Cecilia Bákula
Una gran revolución en pequeños detalles
Respetemos a los demás y bajará el altísimo nivel de agresividad
Hace unos pocos días, y en un contexto muy especial, compartieron conmigo una pequeña pero gigante reflexión, a manera de propuesta, que decía: “¿Aspiras a lo grande?, pues empieza por lo pequeño”. Terminada la reunión, y casi sin quererlo, me vi envuelta en la vorágine de nuestro tráfico.Y sin darme cuenta me convertí en una quejosa más. Rápidamente pensé, ¿cómo puedo aplicar esa reflexión a la vida diaria? Es decir, ¿cómo podemos pasar de la pura queja a la acción, de la mera propuesta o formulación retórica a la puesta en práctica de pequeños grandes cambios?
Entonces pensé que ya que nuestro sistema educativo es realmente fatal –en lo instructivo, en lo informativo y sobre todo en lo formativo– por lo mismo podemos y debemos hacer una auténtica revolución. Si aplicamos esa idea para dar “inicio” al futuro, a ese futuro diferente y mejor que queremos, iniciándolo con pequeños detalles que todos debemos y podemos poner en práctica. Pensé que si damos comienzo con nuestro comportamiento en la vía pública y en el horror del tráfico que vivimos diariamente, llegaremos a grandes transformaciones. Parece idílico, onírico, irreal, pero por qué no hacer el intento de sentirnos grandes ciudadanos en nuestra ciudad y no esperar a hacerlo solo cuando estamos en otro entorno en el que las formas son “civilizadas” y las medidas punitivas son las que nos obligan a actuar bien.
Me voy a referir solo a tres graves realidades, aunque sin duda, podría mencionar más, pero si empezamos con estos pocos cambios, podríamos lograr una ciudad en la que transitar llegaría a ser más amigable y menos riesgosa.
Empecemos, pues, por no hacer uso indiscriminado de las luces intermitentes o de “emergencia”; si hay algo que puede colmar la paciencia es ver como un auto puede causar una mayor congestión, cuando con total desparpajo y falta de respeto, se estaciona y enciende las luces intermitentes, creyendo que con ello, “cumple” y es como dueño de la calzada, que todos los demás debemos amoldarnos y adecuarnos a su prepotencia y abusiva conducta. Y cada día se incrementa este comportamiento. Ya las luces intermitentes que deberían significar “emergencia” ahora hay que entenderlas como “espera un ratito, ¡pues!”, es decir: aquí me quedo porque me apetece… Y qué decirles de lo que pasa a la hora de salida de los colegios… Me pregunto si los padres de familia se atreven todos a decir que educan a sus hijos en urbanidad y civismo, en respeto a las normas en vez de educar con modales de prepotencia y contradicción. Pareciera que las luces intermitentes otorgan patente de corso a quienes las activan. Luchemos contra ese uso peligroso y abusivo que demuestra una falta total de respeto a las normas que supuestamente conocemos y queremos que, por supuesto, sea “el otro” quien las acate y observe.
Otro mal que crece, cunde y se propaga es el de invadir la zona de los cruces peatonales. Cierto es que los municipios hacen poco o nada por mantener las “cebras” bien pintadas y definidas, pero como hemos ido perdiendo criterio para identificar el área de uso de los peatones para cruzar de un lado a otro, simplemente quien maneja asume que es dueño de toda la calzada, ¡de toda! Es evidente que ellos, los peatones, han ido encontrando, también, maneras poco adecuadas y van respondiendo de manera que muchas veces atenta contra su propia seguridad, pero sienten que es “su derecho” cruzar la vía por donde les plazca, haciendo piruetas y cabriolas cada vez más avezadas.
Y qué decir de los conductores que bloquean los cruces en las esquinas y no dejan que avancen los de las calles a los que les toca el paso. Es como si la prepotencia más abusiva se estuviera implantando en el día a día en lo que a tránsito y pautas de conducción se refiere y ello es para los que manejan como para los que van a pie. Es un universo sin reglas, sin pautas en donde más que la llamada ley de la selva, se va implantado un espacio en donde cada uno descarga contra el otro su oculta pero inmensa agresividad, como si el vecino o el peatón, o hasta el semáforo al que se le toca bocina para que cambie la luz rápido y a mi ritmo… tuvieran la culpa de las crisis que vivimos en el Perú.
Calma peruanos; no es en ese universo en el que podemos resolver nuestros problemas ni carencias; no es allí en donde medimos quien es más ni mejor; más bien mostramos quien es más bruto, más inculto, menos civilizado, más prepotente, más insolente y por supuesto más discriminativo. Quién sabe si con un poco de paciencia y respeto, bajamos el altísimo nivel de agresividad y nos respetamos más, pero para ello hay que empezar por entender que “el otro” soy a veces yo mismo y que ese otro se merece respeto y consideración y que es en los detalles en los que se muestra la cultura, el civismo y el autocontrol, indispensable en tiempos como los actuales.
Entonces, si aspiramos a una gran revolución, empecemos por los pequeños pero gigantes detalles.
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