Eduardo Zapata
Violencia de género y ceguera intelectual I
La ciudad como escuela de violación
Eran los años ochenta. Estábamos grabando las voces populares alrededor de las cuales se convocaban decenas de escuchas, bien sea en la plaza San Martín o el Parque Universitario. Resultaba fresco y sin intermediaciones dirigistas registrar lo que la voz de la calle decía, muchas veces en sentido contrario de la voz oficial. La extensión y penetración del fenómeno ameritaban un estudio lingüístico y semiológico. Y de allí nació un libro nuestro, titulado Representación oral en las calles de Lima.
El Perú de la calle versus el Perú oficial. Las gargantas sedientas que sin temor generaban sus “verdades”, frente a aquellas que la prensa oficial solía ignorar. Porque tal vez sus gargantas habían enmudecido por intereses. O por la palabra impresa, que les “robaba el alma” a los dichos de la calle.
Pero caída bien la noche, allá por la Colmena y conforme se acercaba uno a la Plaza Dos de Mayo, voces estremecedoras se dejaban sentir. Pasando el viejo cine Venecia, esas voces penetraban —era más que claro— los imaginarios de decenas (cientos, en verdad) de gentes que se arremolinaban alrededor de un tipo especial de oradores. Ellos no solo vendían la ilusión de la palabra; vendían la promesa de palabra y acción. Los grabamos también porque nos pareció un fenómeno social importante. Y dimos cuenta de ello en el libro Voz, mujer y violencia sexual en las calles de Lima.
Debo señalar que lo dicho por estos oradores era una “didáctica” clase de violación. Directa, sin ambages, expresión de un machismo primitivo y psiquiátricamente perturbador. Aún recuerdo que un “crítico” señaló que “el libro era una asquerosidad”. Que eso no debía publicarse. Pero es tarea del investigador registrar relevancias sociales y no solo notas agradables a sus oídos.
La yombina —alcaloide extraído de la corteza de un árbol inicialmente con fines rituales—– resultaba un producto que estimulaba las zonas pélvicas de la mujer y aún algunos sexólogos la recomendaban. Lo cierto del caso es que el producto a vender era ese. Un medio fácil y barato para alentar la violación. Pero obvio que también se vendía —y sobre todo con lujo de detalles morbosos— el “cómo hacerlo” y los gozos del sexo con una “hembrita dificil”. Todo esto ocurría al amparo de la nocturnidad. A vista y paciencia de las “autoridades” que seguramente —por la “cultura imperante”— refrendaban los decires y aun los haceres. La ciudad como escuela de violación.
Ciertamente hoy diversos productos químicos han desplazado a la yombina en ciertos sectores sociales. Pero el tipo de producto está allí, los efectos también y quién sabe no vale la pena hablar de sus “bondades”, porque el verbo se hizo carne. El imaginario popular ya interiorizó no la sofisticada expresión “mujer - objeto” sino, aun peor, mujer como objeto a ser “llenado”. Pueden haberse sofisticado las voces en algunas zonas, puede haberse evanescido la yombina, pero no los imaginarios. Allí está la mujer para satisfacer —quiera o no— los deseos del “varón”.
Decimos esto porque los ataques contra la mujer no están circunscritos ya a la oscuridad de calles sórdidas. Están instalados en el software del “varón” que solo puede demostrar su “hombría” a través de la artificialidad o la fuerza. Drama ya psiquiátrico.
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