar al mejor actor por esa película.
El film nos muestra los vericuetos por donde hubo de transitar uno de los estadistas que más honda huella ha dejado en la historia de la humanidad, quien supo sortear la más peligrosa amenaza que le tocara vivir al Reino Unido en su existencia: la invasión nazi. A principios de mayo de 1940, cuando nadie quería hacerse cargo, el hombre que hizo célebre el símbolo de la victoria gesticulando los dedos índice y medio en forma de “V”, tomó el timón del trasatlántico británico que ya parecía que iba a dar inevitablemente con el iceberg fatal. Como dice Anthony Mccarten novelista y dramaturgo autor del guion de la película y del libro del mismo nombre (2017), solo Winston había comprendido la amenaza y a diferencia de miembros de la familia real, aristocracia y nobleza rural, él no se había dejado seducir por los encantos del nazismo. Por su rechazo a la espuria “paz para nuestros tiempos” traída de Múnich en noviembre de 1938 por el entonces primer ministro Neville Chamberlain, había sido acusado de ser un belicista irresponsable. Pronto los acontecimientos le darían la razón.
A pedido de su soberano el rey Jorge VI, como lo recuerda el escritor australiano Alan Moorehead en Churchill (1985), Winston se coloca al frente del gobierno inglés convirtiéndose pronto en el símbolo de la resistencia contra una de las más feroces tiranías que han azotado el planeta. En la hora más oscura del milenario imperio anglosajón y como en una cruzada moderna del bien contra el mal, el teniente coronel retirado del British Army asume la conducción de la guerra ofreciendo a su Patria, sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor, luego de la caída de su correligionario de los tories, Neville Chamberlain, el mismo que ingenuamente había arrastrado a la nación británica a un peligroso juego geopolítico “en aras de la paz”, a quien Winston le enrostraría: "se te ofreció poder elegir entre la deshonra y la guerra y elegiste la deshonra, y también tendrás la guerra".
El nuevo jefe de gobierno pone de inmediato en pie de guerra a todo el pueblo inglés a orillas de las islas, quien, como afirma el historiador inglés Andrew Roberts en Hitler y Churchill (2003) se propuso acabar con el derrotismo y con una presunta Quinta Columna pro nazi que supuestamente operaba en Gran Bretaña. Y es así que, donde mil años antes los súbditos de Eduardo El Confesor no lograron contener la invasión de la Britannia a manos de las huestes del duque normando Guillermo llamado el Conquistador, impediría Winston -gracias a su energía proverbial- como Nelson a Napoleón, que el cabo Hitler se impusiese del otro lado de La Mancha. La hazaña de Dunquerque sería el preludio de la Batalla de Inglaterra. Winston, habano Romeo y Julieta en mano, dirá más tarde: “Entonces sentí que había vivido para esa hora y esa prueba”.
Tal como el efecto devastador de los elementos sobre la Armada Invencible del Felipe II de España en 1588, la RAF (Royal Air Force) doblegó a la Luftwaffe de Goering, jerarca nazi que había asegurado al Führer que en dos semanas sus cazas darían cuenta de los de su enemigo. La victoria inglesa sobre los aires de la otrora Britannia de los emperadores romanos, se convertiría en el punto de inflexión para las fuerzas aéreas del genocida alemán. Winston emocionado y brillante, en una de sus oratorias que retumbaban en todo occidente a través de las ondas de radio y que irritaban a Hitler hasta la exasperación, le anunció al mundo que jamás tan pocos habían debido tanto a tantos.
Winston Churchill fue unos de las grandes figuras del siglo XX. Tuvo una vida azarosa y llena de aventuras. Personaje polifacético. Fue cadete en Sandhurst, periodista, corresponsal de guerra, escritor, oficial del Ejército, historiador, acuarelista, premio Nobel de Literatura, político y estadista afamado. Como Primer lord del Almirantazgo (ministro de Marina) impulsó significativos cambios en la Royal Navy poniendo a la flota británica en un estado de preparación excepcional y absoluto para cuando estalló la Primera Guerra Mundial, como lo recordara el doctor Francisco Tudela en una conferencia magistral que dio en la Asociación de Ex Cadetes Navales del Perú a propósito del centenario de la batalla naval de Jutlandia (1916).
El controvertido ministro de Marina, acosado por el fantasma del desastre de Gallípoli (1915), dimite para poco después conseguir que lo asignen al frente en territorio francés como comandante del batallón Grenadier Guards. Para Winston era fundamental estar en medio de las acciones de combate, como refiere el historiador francés Francois Kersaudy en Churchill, un luchador incansable (2002) “una carrera política no es nada para mí en comparación con la gloria militar”. Anota además Kersaudy, que empuja a Winston el ir al frente, su convencimiento de que habría heredado el genio estratégico de su antepasado el general John Churchill, duque de Marlborough, el célebre Mambrú muy conocido por la tonada infantil francesa (o española no se sabe a ciencia cierta su origen exacto) “..Mambrú se fue a la guerra….chibirin….chibirin….”.
El liderazgo de mando medio del comandante Churchill en el frente durante la etapa final de la Primera Guerra Mundial, destacaría por su agresividad tanto como por su preocupación por la suerte de los heridos de su unidad lo que le granjearía el afecto y respeto de sus subordinados. Sin embargo, el destino no tenía guardado para Winston un sitial como comandante operacional, sino más bien , luego del periodo entre guerras, lo colocaría a la cabeza de la conducción de la política militar aliada contra la maquinaria de guerra alemana, que había resurgido ante la contemplación indolente de las potencias occidentales.
Si bien en Gran Bretaña no concentraba el mayor poder militar de sus enemigos, Hitler dirigió sus odios contra Winston, al punto que llegó a intentar asesinarlo infiltrando sicarios en las islas británicas, operación que la contrainteligencia inglesa (el famoso MI 5) detectó y eliminó sin miramientos. Aquel sentimiento por cierto era mutuo, de ahí su famosa frase: "Si Hitler invadiera el infierno yo haría por lo menos una referencia favorable al diablo en la Cámara de los Comunes”.
En efecto, el estadista inglés representaba todo aquello que Hitler siempre había despreciado, es decir la aristocracia, la tradición y el abolengo aquellos valores que los conservadores alemanes con Franz von Papen a la cabeza habían traicionado para unir su suerte a la del socialismo autárquico, antirreligioso y brutal (“somos socialistas, somos enemigos del actual sistema económico capitalista” dijo alguna vez Hitler) que implantó el partido nazi en la Alemania post Weimar, y al que solo unos pocos como el almirante Wilhelm Canaris y el coronel Claus von Stauffenberg se opondrían.
Los vaivenes de la política lo hicieron pasar en más de una ocasión del liberalismo (whigs) al conservadurismo (tories) y viceversa, pero fue en este último grupo, ya en la madurez, donde echó raíces definitivas. Desde la filosofía política conservadora fue implacable en el debate con los laboristas. Su genial sarcasmo nunca estuvo ausente para manifestar su desprecio por las izquierdas comunistas, socialistas y las de champán, con reflexiones como esta: “El socialismo de la era cristiana se basaba en la idea de que todo lo mío es tuyo; en cambio, el socialismo del señor Grayson (líder laborista) parte de la idea de que todo lo tuyo es mío”.
Sus salidas eran únicas, dotadas de exquisito humor, como aquella famosa anécdota en la que su correligionaria del Partido Conservador, Lady Nancy Astor le dice: "Winston, si usted fuera mi marido, creo que le pondría veneno en el café". "Nancy", respondió impávido el aludido, "si usted fuera mi mujer, me lo bebería". O en aquella oportunidad en que el dramaturgo socialista George B. Shaw estando próximo a estrenar una de sus obras le envía a Winston dos entradas con una nota que decía: "Venga a mi estreno mañana y traiga un amigo, si lo tiene". El extraordinario reflejo del vencedor de Hitler no tardó en expresarse en la respuesta: "Infelizmente no podré acudir a su estreno, pero iré al segundo pase, si lo hay".
Winston se levantaba y se acostaba con un escocés y fumaba puros sin pausa de combate, quebrando con ello toda regla básica de salud, y sin embargo vivió hasta los 90 años lúcido y haciendo política casi hasta el final, en una época en que la esperanza de vida en el Reino Unido no pasaba de los 69 años. Sin duda su vida fue ejemplo de coraje, determinación y patriotismo.
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