Jorge Valenzuela
Una feroz tristeza
El discurso de recepción del Premio Nobel Patrick Modiano
Dice Patrick Modiano en el discurso de aceptación del Premio Nobel que, después de recibir la noticia de la universal distinción, se sintió ciego frente a sus libros, incapacitado de ver aquello valioso que veían los que lo reconocieron con ese honor.
Para explicar este hecho, sostiene que un novelista jamás puede ser lector de sí mismo y que siempre tiene una representación confusa y parcial de lo que escribe, como si en el acto de escribir fuera apartado por una niebla que persiste en ocultarlo todo. Por ello también experimenta, cada vez que emprende la escritura de un nuevo libro, la sensación de volver a los mismos lugares, a los mismos nombres, a los mismos rostros presentes en sus textos anteriores. De modo que, en su caso, parece, sigue escribiendo el mismo libro bajo las condiciones que impone un sueño alerta, como un sonámbulo que está persuadido de lo que tiene que hacer al margen de su voluntad consciente. De allí que una novela, para Modiano, sea un cuerpo que empieza a respirar con independencia y que abandona al escritor apenas este ha escrito la última palabra.
Revelar el mundo de la ocupación parisina por los nazis, ha convertido a Modiano (ciertamente uno de los hijos de la ocupación), en el gran escritor que es. Dice en su discurso que entonces París era una villa silenciosa y triste en la que la ausencia de autos permitía una aventajada percepción del entorno: el roce del follaje, el golpeteo de los cascos de los caballos, el ruido de los pasos de la multitud por los bulevares y el confuso ruido de voces de la gente. En ese silencio de las calles y en el apagón que sucedía después de las cinco de la tarde en el invierno de París, la ciudad parecía ausente de sí misma, sin vista, sin vida, en un marasmo insoportable debajo del cual bullían las ansias de vivir libremente el movimiento de la resistencia.
En ese París, uno podía ser víctima de una denuncia injusta sin apenas darse cuenta y solo vivir el amor precariamente porque al día siguiente no se tenía la seguridad de volver a ver a la amante. De allí las razones por las cuales, para el escritor, París siempre le pareciera vivir en una noche singular, única, en la que nada era lo que parecía ser. Entenderemos, entonces por qué ese París nunca dejó de obsesionarlo y por qué un escritor, según él, no puede liberarse de la marca impuesta por su fecha de nacimiento y por su tiempo, incluso si no ha participado de manera directa en la acción política o proyecta la imagen de un escritor solitario replegado en su torre de marfil.
Modiano cree que los poetas y los novelistas le otorgan un misterio a los seres humanos que parecen sumergidos en la vida cotidiana y que, bajo su mirada, la vida corriente termina por revelar su verdadera condición y una fosforescencia que no era visible a primera vista. Esa pues, sería, para el último premio Nobel, la tarea del artista: develar el misterio que se encuentra detrás de cada persona y cosa. Por ello, lejos de deformar la realidad, el escritor debe penetrar en ella lo más profundamente posible para iluminar aquello que se oculta detrás de lo visible.
Es comprensible, entonces, que en el mundo de la ocupación nazi, en el que el orden fascista imponía el horror del silencio y la traición, el niño Modiano apenas pudiera entender lo que realmente sucedía y que solo fuera capaz de registrar las sensaciones producidas por las apariencias de un mundo atroz que se presentaba como un mundo falsamente apacible. Su valor y mérito es haber reconstruido con palabras ese mundo que le fue negado en su infancia y de haberlo revelado con toda su feroz tristeza.
Por Jorge Valenzuela
(10 - dic - 2014)
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